El hombre invisible página 8

Algunos principios

Kemp subió a ver a su visitante y después del saludo le pidió que le contara sobre su invisibilidad.

Griffin le conté que a los veintidós años trabajó mucho en su investigación y que descubrió algo sobre cómo se pintan las cosas que nadie más sabía. Era una cuestión sencilla, sobre cómo se refleja la luz en las superficies. Primero le explicó que en realidad los hombres somos casi transparentes, pero la luz hace que nos veamos más, luego le dijo que había encontrado una manera de que la sangre se hiciera blanca y luego invisible, sin que se afectara el cuerpo. En fin, que le contó que durante muchos años sólo se dedicó a investigar cómo hacerse invisible.

—En ese tiempo murió mi padre —contaba el hombre invisible—. Estaba tan metido en mi investigación que ni siquiera sufrí su pérdida. Después de un tiempo me di cuenta que estaba completamente solo, que ya no tenía ni amigos. Pero lo único que yo amaba eran mis aparatos. Mis experimentos comenzaron un trapo de lana que pude hacer invisible, luego continué con una gata, pero algo extraño pasó, porque sus ojos seguían igual, era muy raro verla.

—¿Entonces hay un gato invisible por ahí?

—Pues imagino que sí, por lo menos vi a una multitud extrañada porque no sabían de dónde salían unos maullidos cerca de mi casa.

—Después de eso tuve que tomar una rápida decisión, porque mi casero decía que yo hacía mucho ruido con mis aparatos y fue a inspeccionar lo que pasaba. En un momento me alteré, lo tomé del cuello y lo saqué a la fuerza de mi cuarto. Por eso tomé mis tres libretas y mi dinero, las que tiene el vagabundo del que te hablé. En ese momento lo hice todo, activé mis aparatos y comencé el proceso para hacerme invisible.

—¿Cómo fue?

—Fue terrible. Jamás había tenido un dolor tan intenso. Todo el cuerpo me ardía. Perdí el conocimiento y después de no sé cuánto tiempo, desperté sin fuerzas. El cambio no fue de inmediato, porque había partes que todavía no desaparecían. Era como ver a través de un cristal sucio. En ese momento llegó mi casero con dos de sus hijos para correrme. Golpearon muy fuerte la puerta, y cuando por fin lograron entrar se sorprendieron mucho porque me habían escuchado adentro pero no me veían. Para ellos, yo no estaba ahí. Ellos se fueron decepcionados porque no encontraron nada malo en mi cuarto. Luego le prendí fuego a la casa y me fui.

—¿Le prendiste fuego a la casa? —preguntó impactado el doctor Kemp

—Sí, tenía que hacerlo para borrar mis huellas.

En la calle Oxford

—Cuando bajé las escaleras tuve muchas dificultades, tropecé dos veces y me costaba agarrarme del barandal. Me dieron ganas de bromear a la gente, de asustarla, de tirarle el sombrero a alguien. Pasaron muchas cosas, pero lo primero que aprendí es que debía cuidarme de los perros, porque su olfato es muy poderoso. Para ellos es como si no fuera invisible.

—Debió ser complicado.

—Cuando llegó el mes de enero tuve que cuidarme porque si me caía nieve encima me habría delatado. Si revelaba mi secreto me convertiría en un espectáculo para la gente. Estaba desesperado porque no tenía donde dormir, cuando encontré una gran tienda donde vendían de todo. Podía quedarme ahí hasta que cerraran y luego hasta dormir en una cama. Me parecía un buen plan. Cuando ya se fueron todos, tomé ropa para ya no pasar frío. Me quedé dormido, pero a la mañana siguiente los empleados llegaron para abrir la tienda pero yo seguía ahí. Me desperté así que hice ruido, por lo que ellos fueron a averiguar qué pasaba. Yo intenté huir, pero todo estaba cerrado. En ese momento no se me ocurrió quitarme la ropa para que no me vieran.

—Luego, ¿qué sucedió?

—Me seguían persiguiendo. Yo les lanzaba cosas a los empleados pero nada funcionaba. Por fin me quité la ropa. De pronto apareció la policía, pero yo ya era invisible de nuevo. Lo más triste es que perdí de nuevo mi ropa y no sabía qué iba a hacer en el futuro.

Más problemas

—Imagino que ya te habrás dado cuenta de lo complicado de mi situación. Además, no había comido, y si lo hacía, la comida no es transparente, por lo que la gente podía verme.

—Eso no se me había ocurrido —dijo Kemp.

—Después de mucho caminar, encontré lo que buscaba, una pequeña tienda con disfraces y ropa vieja. De ahí podría tomar un abrigo, lentes, una peluca y alguna nariz falsa. Seguro me vería horrible, pero por lo menos ya parecería humano de nuevo. Aunque me costó mucho trabajo, pude conseguirlo todo, lo malo fue que tuve que golpear al dueño de la tienda, amarrarlo y robarle su dinero.

—¿Es que no te importan las reglas de la sociedad?

—Tenía que hacerlo, si ese hombre me hubiera visto, me habría disparado con su pistola.

—¿Qué hiciste después?

—Tenía mucha hambre. Abajo encontré queso y pan. Tomé un poco de agua y volví a la habitación donde estaba la ropa. Me arreglé completamente, me puse nariz falsa, los bigotes, los lentes, la peluca y el abrigo. Revisé que estuviera completamente cubierto y que pareciera normal. Me costó un poco de trabajo salir a la calle, pero después de unos minutos ya estaba a unas quince cuadras de ahí y nadie había notado mi presencia.

—¿Cómo te sentías?

—Estaba desilusionado. Creí que siendo invisible lo iba a obtener todo, pero aunque así fuera, no podía disfrutar de nada. En fin, que se me ocurrió la idea de que podía deshacerlo todo, volverme visible de nuevo, por eso fui a trabajar al pueblo. Por eso necesito tu ayuda, para que lo hagamos juntos.

—Pero, ¿y todo lo que pasó en el pueblo, es cierto?

—Sí, lo es. Pero tienes que entenderme. Ellos se interpusieron en mi camino. Yo estaba en mi cuarto sin molestar a nadie, sólo trabajaba. Tienes que entender que yo había trabajado mucho y ellos echaron a perder todo.

—Sí, Griffin, parecen razones suficientes para estar muy molesto.

El plan que fracasó

—¿Qué planeas hacer ahora? —preguntó Kemp.

—Antes tengo que saber dónde están mis libros.

—Pues los tiene el vagabundo, que está en una celda para su protección.

—Bueno, pues mi plan es sencillo. Tenemos que tomar una ciudad. Si algún habitante decide no obedecer nuestras órdenes, pues acabamos con él. En eso soy invencible, puedo atacar a quien sea sin importar el arma que tenga.

—¡Bah! —dijo Kemp, que ya no escuchaba a Griffin, sino que estaba atento a lo que sucedía abajo, ya que escuchó algunos ruidos.

—Shhh —dijo Griffin—. Algo se escuchó abajo.

—No fue nada, seguro fueron mis empleados. Ahora, quiero preguntarte, ¿por qué quieres atacar a la humanidad? ¿Cómo puedes esperar alcanzar la felicidad así? Mejor publica tus resultados para que todo el mundo sea tu cómplice. Imagina lo que podrías hacer si un millón de personas te ayudan.

—Escucho pasos que se acercan —dijo el hombre invisible—. Eres un traidor.

Griffin, al darse cuenta que venían por él, se quitó la ropa de inmediato. Kemp quiso escapar, pero el hombre invisible lo sujetó. El coronel Adye, que era el jefe de la policía de Burdock, vio cómo una bata volando atacaba a Kemp. El coronel recibió un fuerte golpe que lo hizo rodar por las escaleras. Se escuchó el grito de uno de los oficiales de policía que estaban abajo y se escuchó un portazo.

—¡Dios mío! ¡Todo se ha perdido! ¡Se ha escapado! —dijo Kemp.