El diablo de la botella página 3

Tan pronto como lo dijo, el diablo salió de la botella y volvió a meterse tan rápido como un lagarto. ¡Los amigos estaban asustadísimos! Se quedaron mucho tiempo callados, luego Lopaka le dio el dinero y recogió la botella.

—Lopaka —dijo Keawe—, espero que no te enojes conmigo. Sé que el camino es peligroso, pero no quiero estar junto a la botella. Me da mucho miedo. Te daré una linterna. Ahora márchate.

—Keawe —le contestó el amigo—, muchos hombres se enojarían por algo así. Sobre todo por el favor que te estoy haciendo. Pero como también tengo mucho miedo, no puedo enojarme contigo. Me iré ahora mismo. Le pido a Dios que seas muy feliz en tu casa y que yo lo sea en mi barco. Espero que nos vayamos al cielo a pesar del demonio y su botella.

Después, Lopaka bajó la colina en donde estaba la casa. Keawe se quedó ahí. Estaba muy preocupado por su amigo, pues no quería que le pasara algo malo. La verdad es que también estaba muy contento por haberse deshecho de la botella.

A la mañana siguiente había un clima tan hermoso, que Keawe se olvidaron pronto de sus miedos. Fueron pasando los días y él vivía en una completa alegría. Le gustaba sentarse en el jardín de atrás donde comía y leía los periódicos. Cuando alguien iba a visitarlo, le encantaba mostrar su enorme y bella casa. En fin, que todo era felicidad.

Así iba pasando el tiempo hasta que un día fue a visitar a uno de sus amigos. Aunque la gente que lo conocía se mostró muy amable con él, se regresó muy pronto porque extrañaba su casa. En el camino, al mirar a lo lejos, vio a una hermosa mujer. Al pasar junto a ella le dijo:

—Creí que conocía a todas las personas de este lugar, ¿cómo es que a ti nunca te había visto?

—Soy Kokua, hija de Kiano —dijo la muchacha—. No me conoce porque acabo de llegar. ¿Quién es usted?

—Te lo diré, pero no ahora —dijo Keawe—. Tengo una idea y si te dijera quien soy, tal vez no me responderías de forma sincera. Pero dime, ¿estás casada?

Al oir esto, Kokua se echó a reir.

—A usted le gusta mucho hacer preguntas. Mejor respóndame a mí, ¿está casado?

—No, Kokua, por supuesto que no lo estoy. De hecho, nunca lo había pensado hasta que te conocí. Te diré la verdad. Me he enamorado al ver tus ojos. Por eso mejor dime si te intereso. Si es así, de inmediato iré con tu padre para hablar con él.

La muchacha, en lugar de contestarle, miró al cielo y soltó otra carcajada.

—Si no me dices nada —dijo Keawe—, consideraré que te gusto. Vamos juntos hacia la casa de tu padre.

Cuando llegaron a la puerta, Kiano, el padre de la muchacha, salió a recibir a Keawe y lo llamó por su nombre. En ese momento Kokua se dio cuenta de quién era el joven que la acompañaba y se sorprendió mucho, porque era muy famoso por su gran casa.

Esa noche se divirtieron mucho los tres. Al día siguiente Keawe habló con el padre de Kokua y después se quedó a solas con ella.

Se hicieron novios de inmediato y su relación creció muy rápido. Keawe pensó que no se podía ser más feliz. ¡Lo tenía todo!

—Por primera vez iluminaré todas mis habitaciones y calentaré la bañera —dijo Keawe.

Por eso el empleado se levantó temprano para prender las calderas. Mientras lo hacía, oía a su jefe cantar con alegría. De pronto, ya no se escuchó nada. El empleado preguntó si todo estaba bien, a lo que Keawe sólo respondió con un “sí”.

Keawe no estaba bien. Lo que había ocurrido era esto: mientras se estaba bañando, descubrió en su cuerpo una mancha y fue cuando dejó de cantar. Ya antes había visto algo parecido y sabía que tenía Lepra, una enfermedad muy grave.

Es muy duro estar enfermo de eso, porque hay que irse lejos para no contagiar a nadie. Lo más triste para él, era dejar a su bella novia, porque ni siquiera su casa le importaba tanto. “¿Qué he hecho para que me suceda esto?”, pensaba. “!Oh, mi amada Kokua, tal vez nunca vuelva a acariciarte o a verte! ¡Tú eres la razón por la que sufro tanto!”.

Un hombre malo se habría quedado en la casa y casado con la muchacha, pero Keawe la amaba en verdad y no quería que le sucediera nada malo.

Un poco después de la media noche, se acordó de la botella. Salió al jardín y recordó cuando vio al diablillo. Tan solo de pensarlo, comenzó a tener mucho miedo.

“Esa botella es una cosa horrible”, pensó Keawe. “El diablo también es terrible y todavía peor pasar la eternidad en el infierno; pero, ¿qué otra opción tengo si deseo curarme? ¡Deseo vivir con mi Kokua! Si fui capaz de desafiar al diablo para tener una casa, ¡claro que lo haré para estar con mi amada!”.

Al día siguiente se fue a buscar a Lopaka para recuperar la botella. Primero hizo un largo recorrido en caballo. Fue muy peligroso, porque estaba lloviendo. Él iba galopando porque quería llegar lo más pronto posible. Luego tomó un barco. Ahí se alejó de todos los tripulantes. No tenía ganas de hablar con nadie, por eso se sentó en la cubierta durante casi todo el viaje. Cuando se paraba, sólo era para dar vueltas en la nave. Parecía un león dentro de una jaula.

Al llegar preguntó por Lopaka. Le dijeron que era el dueño del mejor barco de todos y que se fue buscar aventuras. Keawe recordó que Lopaka tenía un amigo abogado y preguntó por él. Le respondieron que se había hecho rico de pronto y ¡tenía una casa nueva y muy hermosa en la ciudad! Al escuchar esto, Keawe fue a buscarlo.

La casa era muy nueva. Cuando el abogado salió para recibirlo, parecía un hombre muy contento con su vida.

—¿Qué puedo hacer por usted? —preguntó el abogado.

—Usted es amigo de Lopaka —replicó Keawe—. De seguro usted sabe que él compró un objeto. Necesito que me ayude a encontrarlo.

El rostro del abogado se puso muy serio.

—No voy a fingir que ignoro de qué me habla —dijo el abogado—, aunque se trata de un asunto muy desagradable. No puedo asegurarle nada, pero si usted va a cierto barrio de la ciudad, tal vez consiga averiguar algo.