CAPÍTULO 4
Al día siguiente el fantasma se sentía muy cansado. Las terribles emociones de las últimas semanas estaban haciendo su efecto. Cualquier ruido lo alteraba. No salió de su habitación y decidió dejar en paz un rato la mancha de sangre. Ya que la familia Otis no deseaba verla, era claro que no la merecía. A esa familia sólo le interesaban las cosas materiales y no comprendían el valor de los fenómenos sobrenaturales.
Lo que no dejó de hacer fue mostrarse en el corredor una vez a la semana y espantar por la ventana el primero y el tercer miércoles de cada mes. Aunque en vida fue muy criminal, era muy dedicado en las cuestiones de espíritus.
Por eso los tres sábados siguientes atravesó, como de costumbre, el comedor entre doce de la noche y tres de la madrugada, tomando todas las precauciones para no ser visto ni oído.
Se quitaba las botas, pisaba lo más ligeramente posible sobre las viejas maderas, se envolvía en una gran capa de terciopelo negro y no dejaba de usar el engrasador “Sol-Levante” para que sus cadenas no hicieran ruido. Le costó mucho trabajo tomar esta decisión, pero una noche se deslizó en el cuarto del señor Otis y se llevó el frasquito.
Al principio se sintió humillado, pero después fue razonable y comprendió que aquel era un buen invento y que, incluso, le ayudaba a realizar sus proyectos.
A pesar de todo, todavía sufría mucho en esa casa. La familia no dejaba de ponerle cuerdas para que se tropezara en la oscuridad, y una vez que se había disfrazado de Isaac el Negro, cayó fuertemente al piso por unas maderas con jabón que habían preparado los gemelos.
Esta última agresión lo hizo enojar tanto que decidió hacer un nuevo esfuerzo para recuperar su dignidad y su posición social. Para esto utilizó un disfraz que no había usado en 60 años, y como era una creación muy complicada, necesitó tres horas para hacer los preparativos.
Por fin quedó todo listo y él quedó contentísimo con su disfraz, así que a la una cuarto se deslizó por las paredes y bajó al corredor.
Cuando estuvo cerca de la habitación ocupada por los gemelos, se encontró con la puerta entreabierta. Como quería hacer una entrada impactante la empujó con fuerza, pero se le vino encima una jarra de agua que le empapó hasta los huesos. Al mismo tiempo escuchó unas risotadas que venían de la doble cama del cuarto.
Se puso tan nervioso que tuvo que regresar a sus habitaciones a toda velocidad y permanecer en cama todo el día. Su único consuelo es el de no haber llevado su cabeza sobre los hombros, porque las consecuencias pudieron ser más graves.
Desde entonces, renunció a espantar a aquella familia de americanos y se dedicó a vagar por los pasillos con zapatillas y envuelto por una gruesa bufanda para que no le hicieran daño las corrientes de aire; también traía un pequeño rifle para espantar a los gemelos si se llegara a cruzar con ellos. En fin, que el fantasma ya no quería saber nada de esa familia y era muy cuidadoso. Todo el mundo se imaginaba que había desaparecido.
CAPÍTULO 4
Virginia tenía un admirador de cabello rizado con el que salía a pasear a caballo. Un día se le rompió el vestido, por lo que tuvo que entrar por detrás de la casa para que no la vieran. Al pasar corriendo por el salón de tapices le pareció ver a alguien. Se asomó para ver quién era y ¡gran sorpresa! Era el fantasma de Canterville en persona.
La muchacha caminó hacia él sin que se diera cuenta y le dijo:
—Lo he sentido mucho por usted, pero mis hermanos regresan mañana a Estados Unidos y si se porta bien, ya nadie lo molestará.
—No puede pedirme que me porte bien —le contestó el fantasma—. Es necesario que yo arrastre mis cadenas, que gruña por las cerraduras y espante en la noche. ¿Es eso a lo que usted llama portarse mal? Porque ésa es mi razón de ser.
—¿Tiene usted hambre? Hay un sándwich en la cocina. ¿Lo quiere?
—Es usted más amable que el resto de su horrible, ordinaria y ladrona familia.
—¡Basta! —Exclamó Virginia, dando con el pie en el suelo— El horrible y ordinario es usted. En cuanto a lo de ladrón, bien sabe que me ha robado mis colores para pintar esa horrible mancha de sangre, y yo no lo he acusado. Además, ¿se ha visto alguna vez sangre verde esmeralda?
—Vamos a ver —dijo el fantasma con cierta dulzura—. ¿Qué podía yo hacer? En estos tiempos ya no es tan fácil conseguir sangre verdadera.
—Ya me voy.
—No se vaya, señorita Virginia, se lo suplico. Estoy tan solo y tan triste que no sé qué hacer. Quiero irme a dormir y no puedo.
—Pues sólo tiene que acostarse y cerrar los ojos. Mire a los gemelos, ellos duermen fácilmente.
—Pero yo hace más de trescientos años que no duermo, así que me siento cansadísimo.