Después de un par de horas y a gran velocidad, habían llegado al otro lado del lago. Poco a poco se comenzaron a acercar a unas montañas de donde brotaba una cascada.
―¡Miren! ¡Es el Nilo, es el lugar de donde nace este grandioso río! ―gritó Fergusson muy emocionado.
Los tres estaban felices de haber llegado al destino más importante de su viaje. El Doctor no quiso quedarse con las ganas de bajar y a pesar de que cerca había muchas tribus de hombres muy salvajes, decidió anclar un momento en ese lugar. No pasaron más de quince minutos cuando a lo lejos vieron que, por las montañas, se acercaban a toda prisa un gran número de hombres enfurecidos, así que de inmediato subieron de nuevo al globo y se alejaron despidiéndose del río Nilo.
Capítulo 7
Hasta el origen del Nilo, Fergusson sabía a dónde ir, pero a partir de ese momento, ya no sabía qué era lo que se encontrarían. Lo único que estaba claro, era que las tribus de esas zonas comían personas. Se pusieron muy nerviosos, pero confiaban en que el Victoria no les fallaría.
―Señores, no se preocupen. Si caemos en manos de alguna de esas tribus, yo me sacrificaré para que me coman a mi ―dijo Joe fingiendo ser valiente.
―Lo que quieres es que te demos mucho de comer y te pongamos gordo si es necesario ―respondió Kennedy riendo.
―Eso suena bien ―dijo Joe, sonriendo al verse descubierto.
Dos días habían pasado de su viaje sin ningún problema, sólo habían visto una que otra aldea y a su gente que les lanzaba flechas como de costumbre. A la tercera noche, decidieron anclar en una zona que parecía segura, pero por la oscuridad no podían ver nada en tierra. Durmieron en el Victoria. A la una de la mañana, Kennedy tomó el lugar de vigilancia de Samuel, con la indicación de mantenerse muy alerta, pues había escuchado ruidos entre la hierba.
Después de un rato, el cazador vio algunas sombras y luces, pero parecía ser algo inofensivo, así que no hizo caso. De pronto, oyó un silbido extraño. No quiso despertar a sus amigos, pero observó con más atención. Pudo ver entonces que en los árboles había sombras que se movían lentamente. ¡En ese momento, un relámpago lejano iluminó el lugar y entonces pudo ver a un gran número de hombres trepando los árboles e intentando acercarse al Victoria! Con mucho cuidado y haciendo muy poco ruido, Dick despertó a sus compañeros y les explicó la situación. El plan era que Joe y el cazador bajaran a desanclar el globo con mucho cuidado. Al llegar al árbol, se dieron cuenta que los hombres estaban muy cerca de ellos, así que Kennedy decidió disparar para asustarlos. ¡Todos huyeron asustados! De inmediato desanclaron el globo y subieron para ponerse a salvo, pues algunos salvajes no los dejarían escapar tan fácilmente y ya estaban trepando de nuevo a toda prisa.
Cuando creyeron que lo habían logrado, se dieron cuenta que no se elevaban. Entonces se asomaron y ¡vieron a un gran número de hombres colgados del ancla y la escalera! ¡Tenían que hacer algo de inmediato! El Victoria comenzaba a bajar cada vez más y corrían el riesgo de atorarse en los árboles y ser atrapados por los salvajes. Ellos no sabían si tenían la costumbre de comerse a los extraños.
Fue así como Fergusson decidió aligerar la carga del globo para ayudarlo a elevarse, mientras Dick y Joe disparaban para asustar a los intrusos y lograr que se soltaran. Entonces el Doctor tiró casi todos los galones de agua. Eso hizo que de golpe el globo se elevara con mucha velocidad. Esto asustó a los salvajes, que de inmediato comenzaron a soltarse del ancla y la escalera, cayendo al suelo.
―Seguro mañana despertarán llenos de raspones y moretones ―dijo Joe riendo al ver que se habían salvado.
Después de esa experiencia, decidieron no detenerse. Más tarde, vieron a lo lejos un enorme volcán hacia el que se dirigían. Pronto estuvieron sobre él. Pudieron ver los ríos de lava que salían del cráter. ¡Era un paisaje impresionante! Así el Victoria continuó su viaje en medio de la noche.
Capítulo 8
Al día siguiente volaban sobre una zona de volcanes apagados. Fergusson quiso bajar a explorar aquél lugar donde no había gente ni animales salvajes. Caminaron por el lugar, cada uno por su lado, hasta que el Doctor gritó:
―¡Amigos! Este lugar no es sólo un montón de rocas volcánicas.
―A mi me parece que sí ―respondió Joe mirando a su alrededor mientras se acercaba.
―No lo es, ¡aquí hay oro! ―dijo Fergusson levantando una piedra dorada.
―¿Oro? ¡No es posible! ―gritó Joe tirándose al piso para buscar.
―Calma, muchacho ¿de qué sirve que recojas todo el oro de este volcán? ―preguntó Dick riendo.
―¿Cómo que de qué? ¡Seremos ricos!
―Pero no podemos llevárnoslo.
―¿No podemos? ¿Por qué?
―Porque el globo no puede llevar más peso, Joe. No se elevaría ―dijo Fergusson cariñosamente.
―Pero ¿y si cambiamos las bolsas de arena que lleva la canastilla a su alrededor, por oro? ―preguntó Joe suplicando.
―Ésa es una buena idea, pero quizá enloquezcas cuando tengamos que deshacernos de algunas si es necesario aligerar al Victoria.
―Enloqueceré si no llevo nada en este momento.
―Tranquilo Joe, lo haremos como dices, pero debes calmar tu avaricia. Llegamos aquí sin riquezas y no venimos a buscarlas, así que debes aceptar que tal vez vuelvas a Londres con la misma fortuna con la que partiste.