De la Tierra a la Luna para niños

De la Tierra a la Luna para niños

Mucho, pero en verdad mucho tiempo antes de que la humanidad llegara a la Luna, Julio Verne imaginó una forma para que los humanos pudiéramos llegar al satélite. ¿Sabes cuál es? Si no lo sabes tienes que leer este emocionante libro.

Esta versión infantil de la obra DE LA TIERRA A LA LUNA tiene un lenguaje adecuado para niños, por lo que es un resumen que contiene toda la historia, pero que atrapa desde un inicio.

Acompáñanos en este increíble viaje por el espacio. 

De la Tierra a la Luna para niños

El CLUB CAÑÓN

Hace mucho tiempo, en Estados Unidos, existió un grupo de hombres que se dedicaban a construir cañones. Cuando había guerras, tenían mucho trabajo. Siempre buscaban inventar armas que fueran las más poderosas. Así ganaban las batallas. Pero un día terminó la guerra y hubo paz durante mucho tiempo. Entonces ellos no tenían nada que hacer. Se aburrían mucho y buscaban entretenerse en cualquier tontería. A veces imaginaban que creaban una súper arma poderosa, pero otras tantas pasaban la tarde durmiendo. Antes se escuchaban las máquinas trabajando, los hombres inventando y hablando por todos lados, pero después, el único ruido eran sus fuertes ronquidos.

Este grupo tenía un nombre. Se hacían llamar: Club Cañón. Maston era uno de los miembros y siempre trataba de hacer que los demás se animaran a hacer algo nuevo, pero no funcionaba. Imagínate que quería provocar alguna guerra contra Francia o Inglaterra, ¡sólo para construir alguna nueva arma!

―Yo creo que si vamos a Europa y les decimos que queremos que nos entreguen las ciudades más bonitas o nos vamos a enojar, ellos no estarán de acuerdo y entonces nos declararán la guerra. También podríamos ir a Alemania o a Italia y decirles que sus armas son tan feas y viejas, que no podrían ganarnos ni una pequeña guerra. Eso los hará enfurecer y querrán demostrarnos su poder ―decía Maston muy convencido.

―¿Estás loco? Eso no tiene sentido. Ve a dar una vuelta al parque para que se te despeje la cabeza y vuelvas con mejores ideas ―le decía alguno de sus compañeros en tono de burla y se volvía a acomodar en su asiento para dormir otro rato.

El presidente del club era un hombre con mucho valor e inteligencia. Se llamaba Barbicane. Un día les envió una carta a los integrantes del grupo.

“El presidente del Club Cañón tiene el honor de invitar a sus compañeros a una importante reunión, ya que se hablará de un tema urgente. No importa lo que tengan que hacer, deben ir a la cita. Es este 5 de octubre a las ocho de la noche. Atentamente: Barbicane”.

LA CITA DE BARBICANE

Llegó el día de la reunión. Había mucha gente, algunos eran miembros del club pero otros eran un montón de curiosos.

Dentro del salón, cuando ya todos estaban sentados y bien atentos, Barbicane comenzó a hablar:

―Estimados compañeros. Hace ya mucho tiempo que no tenemos una guerra. Eso ha hecho que nos quedemos sin trabajo y  que nos aburramos terriblemente. Si hubiera una oportunidad urgente de fabricar un cañón, lo haríamos de inmediato…

―¡Cañones, guerra, sí!― gritaron algunos emocionados.

―¡Silencio! ―interrumpió Barbicane―. Una guerra en este momento no es posible. Además, dudo mucho que pronto haya alguna.

Algunos se desanimaron al escuchar esto, pero siguieron atentos.

―Como ése no es el camino para salir de esta situación, debemos buscar otras opciones. Por eso los cité. Hace algunos meses me preguntaba si sería posible no hacer más armas para las guerras y fabricar una cosa diferente. Algo que haga que el mundo se sorprenda y nos envidie. ¡Debe ser algo increíble que sólo nosotros podamos construir!

Esto provocó que los miembros presentes se sintieran confundidos, pero al mismo tiempo curiosos de lo que su presidente les iba a decir.

―Todos hemos visto la Luna. Muchos han investigado sobre ella. ¡Pero ninguno ha tenido comunicación directa con esa enorme esfera! Algunos creen que ahí habitan personas o algo parecido y que es posible vivir en aquél lugar. Aunque otros también dijeron que, con su gran telescopio, vieron cuevas en las que se ocultaban hipopótamos, montañas verdes rodeadas de oro, personas con alas y otras cosas que luego resultaron ser pura fantasía. Pero otros están seguros de que allí viven unos seres llamados Selenitas.

Los llaman así porque Selene significa Luna. Es importante decirte que en aquel tiempo, nadie había llegado a ese lugar. No se habían inventado aún los cohetes, ni los grandiosos telescopios que ahora conocemos. Tampoco habían salido nunca del planeta Tierra o enviado algo al espacio exterior. En realidad, investigaron mucho de la Luna, pero no lo sabían todo.

―Conocemos mucho sobre armas―continuó Barbicane―, cañones y balas. Así que pensé en enviar un proyectil a la Luna. He investigado y si fabricamos un cañón que salga con mucha fuerza, podría llegar hasta allá. Les propongo que lo intentemos.

Todos estaban sorprendidos y emocionados. Gritaban entusiasmados ante la idea del presidente del Club Cañón. Salieron al patio a mirar a la Luna, a hablar sobre ella y lo maravilloso que podría ser lanzarle una bala.

Barbicane no pudo terminar su discurso. Ahora se sentían dueños del enorme astro, aunque sólo iban a lanzar un proyectil, que además era una forma poco amigable de comunicarse con los habitantes Selenitas.

Al poco tiempo el resto de los Estados Unidos, gracias a los periódicos, ya sabía la noticia y todos apoyaban la idea con mucha alegría. Aunque no faltaron aquellos que tenían muchas preguntas, pero sobre todo, curiosidad por saber lo que podría suceder.

Esta aventura era el inicio de muchos experimentos que tarde o temprano les darían noticias de los seres que vivían allá, extraterrestres o alienígenas y hasta la posibilidad de conocer la otra cara de la Luna.

Porque has de saber que desde la Tierra, sólo vemos un lado de aquella gran bola blanca, pues ella gira alrededor de nosotros siempre con esa cara hacia acá. Por ejemplo, imagina que la mesa del comedor de tu casa es nuestro planeta y tú la Luna. Entonces le das la vuelta a la mesa-Tierra pero siempre viendo el centro de ella. Tú estás girando, pero la mesa siempre verá tu cara, no tu nuca.

Claro, no faltaron algunos científicos en dudar que se pudiera llegar tan lejos una simple bala, pero pronto muchos otros convencidos, felicitaron Barbicane y hasta ofrecieron dinero para apoyar la construcción del artefacto.