El hombre invisible página 2

Las mil y un botellas

Su equipaje llegó al día siguiente y llamaba mucho la atención. Había un par de baúles, una caja llena de libros con escritura que no se entendía y más de doce cajas con botellas, como pudo comprobar el señor Hall al mover un poco la paja que las cubría. El forastero, cubierto con sombrero, gafas, abrigo, guantes y una capa, salió impaciente a esperar la carreta. Cuando llegó, lo primero que hizo fue tomar una pequeña caja, pero el perro del carretero de inmediato se lanzó hacia él y le mordió la mano.

El carretero y el señor Hall vieron cómo el perro hundía sus dientes en la mano del forastero y después de que éste lo empujara, vieron como el perro dio una vuelta para morderle la pierna. Finalmente el carretero logró controlar a su animal.

El forastero se vio la mano, luego la pierna y se regresó hacia la posada.

Después de contarle a su esposa lo sucedido, el señor Hall subió al salón. Como la puerta estaba entreabierta entró a la habitación. Vio algo muy extraño, como un brazo sin mano que le hacía señas y una cara con tres grandes agujeros blancos. De pronto recibió un fuerte golpe en el pecho y cayó de espaldas fuera del cuarto; al mismo tiempo cerraron la puerta y echaron llave. Todo sucedió tan rápido que el señor Hall no supo que ocurrió.

Como el señor Hall no comprendía lo que pasó arriba, sólo pudo decir:

—Dice que no quiere ayuda de nadie. Será mejor que descarguemos el equipaje.

Mientras los vecinos comentaban lo que había pasado, el perro comenzó a gruñir de nuevo.

—¡Vamos! —gritó una voz enfadada que era del forastero completamente cubierto de ropa—. Cuanto antes suban el equipaje, mejor.

—¿Le hizo mucho daño el perro? —preguntó el carretero.

—No ha sido nada, ni siquiera me rozó la piel.

En cuanto el primer cajón estuvo en el cuarto, el desconocido lo abrió de inmediato. Sacó varias botellas y frascos pequeños que contenían polvos. Todos eran de diferentes tamaños y colores. Poco a poco lo fue acomodando en el cuarto. Después se puso a trabajar sin importarle que había dejado paja tirada en el suelo.

Cuando la señora Hall entró, él no se dio cuenta de su presencia hasta ya había terminado de limpiar. Ella se dio cuenta que él no tenía puestas las gafas y le pareció ver que en lugar de ojos tenía dos enormes agujeros.

—Me gustaría que no vuelva a entrar sin avisar antes —le dijo a la señora Hall—. Mis investigaciones son muy importantes, sin me distrae puede ocurrir un accidente.

—Puede encerrarse con llave —dijo ella.

Según la señora Hall, el forastero estuvo trabajando toda la tarde. En una ocasión se escuchó un fuerte golpe y el ruido de botellas cayendo al suelo. Como tenía miedo que algo le hubiera sucedido al hombre, se acercó a la puerta donde escuchó que él decía:

—¡No puedo más! —gritaba el extranjero—. ¡No puedo seguir así! ¡Trescientos mil, cuatrocientos mil! ¡Una gran multitud! ¡Me va a costar la vida! Paciencia, ¡necesito mucha paciencia! ¡Soy un loco!

El señor Cus habla con el forastero

El forastero se quedó mucho tiempo en la fonda. No pasó nada interesante hasta abril, en que comenzó a notarse que el extranjero ya no tenía mucho dinero.

Durante el día, pocas veces salía de la posada, pero por las noches salía a pasear completamente tapado y en los lugares más solitarios del lugar. Los niños que lo habían visto tenían pesadillas y soñaban con fantasmas. Ellos lo odiaban y parecía qué él también a ellos.

Cuando le preguntaban a la señora Hall a qué se dedicaba el forastero, sólo contestaba que era un investigador experimental, pero como nadie sabía qué era eso, ella les decía: “descubre cosas”. También les contaba que había tenido un accidente y que por eso siempre estaba todo cubierto.

A pesar de esto, la gente pensaba que era un criminal que estaba huyendo de la ley y que se tapaba la cara para que no lo encontraran. Algunos creían que hacía bombas, pero nadie descubrió nada acerca de él. En realidad, lo que la mayoría pensaba era que el hombre estaba loco.

Pero dejando de lado las teorías de quién era, a la gente del pueblo le desagradaba. Cuando lo veían, todos se apartaban de su camino. En aquel tiempo había una canción popular que se llamaba El hombre fantasma, así que cuando los niños lo veían, comenzaban a caminar detrás de él gritando: “Fantasma, fantasma”.

Cus, el boticario, tenía mucha curiosidad. Los vendajes del desconocido atraían su interés profesional. Tal vez tenía celos de las mil y un botellas que tenía el científico. Un día inventó un pretexto para ir a visitarlo y entró al salón donde dormía. Entró rápido y cerró la puerta para que la señora Hall no pudiera escuchar. Ella oyó murmullos durante unos minutos, después un grito de sorpresa, el golpe de una silla, una sonora carcajada y luego vio al señor Cus con la cara pálida que sin despedirse corrió hacia la carretera.

Cus cruzó el pueblo hacia la casa del vicario.

—¿Le parece que estoy loco? —le preguntó Cus a Bunting, el vicario.

—¿Qué ha pasado? No entiendo lo que me dice —le contestó el vicario que preparaba el sermón que daría en la iglesia.

El boticario se sentó para calmarse un poco y comenzó a contar que había entrado a la habitación del forastero.

—Cuando entré, se metió las manos a los bolsillos, y se dejó caer en la silla. Había botellas llenas de productos químicos por todos lados. Le pregunté si estaba realizando alguna investigación y si llevaba mucho tiempo con ella. Él me contestó incómodo que así era. De pronto se molestó mucho. El forastero tenía en sus manos una receta que parecía ser muy valiosa para él. Le pregunté si se la había recetado el médico y me habló de forma grosera. “¿Qué es lo que en realidad anda buscando?”, me preguntó. Leyó la receta que tenía cinco ingredientes. La puso encima de la mesa pero el aire hizo que volara.

—No veo nada interesante en lo que me cuenta.

—Se lo dire: ¡El hombre no tenía mano! La manga estaba vacía. Creí que tenía alguna deformidad, pero luego pensé: “¿por qué parece que sí tiene mano si no se le ve? Entonces él se me quedó mirando y me dijo: “Hablábamos de la receta” y yo le dije: “¿Cómo puede mover la manga vacía de su abrigo?”.

—¿Dijo que mi manga está vacía? —preguntó el forastero.

Entonces sacó la mano del bolsillo y la dirigió hacia mí como para enseñármela de nuevo. Me preguntó si veía algo y le dije que no, que la manga estaba vacía. Yo comencé a tener mucho miedo. Y de pronto, algo parecido a un dedo que no podía ver, me pellizcó la nariz.

El vicario comenzó a reírse de Cus.