Alrededor de la luna de Julio Verne página 3

―¡Estamos salvados! ―gritó Ardan muy emocionado.

Todos se tranquilizaron. Aprovecharon para comer y hablar del gran susto que pasaron.

―Ahora que sabemos que nuestro viaje será largo y tal vez aburrido, les daré algo para divertirnos ―dijo Ardan y sacó un ajedrez, unas damas chinas, un juego de cartas y un dominó.

―¿Cómo es posible?, ¿has traído todas esas cosas abordo? Dijimos que era necesario viajar ligeros ―respondió Barbicane sorprendido y un poco sonriente por la desobediencia de Ardan, que en ese momento ya no le pareció tan mala.

―Ha pensado no sólo en nuestra diversión, sino también en la de los selenitas ―agregó Nicholl riendo.

―Así es. Si la Luna está habitada, me gustaría que conocieran las cosas que hacemos para divertirnos y qué mejor que nuestros mejores juegos ―continuó Ardan convencido.

Barbicane y Nicholl reían mientras decidían con qué iban a jugar primero.

―Aún así, yo creo que si los selenitas son inteligentes, seguro que ya habrán inventado estos y otros muchos juegos ―dijo Barbicane.

―Pues si son tan avanzados, entonces, ¿por qué no han lanzado un proyectil a la Tierra para hacer contacto con los humanos? ―preguntó Ardan.

―¿Y quién dice que no lo han hecho? ―respondió Barbicane―. Es posible que ellos nos hayan visitado antes de que existieran los humanos y su cohete esté en las profundidades del mar.

Así, mientras jugaban, continuaron conversando sobre los selenitas y todo lo que podrían haber hecho. Al terminar sus alimentos, los tres viajeros se dieron cuenta de que se había acumulado mucha basura y comenzaba a oler mal.

―Tendremos que encontrar una forma de deshacernos de toda esto ―dijo Nicholl mirando fijamente la montaña de desperdicios―. ¡Y la única forma es sacándola del cohete!

―¿Quieres decir que tiremos basura al espacio exterior? No estoy de acuerdo ―dijo Ardan molesto.

―Es la única opción, pero eso no es problema, lo recogerá alguien al llegar a la Luna. Quizá para ellos sea muy valioso tener algo de la Tierra ―dijo Barbicane quien aún parecía preocupado―. Pero nuestro problema es otro. ¿Cómo sacaremos la basura sin que se escape el oxigeno de nuestra nave?

―Tendremos que hacerlo muy rápido, pues es peligroso. Y al decir rápido, me refiero a un segundo ―respondió Nicholl muy convencido.

Así, después de planear qué haría cada uno, lanzaron la bolsa de desperdicios al espacio. Fueron tan veloces que la pérdida de oxígeno fue muy poca y no tuvieron ningún problema.

Y así, el Columbiad siguió su camino hacia la Luna, aunque cada vez más lento.

PREGUNTAS Y RESPUESTAS

Pasaron un largo rato conversando acerca del Sol, la Tierra y el Universo. Ardan siempre hacía mil preguntas y entre Barbicane y Nicholl se encargaban de explicarle todo. Después de un rato, Ardan se asomó por una de las ventanas para ver las estrellas y admirar lo que ahora ya comprendía un poco mejor. De pronto, dio un grito que asustó a sus compañeros.

―¿Qué pasa? ―preguntó Barbicane muy asustado.

―Eso ―respondió Ardan señalando al exterior del cohete.

―¿Qué es eso? ―preguntó Nicholl tratando de comprender lo que veía.

Afuera del Columbiad flotaba un bulto que parecía aplastado. Estaba inmóvil, pero no se despegaba de la ventana. El objeto seguía al proyectil a la misma velocidad y en la misma dirección, ¡como si estuviera pegado a él!

―Eso es nada más y nada menos que la bolsa de basura que arrojamos al espacio. No se me había ocurrido, pero es posible que afuera de la Tierra, al no haber gravedad, todo pese lo mismo y vaya a la misma velocidad ―dijo Barbicane―. Así que pueden estar tranquilos, nuestros desperdicios viajarán con nosotros hasta llegar a la Luna y ahí buscaremos un bote de basura.

―De haber sabido hubiera traído más cosas para lanzarlas al espacio, al fin y al cabo nos iban a seguir ―continuó Nicholl un poco decepcionado.

―Pero entonces, si eso flota allá afuera, nosotros también podríamos salir un rato a volar, ¿verdad? ―dijo Ardan muy emocionado.

―No. La diferencia entre esa bolsa de basura y nosotros es que la presión del espacio la ha aplastado y a nosotros no porque este cohete es muy fuerte y lo resiste. Pero si salimos, nos ocurrirá lo mismo. Además allá afuera no hay oxígeno.

Aún así, Ardan se quedó imaginando cómo sería si pudiera salir del Columbiad por un momento.

UN INSTANTE DE FELICIDAD

Su emoción crecía cada vez más acercarse a la Luna. Los cálculos indicaban que en unas horas llegarían a su destino. Pero había un problema que sólo Barbicane había notado y decidió no decirle a sus compañeros. ¡El lugar de aterrizaje que se tenía planeado parecía alejarse cada vez más! Tenían que llegar justo a la línea donde el día y la noche se unían, pero, al parecer, cada vez estaban más lejos del día y más adentrados en la parte nocturna de la Luna. Notó que había una desviación y no entendía por qué. Decidió dedicarse a observar el camino que estaban siguiendo en el Columbiad y hacia dónde los llevaba.

De pronto, a Nicholl lo atemorizó una duda:

―¿Han pensado cómo haremos para volver a la Tierra? No tenemos un cañón como el que fabricamos allá ―preguntó Nicholl.

―¿Estás pensando en volver a casa cuando ni siquiera hemos llegado a nuestro destino? Yo no he pensado en eso porque de seguro no habría tenido el valor de venir hasta acá ―respondió Ardan.

―No sé cómo volveremos, pero tenemos el Columbiad y seguro no nos faltarán en la Luna materiales para construir un nuevo cañón. Además, no necesitamos uno demasiado potente, pues la atracción de la Tierra es mayor y será fácil elevarnos un poco y ser jalados por ella ―dijo Barbicane muy tranquilo.

―De cualquier forma, si no volvemos pronto, Maston vendrá por nosotros ―continuó Ardan riendo.