El fantasma de Canterville página 2

El señor Otis y su esposa le aseguraron al ama de llaves que ellos no tenían miedo de ningún fantasma.

La anciana, después de darles la bendición a sus nuevos jefes y conseguir un aumento de salario, se retiró a su habitación.

CAPÍTULO 2

En la noche hubo una gran tormenta, pero no sucedió nada extraordinario.

Al día siguiente, por la mañana, cuando bajaron para desayunar, encontraron la terrible mancha de nuevo sobre la madera.

—No creo que sea la culpa del limpiador sin rival —dijo Washington—, pues lo he ensayado en toda clase de manchas. Debe ser cosa del fantasma.

Borró la mancha de nuevo frotando un poco. Al otro día ya había aparecido de nuevo, lo que era extraño, porque el ama de llaves había cerrado la biblioteca por la noche.

Desde entonces, la familia comenzó a interesarse por este asunto.

Aquella noche ya no hubo más dudas sobre la existencia del fantasma. La familia había aprovechado la frescura de la tarde para dar un paseo, luego cenaron ligeramente a las nueve. La conversación no fue sobre fantasmas, así que nadie esperaba que sucediera algo extraño.

A las once, la familia se retiró y a las doce y media todas las luces estaban apagadas.

Poco después, el señor Otis escuchó un ruido singular que venía del corredor. Parecía de hierros viejos y cada vez se acercaba más. Se levantó de inmediato, encendió la luz y miró la hora. Era la una en punto.

El señor Otis estaba perfectamente tranquilo, se tomó la presión para ver si estaba alterado y se encontraba bien. El extraño ruido continuaba, al mismo tiempo que escuchaba unos pasos.

El señor Otis se puso las zapatillas, tomó un frasquito de su tocador y abrió la puerta.

Frente a él vio a un viejo de aspecto terrible. Sus ojos parecían carbones encendidos. Una larga cabellera gris le caía sobre los hombros. Sus ropas estaban manchadas y sucias. De sus muñecas y sus tobillos colgaban unas pesadas cadenas y unos grilletes oxidados.

—Mi distinguido visitante –dijo el señor Otis—, permítame que le ruegue que le ponga aceite a esas cadenas. Le he traído una botella de engrasador para que la use. Se llama “Sol-Levante” y dicen que con ponerla una sola vez se arregla el problema. Voy a dejársela aquí, junto a las mecedoras. Y será un placer para mí darle más si usted lo desea.

Después de decir esto, el ministro de los Estados Unidos dejó el frasquito sobre una mesa de mármol, cerró la puerta y volvió a la cama.

El fantasma de Canterville se quedó inmóvil algunos minutos por lo enojado que estaba. Después tiró el frasquito contra el suelo y huyó por el corredor, lanzando gruñidos y despidiendo una extraña luz verde.

Sin embargo, al llegar a la gran escalera de roble, se abrió una puerta. De ahí aparecieron dos siluetas infantiles, vestidas de blanco, y una gran almohada le pegó en la cabeza.

Es claro que no había tiempo que perder, así que, utilizando como medio de escape la cuarta dimensión del espacio, se desvaneció a través de la madera y la casa recobró su tranquilidad.

Al llegar a un cuartito secreto de la casa, se recargó en un rayo de Luna para recuperar el aliento y se puso a reflexionar sobre lo que estaba sucediendo. Jamás, en toda su brillante carrera de fantasma, lo habían insultado así.

Se acordó de la duquesa viuda, a quien le provocó una crisis de terror cuando se estaba mirando al espejo; de las cuatro doncellas a las que había vuelto un poco locas cuando las espantó en una sala de invitados; del rector de la parroquia, a quien le apagó la vela en la biblioteca; de una anciana, a quien se le apareció sentado en un sillón, en forma de esqueleto y leyendo un diario. También se acordó del día en que le hizo tragar una carta al mismo lord Canterville.

Todas sus grandes hazañas le volvían a la mente. Vio al mayordomo que se fue porque vio una mano voladora tamborilear unos cristales. Al recordar todos sus horribles actos, se sintió como un artista.

¿Y todo para qué? ¡Para que unos miserables americanos le ofrecieran un frasquito de engrasador y le tiraran almohadas en la cabeza! Eso era realmente intolerable.

Además, la historia nos enseña que un fantasma jamás ha sido tratado de esa manera. Por eso llegó a la conclusión de que debía tomar la revancha y permaneció en la habitación meditando cómo lo haría.

Capítulo 3

A la mañana siguiente, en el almuerzo, la familia Otis habló mucho sobre el fantasma. El ministro estaba ofendido, porque su ofrecimiento de la grasa para las cadenas fue rechazado.

—No quisiera hablar mal del fantasma, y como él ha estado mucho tiempo en esta casa, considero que no fue nada cortés tirarle una almohada en la cabeza —dijo el ministro.

Los gemelos, al escuchar esto, soltaron una gran carcajada.

—Pero por otro lado —continuó el señor Otis—, si se empeña en no usar el engrasador marca ”Sol-Levante”, tendremos que quitarle las cadenas. No es posible dormir con ese ruido en los pasillos.

Sin embargo, durante toda la semana no fueron molestados. Lo único que les llamó la atención fue la continua aparición de la mancha de sangre en el piso de madera de la biblioteca. Era muy extraño, porque la señora Otis cerraba con llave la puerta y las ventanas.