Juan Canty estaba arrastrando al verdadero príncipe por las calles. Entre tanto ruido, nadie escuchaba sus gritos. Poco después, el joven ya estaba en la horrible casa. En un rincón había una bruja cubierta de harapos, el cabello sucio y revuelto y una mirada de maldad.
—Ven acá —le dijo Juan Canty a la anciana—. Nos vamos a divertir muchísimo. No lo vayas a echar a perder. No le pegues al niño hasta que yo te diga. Ven acá, muchacho. Repite las locuras que has dicho. Dime cómo te llamas. ¿Quién eres?
El príncipe estaba furioso, sus mejillas se le pusieron rojas. Aun así, contestó con calma:
—Su poca educación hace que me hables de esa forma. Te lo repito ahora como ya lo dije antes, soy Eduardo, el príncipe de Gales.
La bruja se sorprendió tanto que no supo qué decir. Juan sólo soltó una carcajada. En cambio, la madre y las hermanas, que también estaban ahí, corrieron por él. Tenían miedo de que le pegaran.
—¡Oh, pobre Tom, pobre muchacho!
La madre se puso de rodillas. ¡Estaba llorando!
—¡Oh, pobre hijo mío! —exclamó— ¡Tus libros te han vuelto loco! ¿Por qué no escuchaste mis consejos? Me has destrozado el corazón.
El príncipe la miró a la cara y le dijo con cariño:
—Buena mujer, tu hijo está sano y salvo. No se volvió loco. Tranquilízate. Llévame al palacio y mi padre te lo devolverá de inmediato.
—¡El rey tu padre! Hijo, ya no repitas esas palabras. Vas a hacer que te lastimen. Quita de tu mente esta pesadilla. ¡Recobra tu memoria! Mírame bien, ¿acaso no reconoces a tu madre?
—Me duele mucho lastimar tu corazón, pero nunca había visto tu cara.
La mujer se tiró en el piso. No podía soportar lo que pasaba. En cambio, Juan Canty estaba feliz.
—¡Que siga la función! A ver, ustedes, Bet y Nan. ¿Cómo es posible que estén de pie ante el príncipe de Gales. ¡De rodillas, pordioseras!
—Como quieras —dijo Nan—. Pero por favor, deja que se acueste, que descanse. El sueño curará su locura. Si lo permites, mañana volverá a pedir limosna y te dará todo el dinero.
—A ver. Enséñame cuánto ganaste hoy —le dijo Canty al muchacho.
—Te repito que soy el príncipe de Gales.
Al escuchar esa respuesta, Juan Canty le dio un terrible manotazo en el hombro. El joven fue a dar a los brazos de su madre, que trató de defenderlo de la lluvia de golpes.
—No se preocupe por mí, señora. Deje que estos cochinos hagan conmigo lo que quieran.
Esto hizo enojar todavía más al padre y a la abuela. Así que le pegaron con más fuerza y todavía lastimaron a la madre y a las hermanas por tratar de defenderlo.
—¡Ahora, a dormir! Ya me cansé de la diversión —dijo Canty.
Cuando los ronquidos del padre y de la abuela comenzaron a sonar, las hermanas se acercaron al príncipe para cubrirlo del frío con paja. También la madre llegó hasta él y le acarició el cabello.
Mientras estaba acostada junto a su hijo, comenzó a pensar que había algo extraño en él. ¿Y si realmente no fuera su niño? Pero no, ese pensamiento era absurdo. Quiso dormir, pero se dio cuenta que esa idea iba y venía. Tenía que hacer una prueba para saber si era o no su pequeño. Era sencillo, cuando Tom se espantaba, se cubría con las palmas de las manos hacia afuera y no hacia adentro, como hacen todos. Eso le daría la respuesta.
Se acercó al muchacho y lo espantó, pero el joven no hizo el movimiento esperado. La pobre mujer se quedó muy triste, tal vez la locura del niño cambió ese gesto que siempre hacía. Como no estaba convencida, lo despertó dos veces más, pero el resultado fue el mismo.
—¡Tiene que ser mi hijo! —dijo en voz baja.
Después de algunas horas, el príncipe comenzó a hablar dormido.
—¡Sir William! —murmuró—. No vas a creer el sueño tan extraño que he tenido. ¿Me escuchas, sir William? ¡Guardias! ¿Dónde están todos?
—¿A quién llamas? —preguntó una voz a su lado.
—A sir William Herbert. ¿Quién eres tú?―preguntó Eduardo despertando.
—Pues tu hermana Nan. ¡Oh, Tom! Se me había olvidado que todavía estás loco. Te suplico que ya no hables más, o harás que nos peguen de nuevo a todos.
—¡Ay! ¡Entonces no era un sueño! —dijo muy triste el príncipe.
Luego comprendió que ya no era el hijo del rey, sino un simple pordiosero. En eso se escucharon unos golpes en la puerta. Canty dejó de roncar y preguntó quién tocaba así.
—¿Sabes a quién golpeaste con tu estaca? —dijo una voz afuera de la casa.
—No lo sé, ni me interesa.
—Pues sí te va a importar, y sólo si escapas saldrás vivo de ésta. ¡Era el cura Andrés!
—¡Válgame Dios! —dijo Juan mientras despertaba a toda la familia—. ¡Levántense y huyamos!
Salieron de la casa corriendo. Canty les ordenó que, en caso de separarse, fueran al puente Londres. Jamás se imaginaron que en ese momento había una fiesta enorme con gente en todas las calles. En pocos minutos la familia se separó sin saber dónde estaban los demás.
Al estar libre, pero solo, el príncipe se puso a pensar: “Tom fingió ser el príncipe. ¡Es un traidor!”.
En medio de la fiesta en honor al príncipe de Gales, Tom iba en un pequeño y lujoso barco por el río. Estaba acompañado de las princesas, y claro, de muchos sirvientes. Llegaron al Ayuntamiento donde fueron recibidos con honores. Ahí comieron y les presentaron un espectáculo con bufones.
Mientras esto sucedía, afuera del Ayuntamiento estaba el príncipe. Gritaba que él era el verdadero. La gente se reía alrededor de él.
—¡Les repito que soy el príncipe de Gales! Y aunque ahora no tengo amigos, no me moveré de aquí hasta que me escuchen.
—A mí no me importa si eres príncipe o no. Me gusta tu valentía. Así que te has ganado mi amistad —dijo un hombre llamado Miles Hendon, quien vestía con ropa elegante, pero vieja.
Las personas comenzaron a burlarse también de él. La gente ya estaba tan alterada, que una mano intentó jalar al príncipe. De inmediato, Miles Hendon sacó su espada y le dio un golpe al dueño de la mano. Entonces se escucharon muchas voces:
—¡No dejen que se escape!
El defensor del príncipe atacó con su espada a muchos, pero eran demasiados adversarios. Parecía que iba a morir ahí, cuando se escuchó una trompeta y una voz gritó: