El Corsario Negro página 5

Capítulo 4

Cuando llegaron a tierra, ahí estaban los filibusteros del Olonés. Un capitán casi tan valiente y feroz como el Corsario Negro. Cuando llegó éste, mandó decirle al Olonés que necesitaba hablar con él. Luego fue con la duquesa y le dijo:

—Una balsa vendrá por usted.

—Pero eso no tiene sentido. Todavía soy su prisionera. No le he avisado a nadie para que pague mi rescate. ¿O acaso usted dio el dinero?

—¿Sería algo malo? —contestó el Corsario.

—Es un detalle digno de usted —dijo la duquesa.

—Debo preguntarle algo. ¿Conoce al gobernador de Maracaibo?

Ella se puso pálida. Ya iba a contestar cuando entró un filibustero para decir que ya estaba lista la lancha. La duquesa salió acompañada de Moko, Wan Stiller y Carmaux.

—Acaso no me reconoces —le dijo el filibustero al Corsario Negro.

—¡Eres tú, Pedro!

—Soy el Olonés. El mismo que viste y calza.

Se abrazaron y se contaron sus aventuras, luego el Olonés dijo:

—He preparado todo para atacar Maracaibo. Tenemos ocho naves y seiscientos hombres. Por cierto, ¿quién es esa mujer que acaba de salir?

—Una duquesa por la que acabo de pagar su rescate.

—Parece flamenca. ¿No será pariente de tu enemigo el gobernador? —dijo el Olonés.

—¡Dios no lo quiera!

—¿Por qué te importaría?

—Porque juré acabar con él y con toda su familia.

—Eso no sería problema, a menos que estés enamorado.

—Calla, Pedro, ya no digas nada.

—¿Acaso los filibusteros no podemos amar a una mujer?

—Si, pero sé que algo malo pasará si estoy con ella.

—Entonces, abandónala.

—Demasiado tarde, ya la amo.

—¿Y ella?

—Creo que también. 

Después de esa conversación, el Corsario Negro se fue por el bosque. Por un lugar escondido entró a una casa. Era su hogar.

—¿Dónde está la duquesa? —preguntó el capitán a Moko, quien abrió la puerta.

—Está poniendo la mesa. Sabía que iba a venir a cenar con ella.

El Corsario se fue por un hermoso jardín y la vio poniendo flores sobre el mantel. Fue a saludarla, luego cenaron y platicaron mucho. Al Corsario se le olvidó que tenía una cita con el Olonés y el Vasco, otro capitán filibustero.

—¿Cuándo partirás de nuevo al mar? —preguntó la duquesa.

—Mañana. Debo ir a vengarme de mi enemigo.

—No piensas más que en él —dijo con tristeza la joven.

—Hasta el día de mi muerte —contestó el Corsario—. Quiero preguntarle si me esperará durante mi viaje.

—En realidad, deseo ir con usted.

El Corsario sintió mucha felicidad, pero de inmediato se puso serio.

—Eso es imposible. Los filibusteros no podemos llevar a una mujer cuando se va a hacer una expedición.

—¿Ésa es la verdadera razón?

—No lo sé. Siento que si sube a mi barco de nuevo, algo malo le pasará a usted y no puedo permitirlo.

Capítulo 5

A la mañana siguiente, la expedición partió. Los comandantes eran: el Corsario Negro, Pedro el Olonés y Miguel, el Vasco. El Rayo era el barco más veloz, por eso iba hasta adelante.

Después de navegar dos días, vieron un barco enemigo. El Olonés ordenó que lo persiguieran. Al poco tiempo lo alcanzaron y le ordenaron rendirse, pero los españoles se enfrentaron con ocho cañonazos. La nave enemiga no duró mucho tiempo, y fue tomada por los filibusteros. Mientras eso pasaba, El Rayo vio otro barco escondido y también lo apresaron.

Fue un día pesado, así que el Corsario entró a su cámara a descansar, cuando le llegó un delicioso perfume. “Qué extraño. Si no hubiera dejado a mi duquesa en la tierra, pensaría que está aquí”, pensó.

Miró a su alrededor, pero la oscuridad era total. Sin embargo, le pareció ver una figura blanca e inmóvil en la pared.

—¿Quién está ahí? —gritó el Corsario—. ¡Hable o le mato!

—Soy yo, caballero —dijo una voz suave.

—¡Usted aquí! ¿Estoy soñando? ¿Cómo ha subido al barco? ¿Es que acaso me ama?

La duquesa le dijo que sí lo amaba y el Corsario se puso muy feliz.

—¡Ahora puedo desafiar a la muerte sin temor! —dijo el capitán—. Pero lo lamento mucho, debo dejarla en tierra, porque estoy a punto de cumplir mi venganza.

—Ya debe contarme de qué se trata. ¿Por qué odia tanto a su enemigo?

—Hace muchos años, mis hermanos y yo estábamos defendiendo una fortaleza. Nuestro aliado era un hombre de su tierra, flamenco como usted. Nadie podía vencernos. Una noche, este traidor les abrió las puertas a nuestros enemigos. Eso hizo que mi hermano mayor muriera y que perdiéramos muchos hombres. A este traidor lo hicieron duque y gobernador. Dígame, ¿usted podría perdonarlo?

—No —contestó la duquesa —. ¿Qué planea hacer con ese hombre?

—Acabar con él y con todos los que llevan su apellido: ¡Wan Guld!

En ese momento se escuchó un terrible cañonazo. El Corsario Negro salió de su cámara y gritó a sus filibusteros:

—¡Ya amanece!

La duquesa no trató de detenerlo. Sólo se quedó tirada, con las manos sobre su rostro.