Le gritaron un par de veces mientras se acercaban, pero no les respondió. Entonces corrieron hacia él. Cuando Maston lo tomó del brazo, el presidente gritó del susto. Tenía un lápiz en la mano y sobre el tronco había un libro en el que había hecho fórmulas y figuras geométricas. En cambio, su rifle estaba en el piso, lejos de su alcance.
―¡Amigos! ¿Qué hacen aquí? Miren, encontré la solución: ¡la solución!―decía Barbicane muy emocionado.
―¿Cuál solución?―preguntó Ardan.
―Encontré la forma de que sea imposible que la bala explote al salir del cañón. Sólo necesitamos agua, ¡simple agua!
―Muy bien. Por cierto, aquí está Nicholl―dijo Michel con calma.
―¡Capitán! Disculpe, había olvidado el duelo pero…
―¡Excelente!―interrumpió el francés, pues quería evitar que de nuevo quisieran matarse.
Luego le contó a Barbicane lo que el capitán había hecho con el pájaro atrapado y continuó:
―¿Creen ustedes que dos hombres tan valientes, inteligentes y de gran corazón como ustedes, deberían perder el tiempo en un duelo a muerte? ―preguntó Michel.
Ninguno se atrevió a responder, agacharon la cabeza un poco avergonzados y algo molestos. En verdad parecían un par de hermanos regañados por su padre.
―Creo que entre ustedes ha habido un mal entendido que no vale ya la pena. Estoy aquí porque quiero proponerles algo.
―Habla ahora ―dijo Nicholl con impaciencia.
―Barbicane cree que su cohete llegará directo a la Luna, ¿verdad?
―Sí, estoy seguro.
―Muy bien. Sé que Nicholl está en desacuerdo, pero no es mi intención ponerlos a pelear de nuevo. ¿Por qué mejor no me acompañan en este viaje y lo comprueban ustedes mismos?
―¡Mala idea, Michel! ―dijo Maston muy molesto.
El capitán y el presidente se miraban fijamente esperando la respuesta del rival. Hasta que por fin uno de ellos habló:
―¡Acepto el reto! ―dijo Barbicane muy orgulloso.
―¡Yo acepto también! ―continuó de inmediato Nicholl para no quedar como un miedoso.
―¡Excelente! ¡Bravo por los valientes colegas! ―gritó Ardan muy emocionado―. Ahora, ¿qué les parece si vamos a desayunar? ¡Muero de hambre!
LOS NUEVOS PASAJEROS
Muy pronto el mundo se enteró de lo sucedido. Sobre todo causó gran emoción que ahora no sólo fuera uno sino: ¡tres pasajeros a bordo del Columbiad! Llegó un momento en que también Maston quería viajar con ellos, pero Barbicane no pudo aceptar la idea, pues ya era demasiado peso para el proyectil y eso era muy peligroso para todos.
Llegó el momento de preparar el interior del cohete. Fue necesario hacerle algunas ventanas para poder mirar al exterior cuando estuvieran en el espacio. También debían juntar más comida y agua para vivir un buen tiempo en la Luna. Era necesario que hubiera tres lugares para dormir, comer, descansar y hasta para respirar. También debían solucionar el problema del aterrizaje. En fin, que aún había mucho que hacer y el tiempo se les agotaba.
EL COLUMBIAD
Por fin terminaron el cohete. Era tan alto como una casa y tan ancho como un autobús. Tenía la forma de una bala y brillaba maravilloso a los rayos del sol. Ahora todos los detalles estaban resueltos.
Sin embargo, aún no sabían lo que era vivir dentro del Columbiad. Entonces Maston dijo:
―Ya que yo no podré viajar, pido que se me permita hacer un último experimento. Me meteré en la bala por ocho días y viviré con el oxígeno, la comida y el agua que hay, como si estuviera viajando a la Luna. Así podremos saber si es posible sobrevivir dentro del proyectil.
Aunque a Barbicane le pareció una idea muy arriesgada, también entendía que era la única forma de saber si era un lugar seguro, pues si algo fallaba durante el viaje, no iban a tener forma de solucionarlo tan lejos de la Tierra. Entonces aceptó.
Maston se preparó y estuvo ¡ocho días dentro del Columbiad! Cuando terminó la prueba, abrieron la puerta. Se asomaron con mucho cuidado. Esperaban lo peor, pues no sabían si el experimento había funcionado. Era posible encontrar a un hombre enloquecido o peor aún, muerto. Se llevaron una gran sorpresa al ver que Maston no sólo estaba bien y feliz, si no que ¡había engordado!
EL TELESCOPIO DE LA MONTAÑA ROCOSA
Fue necesario fabricar un telescopio más potente que los que se habían construido hasta ese momento. También era importante buscar una gran montaña dónde colocarlo. Debía ser muy alta y que desde ahí se pudiera observar la Luna sin problemas. El plan era seguir la trayectoria del cohete desde su partida hasta la llegada a su destino. Tardaron mucho en decidir el lugar apropiado, pero finalmente encontraron la montaña rocosa que tenía todo lo necesario para colocar ahí el nuevo telescopio. En pocos días estaba todo listo para el gran lanzamiento.
ÚLTIMOS DETALLES
Nicholl participó con su gran sabiduría en los últimos arreglos de la nave. Por su parte, Barbicane y Ardan se ocuparon de preparar los últimos instrumentos necesarios para llevar a bordo. Esto incluía objetos para hacer investigaciones en la Luna, armas por si encontraban algún animal lunar que fuera un buen alimento o por si los habitantes de la Luna resultaban ser monstruos o algo parecido que se los quisieran comer a todos. Además, llevaban sus cepillos de dientes, algunos cambios de ropa y una que otra cosa útil para su comodidad. Incluso así, llevaban pocas cosas, sólo lo necesario.