Cinco semanas en globo página 9

Capítulo 12

Al día siguiente, el viento los llevó en otra dirección que los alejaba de la ciudad a la que querían llegar. En el camino se encontraron con muchas tribus salvajes como antes, sólo que estas montaban sobre fuertes camellos, lo cual hacía que los persiguieran por más tiempo. Eran más salvajes que los otros y estaban mejor armados. Como iban perdiendo gas, el Victoria se elevaba cada vez menos y se acercaban peligrosamente a los enemigos. Por la noche se detuvieron en un lugar seguro y al amanecer continuaron su camino, pero ahora el viento los conducía en la dirección que deseaban. Unas horas después ya se encontraban sobre la bella ciudad de Tombuctú. No pudieron ver demasiado, pues el globo iba muy rápido.

Por la noche no se detuvieron y al amanecer ya estaban lejos de ahí.

Durante el día, Fergusson estaba más preocupado, pues el viento los llevaba de un lado a otro. Él sabía que era importante llegar a algún territorio francés o inglés. En algunos momentos cambiaba la dirección del aire y los conducía a ciudades peligrosas, pero luego tomaba el rumbo correcto. Esto les quitaba tiempo importante, pues el globo seguía perdiendo más gas y sin él caerían a tierra en medio de un lugar desconocido y sin poder hacer nada.

Al otro día el Victoria ya no podía subir más. De pronto se encontraron frente a un gran grupo de montañas muy altas. Si no lograban elevase, chocarían contra ellas de forma violenta. Si eso pasaba, era probable que quedaran atrapados en la cima de una de ellas y con heridas graves. Entonces decidieron comenzar a lanzar de nuevo la comida y el agua que llevaban. Era mejor pasar un poco de sed y hambre que caer en ese sitio. El Victoria se elevó un poco, pero no era suficiente, así que decidieron lanzar la ropa, las cobijas y hasta las pocas balas que tenían. Estaban a pocos metros de chocar, entonces Joe se paró y sin decir nada ¡se lanzó de nuevo del globo! Kennedy y Fergusson gritaron asustados.

―¡No, Joe otra vez! ―dijo Dick.

―¡Ahora sí lo hemos perdido para siempre!

Ambos corrieron hacia el lugar donde su amigo había desaparecido. El Victoria se elevó lo suficiente para evitar el choque. Al mirar hacia abajo, vieron a Joe corriendo agarrado de la escalera. En cuanto llegó a la otra orilla de la montaña, de un salto se subió de nuevo a la escalera y trepó hasta donde sus amigos lo miraban sorprendidos. Había logrado quitarle peso al globo al bajar de él y eso los había salvado de nuevo. Aunque sus amigos se sentían aliviados, al mismo tiempo le reclamaron a Joe por asustarlos de nuevo. Entonces el joven tuvo que prometer no volver a hacer una locura así o al menos avisarles a sus compañeros antes de lanzarse del globo y se rió de ellos por sus caras cuando dio el brinco.

Más tarde, el Doctor tuvo una idea. Como ya estaban cerca del territorio francés, pensó que era necesario deshacerse de las pocas cosas que les quedaban y eran parte del globo. Así que se detuvieron en el bosque para hacerlo.

Lo único que tenían que lograr, era cruzar el río. Por la noche, los tres estaban muy cansados de tanto trabajo, así que se quedaron profundamente dormidos. A las cuatro de la mañana, un calor intenso los despertó. ¡De pronto se dieron cuenta que estaban rodeados de fuego! Del otro lado había un gran número de hombres salvajes que los habían encerrado entre las llamas para atraparlos. De inmediato, los tres viajeros esquivaron el fuego y subieron al Victoria. Ahí cortaron la cuerda de la única ancla que les quedaba y se elevaron lo suficiente para no ser alcanzados por el incendio. Abajo se quedó la tribu gritando enfurecida.

Pronto amaneció y el globo había avanzado poco y no muy alto. De pronto llegaron a un campo abierto y vieron que de entre los árboles salían muchos hombres a caballo. ¡Eran los mismos que habían provocado el incendio y ahora los perseguían! Esto duró varias horas. ¡Debían cruzar el río para salvarse!

De pronto el globo bajó más y eso entusiasmó más a los hombres de la tribu que gritaban como si ya los hubieran atrapado.

La canastilla comenzó a tocar tierra. Rebotaba como una pelota y los enemigos se acercaban muy rápido. El Victoria se veía cada vez más desinflado. Para su fortuna, Fergusson tuvo una nueva idea.

―¡Aún tenemos algo muy pesado que podemos tirar para estar a salvo!

 

―¡Dígalo ahora o estaremos perdidos! ―gritó Joe sin dejar de ver a los salvajes que estaban demasiado cerca.

―¡La canastilla sobre la que estamos! Corten las cuerdas y agárrense con fuerza a la red del globo. Estamos muy cerca del río. Si el viento es bueno con nosotros, lograremos llegar y cruzarlo.

De inmediato los tres cortaron todas las cuerdas y se colgaron de la red. El globo se elevó muy rápido. Desde ahí lograron ver el río y el viento los llevaba hacia él. Pero luego comenzaron a bajar de nuevo. El Victoria se estaba quedando sin gas y los llevaba de nuevo a tierra. A cien pasos del río, el Victoria terminó su viaje y los tres viajeros se sentían derrotados. Casi lo lograban. A lo lejos se escuchaban los gritos de la tribu que no se daba por vencida y pronto llegaría a donde estaban. Entonces Fergusson dijo:

―Aún podemos salvarnos, pero tenemos que hacerlo rápido. El globo se eleva con aire caliente. Sólo necesitamos hierba seca para encenderla. ¡Vamos, antes de que nos atrapen!

Joe y Dick comenzaron a buscar hierba sin preguntar. En pocos minutos ya habían juntado una gran cantidad y Samuel preparaba todo. La tribu se acercaba más rápido de lo esperado. Pronto Fergusson encendió la hierba y el globo comenzó a inflarse de nuevo.

―Ellos estarán aquí en diez minutos pero si todo sale bien, nosotros estaremos volando en cinco. Recuerden agarrarse fuertemente a la red en cuanto les diga.

―¡Estamos listos! ―dijeron Dick y Joe muy atentos.

Entonces Fergusson dio la orden y los tres subieron a la red. Pronto el Victoria se elevó rozando las ramas de los árboles. La tribu llegó en ese momento y uno de los hombres les disparó. Apenas logró hacerle un rasguño a Joe en el hombro, pero el valiente joven no se soltó ni un momento. Los salvajes gritaban furiosos y lanzaron flechas a los viajeros que escapaban.

Diez minutos después, el globo comenzó a bajar de nuevo, pero ya estaban muy cerca de la otra orilla. Al tocar tierra se llevaron una gran sorpresa. Frente a ellos había un grupo de hombres con uniforme francés que los miraban asombrados al verlos llegar de esa forma. De inmediato todos los reconocieron. Sabían por los periódicos todo acerca de Fergusson y el viaje que había iniciado cinco semanas atrás a bordo del Victoria.

Capítulo 14

Los soldados los recibieron con muchas felicitaciones. Estaban emocionados de ser los primeros en verlos volver de su aventura. Les dieron ropa y comida. Curaron a Joe y él les contaba todas sus aventuras mientras lo escuchaban asombrados. Al joven le agradaba mucho esto.

Había sido una suerte encontrarse con esos franceses, ya que por casualidad ese día habían decidido salir a explorar la zona. En realidad estaban muy lejos de su campamento y de no haberse encontrado con ellos, les hubiera llevado varios días encontrar ayuda.

Más tarde, Fergusson pidió que escribieran una carta como testigos de su aterrizaje en esas tierras en la que todos firmaran para asegurar que el Doctor y sus valientes amigos habían partido, cruzado África y llegado al otro lado del río Senegal a bordo del globo Victoria. Todos la firmaron orgullosos.

Días después, los periódicos hablaban de su llegada y de las grandes aventuras de los viajeros. Los tres recibieron una medalla de oro de la Real Sociedad Geográfica por su valioso trabajo como exploradores. Los tres se volvieron más amigos que nunca y cada vez que se reunían, disfrutaban de platicar largas horas sobre las aventuras vividas durante las cinco semanas que les llevó cruzar África en su fiel globo el Victoria.