—Mi mujer tiene la botella —le dijo—, y si no me ayudas a recuperarla, ya no habrá más diversión esta noche.
—¿La historia de la botella es real? —dijo el delincuente.
—No estoy bromeando —dijo Keawe.
—Debe ser cierto, porque estás tan serio como si estuvieras en un entierro —contestó el criminal.
—Escúchame entonces —dijo Keawe—. Aquí tienes dos céntimos. Entra a la casa y dáselos a mi mujer por la botella. Espero que te la entregue inmediatamente. Tráemela aquí y yo te la compraré por un céntimo, porque esa es la regla con esa botella: hay que venderla por una cantidad menor. Lo más importante es que no le digas que soy yo quien te envía.
—Compañero, ¿te burlando de mí? —dijo el criminal.
—Si fuera así, no te pasaría nada malo.
—Tienes razón, compañero —contestó el delincuente.
—Y si dudas de mí —añadió Keawe—, puedes hacer la prueba. En cuanto salgas de la casa pide que se te llene el bolsillo de dinero y verás que todo es cierto.
—Muy bien —dijo el hombre—, pero si te estás burlando de mí, yo me divertiré contigo con mi barra de hierro.
El criminal se fue por la avenida y Keawe se quedó esperando. Le pareció que ya llevaba mucho tiempo ahí cuando oyó a una persona acercarse. Reconoció la voz del hombre. Llevaba en la mano la botella del diablo.
—¡La conseguiste! —gritó emocionado Keawe.
—¡No te muevas! —dijo el criminal—. Creíste que me ibas a engañar, pero no es así.
—¿Qué significa esto? —preguntó Keawe.
—Pues es muy sencillo —dijo el hombre—, que esa botella es una cosa extraordinaria y no te la voy vender por un céntimo.
—¿No la vendes?
—¡Claro que no! —contestó el delincuente.
—Recuerda que el hombre que muera teniendo esa botella, se irá al infierno —dijo Keawe.
—Pues después de todo lo malo que he hecho en esta vida, de todos modos iré para allá —dijo el hombre—. ¡No señor! ¡Esta botella se queda conmigo!
—Por tu propio bien, te lo ruego, véndemela.
—No me importa lo que digas —replicó el criminal—. Me tomaste por un tonto y ahora puedes darte cuenta que no lo soy.
Luego se fue caminando hacia la ciudad. ¡Así es como desaparece la botella de esta historia!
Keawe corrió a reunirse con Kokua y fueron muy felices en la casa de la colina porque ya nunca supieron de ningún diablillo.