Tomaron la decisión de quitar el hielo de las ventanas para ver si descubrían algo. De pronto notaron que el cohete se había inclinado. Por un momento creyeron que iban a caer en la Luna, pero después de un rato vieron que no era así y que seguían en la misma ruta. Nicholl vio a lo lejos una luz roja a la cual se estaban acercando.
Al estar más cerca lograron distinguir qué era:
―¡Es un volcán! ―gritó Nicholl.
―¡Sí y está en erupción! ―respondió Barbicane igual de emocionado.
―Para que haya una erupción se necesita oxígeno. ¡Eso quiere decir que es posible que en la Luna exista una atmósfera y por lo tanto vida! ―dijo Ardan cada vez más contento.
―No precisamente ―respondió Barbicane en tono serio―. El volcán puede generar su propio oxígeno. Es un tema complicado pero creo que así es.
Por desgracia, la ruta que seguían les impidió acercarse más al volcán para entender cómo funcionaba. Aún así era un gran descubrimiento, pues los científicos creían que en la Luna ya no existía más calor que el del Sol y ahora sabían que dentro de ella aún había actividad volcánica y por lo tanto mucho calor. Esto podría significar que en algún momento pudo haber existido la vida en ese lugar.
De pronto un grito de Nicholl hizo a Barbicane y a Ardan correr a la ventana. Desde aquel volcán salía una roca gigante de lava que se dirigía a ellos. Parecía una luna de fuego.
―¿Qué es eso? ¡Estamos perdidos! ―gritó Ardan muy asustado.
―¡Es una roca del volcán que ha sido expulsada a toda velocidad hacia nosotros! ―respondió Barbicane pálido del miedo.
No dijeron nada más. En sólo unos minutos aquella gigantesca bola de fuego los iba a alcanzar. ¡El viaje iba a terminar! Se acercaba muy rápido y parecía cada vez más grande. ¡Imagínate el miedo que sintieron! Aunque eran muy valientes, no habían visto el peligro tan cercano. Ya se imaginaban cayendo con todo y el Columbiad envuelto en llamas dentro del volcán o en alguno de sus ríos de lava.
De pronto, cuando estaba a punto de alcanzarlos, aquella luna de fuego explotó, sin hacer el menor ruido, pues sin aire el sonido no viaja. Lo que vieron era increíble. Montones de pequeñas rocas volando en todas direcciones como un gigantesco fuego artificial. Pasaron del terror a la emoción de ver algo tan maravilloso.
Aun así, muchos de esos fragmentos de roca chocaron contra el Columbiad tan fuerte que uno de los cristales se estrelló. Por fortuna no lo rompió, pues eran muy resistentes.
Era tanta la luz que vieron la cara desconocida de la Luna para los humanos. El fuego de las rocas iluminó lo suficiente para que pudieran ver nubes, agua y hasta árboles. No podían estar seguros de si todo eso era una ilusión, pero estaban convencidos de que ese lado de la Luna era diferente al que conocían en la Tierra. Después de un rato, nuevamente se sumergieron en la oscuridad.
Ahora no sabían si la explosión de la roca los había desviado de nuevo de su camino. Tampoco era claro si iban más rápido o en otra dirección. Lo que es seguro es que ninguno de los tres aventureros quería dormir, pues podrían perderse algún detalle del viaje en caso de encontrarse con algo nuevo en el camino.
Después de un rato, otra vez Nicholl vio algo a lo lejos. Esta vez eran muchas luces pequeñas que no parecían estrellas ni volcanes o meteoritos. Los tres observaron con atención hasta que Barbicane gritó:
―¡El Sol! ¡Es el Sol, amigos míos!
―¿El Sol? ¿De verdad? ―preguntó Nicholl.
―Así es. Esas luces blancas son los picos de las montañas lunares iluminadas por el cálido Sol.
―¡Entonces le hemos dado la vuelta a la Luna! ¡Somos algo así como la luna de la Luna! ―dijo Ardan sorprendido.
―La luna de la Luna ―repitió Barbicane haciendo algunas anotaciones y dibujos en sus hojas―. Pero eso no significa que estemos menos perdidos, querido Ardan.
―Claro, claro, pero ahora es de una forma más divertida ―respondió Ardan con una sonrisa.
Lo que más les entusiasmaba era ver de nuevo la Tierra, aunque fuera de lejos y por última vez, pues no había esperanzas de que en la siguiente vuelta aún tuvieran gas, oxígeno o comida.
Por fin veían el Sol de nuevo y esto hizo que el hielo de las ventanas se derritiera, así que ajustaron todo para usar menos gas.
Cuando pasaron sobre unas montañas, notaron que algunas tenían nieve, lo que significaba que entonces sí había al menos un poco de agua y aire en la Luna. Esto entusiasmó mucho a los aventureros, pues era otra señal de que tal vez hubiera vida en ese lugar.
De nuevo aprovecharon para observar y no perder detalle de lo que encontraban a su paso, pues aunque fuera la segunda vez que iban por ahí, quizá en esa ocasión si encontrarían señales de vida.
De pronto Ardan alcanzó a ver un grupo de construcciones en ruinas. ¡Parecía una ciudad de piedra vieja y abandonada!
Barbicane y Nicholl, como siempre, le dijeron que podía ser cualquier otra cosa, pero Ardan no quería discutir, así que quiso creer que era la muestra de que ese lugar había sido habitado.
—Ustedes pueden pensar lo que quieran —les dijo.
Más adelante vieron mejor los cráteres de la Luna, que eran muestra de que mucho tiempo atrás todos ellos habían sido volcanes activos que provocaron enormes explosiones. Ahora eran sólo grandes y profundos agujeros oscuros, rodeados de cenizas.
Barbicane decía que la Luna era un inmenso cascarón de volcanes congelados que quizá jamás volverían a encenderse. Ahora sólo quedaban algunos como el que habían visto en el lado oscuro de la Luna, que de seguro estaba cerca de apagarse.
CUESTIONES GRAVES
Ardan seguía dudando de que la Luna era un lugar sin vida, así que preguntó:
―Bueno ¿es habitable la Luna? O, ¿ha estado habitada?
―No ―dijo Barbicane―. La Luna, así como la hemos visto, no parece que pueda tener vida humana o de animales.