El Corsario Negro página 9

Muy pronto volvieron con malas noticias. Había muchos cañones y no supieron nada del Olonés.

El Corsario, sin voltear a ver si lo seguían sus hombres, se lanzó con la espada en la mano. Los filibusteros dudaron, pero como Carbaux, Stiller, el Vasco y Moko iban tras él, todos lo siguieron. ¡Daban unos gritos horribles!

Los españoles los dejaron acercarse un poco y luego dispararon. Muchos marineros cayeron. La mayoría escapó hacia el bosque. En cambio, el Corsario siguió adelante al mando de un pequeño grupo. Con ellos pasó la línea de fuego y llegó al pie de la colina. Justo en ese momento sonaron dos cañonazos. ¡Era el Olonés!

Todos subieron a la colina y se encontraron arriba.

—Tus refuerzos llegan en el mejor momento —le dijo el Corsario al Olonés.

—Gracias, aunque somos sólo doce. Los demás se quedaron en el camino.

—Tengo un plan. Que tus hombres finjan que se van a rendir. Los míos harán lo mismo.

El Olonés le hizo caso. Luego, a la orden del Corsario todos los filibusteros atacaron con furia. Sus gritos hacían que los españoles temblaran de miedo. Pero los soldados dispararon desde lo alto y el Olonés gritó:

—¡Retirada! ¡Retirada!

Los filibusteros huyeron hacia el bosque. Los españoles pensaron que era el momento de acabar con ellos. Dejaron los cañones, bajaron por los puentes levadizos y corrieron tras los marineros. ¡Eso era lo que estaba esperando el Corsario! De pronto, los filibusteros dieron media vuelta y comenzaron a luchar de nuevo. ¡Lo hacían con mucha furia!

La guardia española no esperaba eso, pero lucharon con valentía. Los filibusteros El Corsario escuchó una voz conocida:

—¡Cuidado, caballero, que voy a acabarlo!

¡Era el Conde! Aquel que lo dejó escapar del barco español.

—¡Conde! Por favor, no me haga pelear con usted. Le debo la vida.

—Ya estamos a mano.

La lucha entre ellos comenzó. Como el Corsario no quería hacerle daño, hizo un movimiento con el que le quitó la espada, pero el Conde tomó una que estaba en el piso y siguió con la pelea. Entonces, el Corsario le dio una estocada que lo dejó sin poder moverse.

—¡A mí, hombres del mar! —gritó el Corsario.

La terrible lucha terminó con muchas pérdidas. Nadie quiso rendirse.

Capítulo 10

Como la ciudad ya no tenía defensas, los filibusteros tomaron todos sus tesoros. Mientras tanto, el Corsario Negro buscaba entre los caídos al gobernador. Carmaux encontró a su amigo catalán, quien les dijo que Wan Guld no estaba ahí. Se había ido a otro puerto.

—¡Lo buscaré donde quiera que esté! —gritó el Corsario.

—A estas horas seguro ya llegó a Nicaragua —dijo el catalán.

El Corsario bajó a la plaza donde se encontró al Olonés. Ahí le contó todo lo que sabía.

—¡Se te ha vuelto a escapar! ¿Qué piensas hacer? —dijo el Olonés.

—Voy a preparar una nueva expedición.

—Bien, pero, ¡yo voy contigo!

A los tres días ya estaba todo listo. Carmaux, Wan Stiller, Moko y el Corsario Negro llegaron a El Rayo junto al catalán. Al subir al barco, todos los filibusteros gritaron:

—¡Viva nuestro capitán!

El Corsario iba a contestarles, cuando vio algo que lo dejó impresionado.

—¡Honorata! ¡Usted aquí!

—Yo, caballero. Qué felicidad volverlo a ver.

En ese mismo momento, el catalán dijo:

—¡La hija del gobernador Wan Guld aquí!

El Corsario, que iba a abrazar a la joven, se regresó y con mucha furia le dijo al español:

—¿Qué has dicho? ¡Habla o aquí terminan tus días!

El catalán no contestó. Miraba a la joven que caminaba hacia atrás como si le hubieran enterrado un cuchillo en el pecho. Nadie decía una palabra en el barco.

—¡Habla! —gritó de nuevo el Corsario.

—Es… es la hija de Wan Guld.

El Corsario Negro lanzó un grito y se cayó al piso. Luego se enderezó como si fuera un tigre. No sabía qué hacer.

—Usted, la hija de un traidor y un asesino. Debo cumplir mi promesa, usted morirá esta noche.

—Moriré feliz en manos del hombre que amo.

El pobre Corsario estaba desesperado. No sabía qué hacer.

—Bajen una balsa —ordenó el capitán.

Subió a la joven, tiró la balsa al mar y la dejó ir para siempre. Algunos cuentan que vieron llorar al Corsario Negro.