El Corsario Negro página 4

Capítulo 3

Los filibusteros lograron llegar a la playa, vieron a lo lejos su barco y buscaron la canoa. El Corsario dio un discurso:

—He recuperado el cuerpo de mi hermano, debe regresar al agua como lo hacen hombres del mar.

Al día siguiente el barco ya estaba muy lejos. El Corsario no salió de su camarote en todo el día. Moko estuvo con él y luego salió a comer.

—¿Qué pasa con el capitán? —preguntó Carmaux.

—Sólo habla de vengarse del gobernador —contestó Moko—. ¿Sabes por qué se odian tanto?

—Ellos se conocen desde hace mucho. El gobernador también juro vengarse de los hermanos antes de venir a América, pero no se sabe por qué. Eran tres valientes. Sus barcos eran los más veloces. El Corsario Verde era el más joven. Un día, el gobernador logró capturarlo y el joven no sobrevivió.

—Sí, recuerdo eso —dijo Moko—. Nuestro capitán también recuperó el cuerpo de su hermano para llevarlo al mar.

Mientras platicaban, el Corsario Negro salió a cubierta y le dijo a Morgan, el segundo a bordo:

—¿Qué tan lejos va ese barco?

—A seis millas, señor. Es español. ¿Lo atacaremos?

—En cuanto se haga de noche —dijo el Corsario.

El Rayo, la nave del Corsario Negro, iba muy veloz. De repente se escuchó una voz que venía de la otra nave:

—¡Cuidado! ¡Viene un barco sospechoso a babor!

El Rayo estaba a punto de alcanzar a los españoles cuando sonó un gran estruendo. ¡Fue un cañonazo del buque adversario! Era como si dijeran: “no nos ataquen, porque nos vamos a defender”.

Cuando ya estaba muy cerca El Rayo, el buque español disparó de nuevo. Esta vez la bala derribó la bandera del Corsario.

—¿Ya los atacamos? —preguntó Morgan.

—¡Todavía no! —contestó el Corsario.

El buque español seguía disparando, pero no hizo ningún daño importante. En cambio, cuando El Rayo atacó, destruyó la mitad de las defensas de sus enemigos. Cuando ya estaban juntos los barcos, El Corsario gritó:

—¡Al abordaje!

Todos los filibusteros siguieron al Corsario y a Morgan que se lanzaron sobre el barco enemigo. El capitán y sus hombres atacaron tres veces la cubierta, pero fueron rechazados. Tampoco Morgan podía conquistar el castillo de proa. Cuando por fin logró hacerlo, bajó para ayudar a su capitán.

—¡Maten al enemigo! —gritó Morgan.

—¡No! ¡El Corsario Negro vence, pero no asesina! —gritó el Corsario y luego les dijo a los españoles —¡Ríndanse! ¡Yo le aseguro la vida a los valientes!

Un oficial de los españoles paró la batalla y dijo:

—Somos sus prisioneros, señor.

—No —contestó el Corsario—. Ustedes son libres. Dígame, ¿hay alguien más en el barco?

—Mujeres y sus sirvientes. Hay una importante, creo que es una duquesa.

—¡Morgan! Dígales a mis hombres que les regalo el dinero que saquen de la venta de este barco, y también el rescate de la duquesa.

—¡Señor! Pero eso es una fortuna.

—Yo no peleo por dinero.

La puerta de la cámara se abrió y salió una hermosa y joven mujer. Al ver la cubierta del barco, soltó un grito y dijo:

—¿Qué ha pasado, caballero?

—Un combate, señora. Y ustedes perdieron.

—¿Quién es usted?

—Emilio de Roccarena. Señor de Ventimiglia. Pero se me conoce por otro nombre: ¡El Corsario Negro!

La joven duquesa se llenó de terror.

—¡El Corsario Negro! ¡El enemigo de los españoles!

—Lucho contra ellos, pero no los odio. Mire, hasta los dejé libres.

—Soy Honorata Willeman, duquesa de Weltendram, ¿qué planea hacer conmigo?

—Mis hombres pedirán un rescate por usted. No le pasará nada malo, se lo aseguro.

Al día siguiente el Corsario y la duquesa comieron juntos. Platicaron mucho. Después de eso, el Corsario le preguntó a Morgan:

—¿Le daría miedo amar a una mujer?

—¡Desde luego que no! —contestó Morgan.

—A mí sí. Una mujer gitana me leyó la mano y me dijo que me iría muy mal con la primera mujer que amara.