Alrededor de la luna de Julio Verne página 4

―Sin duda vendría a buscarme, es un compañero leal ―respondió Barbicane muy sonriente.

―Y traería a todos los compañeros del Club Cañón. Yo creo que en este momento sigue con el ojo pegado al telescopio para no perdernos de vista ―respondió Nicholl entre carcajadas.

De pronto, los tres viajeros reían y gritaban sin control. Todo les parecía gracioso y sus rostros estaban rojos de tanta carcajada.

Después de un largo rato, estaban agotados y se quedaron dormidos sin saber qué les ocurrió.

Al despertar, los tres compañeros estaban muy confundidos y hambrientos. Se dieron cuenta de que pasó algo extraño. Después de un rato, Barbicane revisó la nave y exclamó:

―¡Ha sido el oxígeno, por eso nos comportamos tan extraño! La llave se quedó abierta más de lo que necesitamos.

―¡He sido yo! Cuando abrimos la compuerta para sacar la basura, abrí la llave un poco más para recuperar el oxígeno perdido, pero olvidé cerrarla de nuevo. Aún así no me arrepiento, hemos pasado un rato divertido ―dijo Ardan sonriendo.

―Tú no necesitas exceso de oxígeno para perder la cabeza, querido compañero ―respondió Nicholl riendo.

CONSECUENCIAS DE UNA DESVIACIÓN

Los viajeros comenzaron a preparar todo para el aterrizaje. Los cálculos indicaban que faltaba muy poco para llegar a su destino. Barbicane comenzó a preocuparse pues era evidente que no estaban aterrizando. ¡Parecía que le daban la vuelta a la Luna! Entonces decidió decirles a sus compañeros lo que le inquietaba:

―No nos estamos acercando más al punto de aterrizaje. En realidad, estamos pasando junto a la Luna.

Esto sorprendió a Nicholl y Ardan, pero en lugar de averiguar a dónde los llevaba el Columbiad, se dedicaron a pensar en qué había salido mal.

―Pudo haber sido que el cañón no apuntó al sitio correcto y no nos envió directo a la Luna ―dijo Nicholl.

―Eso no es posible, yo mismo revisé que todo estuviera perfecto ―respondió Barbicane muy pensativo.

―Yo creo que simplemente nos desviamos. Ahora veamos a dónde nos lleva ―dijo Ardan con curiosidad.

―¡Eso es! Nos hemos desviado. Seguramente el meteorito que pasó junto a nosotros nos movió lo suficiente para sacarnos de nuestra ruta. Como era mucho más grande que nuestra nave, su fuerza de atracción nos desalineó ―gritó Barbicane convencido.

Ahora no sabían lo que les esperaba. Podían seguir flotando alrededor de la Luna por siempre, quedarse sin oxígeno o sin comida muy pronto o chocar con otro meteorito. Todo era posible y no sabían cómo iban a volver a la Tierra. Por ahora sólo esperaban pasar lo suficientemente cerca de la Luna para descubrir si había vida o cómo era aquel lugar.

Estos tres viajeros eran tan valientes y aventureros que en vez de asustarse decidieron aprovechar el paseo.

―Aún así, estoy muy triste ―dijo Ardan―. Todos mis planes de vivir en este lugar, enseñarles a los selenitas nuestros inventos y forma de vivir, se han venido abajo.

―Sí, es una decepción, pero no hay forma de llegar, pues para eso tendríamos que caer en ella y no lo estamos haciendo. Seguimos flotando a su lado y, al parecer, le daremos la vuelta. No lo sé ―respondió Barbicane un poco triste también.

No durmieron en toda la noche. A pesar de todo les emocionaba poder ver la Luna tan cerca antes que cualquier humano y descubrir sus misterios.

Al día siguiente estaban más tranquilos, pero no dejaban de observar a través de las ventanillas.

―Queridos amigos, sigo sin saber a dónde vamos ni sé si volveremos a casa. Aún así continuemos el viaje. Anotemos o dibujemos todo lo que veamos. Tal vez alguien más, algún día, encontrará toda esta información y le será muy útil ―dijo muy serio Barbicane.

Así que escribieron y dibujaron todo sin dejar pasar ningún detalle importante. Durante sus observaciones, encontraron muchas montañas y cuevas, pero todas parecían cubiertas de ceniza. Lo que sabían es que la Luna había tenido muchos volcanes, pero se creía que ya ninguno estaba activo.

De pronto, sobre un grupo de montañas, vieron rayos muy luminosos, así que comenzaron a discutir sobre lo que eran. Entonces Barbicane les explicó:

―Algunos científicos creen que esos rayos son corrientes de lava sólida que brilla con la luz del Sol. Eso no está comprobado, al acercarnos lo vamos a averiguar.

También vieron muchas cuevas y Ardan comenzó a hacer preguntas:

―¿Qué es eso? Parecen cuevas hechas por selenitas.

―Un científico creía lo mismo que tú, Ardan ―respondió Barbicane.

―Pero, ¿para qué harían los selenitas esas cuevas?

―Es muy sencillo. Aquí en la Luna no tienen la protección de la atmósfera o la capa de ozono contra los rayos del Sol como nosotros en la Tierra. Tal vez las hicieron para protegerse de la luz quemante ―explicó Barbicane.

―¡Qué listos son estos selenitas! ―dijo Ardan sorprendido.

―¡Pero son cuevas muy grandes, esto debió ser hecho por gigantes! ―agregó Nicholl sin creerlo.

―Eso no importa. Aquí en la Luna las cosas pesan mucho menos, pues casi no hay gravedad ―respondió Ardan.

―Entonces podrían ser mucho más pequeños que nosotros, como duendes ―dijo Nicholl riendo.

―O puede ser que no existan los selenitas y las causas sean otras ―concluyó Barbicane.

Los tres se quedaron en silencio pensando en los selenitas gigantes, pequeños o inexistentes.