El príncipe y el mendigo página 5

—¡Dejen pasar al mensajero del rey!

En ese momento Hendon tomó al príncipe en sus brazos y huyeron juntos de allí.

Mientras eso sucedía, el mensajero anunció:

—¡El rey ha muerto!

Todo mundo se puso de rodillas. Permanecieron en silencio algunos momentos y luego, al ver a Tom en el balcón, gritaron:

—¡Viva el nuevo rey!

Tom estaba paralizado. No sabía qué hacer. Todos estaban arrodillados ante él. ¡Hasta las princesas! Entonces llamó a Hertford y dijo:

—Dime la verdad. Si yo diera una orden aquí y ahora, ¿tendría que cumplirse sin que nadie lo impida?

—Así es, mi señor. Sus palabras son leyes.

Tom sonrió y dijo con voz fuerte:

—¡A partir de ahora, la ley del rey será la del perdón y nunca más la de la sangre! Vayan a informar que el duque no será ejecutado.

Todo el pueblo se puso muy feliz y gritó:

—¡Viva el rey Eduardo de Inglaterra!

Miles Hendon y el príncipe escaparon por callejones oscuros. En todos lados se comentaba la muerte del rey. El pobre príncipe estaba muy triste. ¡Su padre murió y no pudo estar con él! Algunas lágrimas recorrieron sus mejillas. De pronto, se dio cuenta de algo: “soy el rey”.

Hendon lo llevó al hostal donde dormía. Estaba en el puente de Londres. Ya iban a entrar cuando se escuchó una voz que decía:

—Ah, por fin has vuelto. ¡Ahora ya no vas a escaparte más! ¡Te lo aseguro!

Quien dijo eso fue Juan Canty. Ya iba a tomar de la ropa al príncipe cuando Hendon se puso en su camino.

—No tan rápido, amigo. No veo necesidad de ser brusco. ¿Qué tienes que ver con este muchacho?

—¡Es mi hijo!

—Eso es mentira, dijo el reyecito. Por favor, llévame contigo. Si me voy con él, me golpeará.

Canty y Hendon comenzaron a luchar por el joven. Juan vio que Miles era más fuerte, así que decidió irse. Entraron a la casa. El reyecito, agotado, se tiró en la cama y sólo alcanzó a decir:

—Por favor avísame cuando esté lista la cena.

Al despertar, vio que Hendon ya le había preparado la comida. Estaba incómodo porque no se había lavado.

—Buen señor, quisiera limpiarme antes de comer.

—No me pidas permiso para nada. Ésta es tu casa —dijo el caballero.

—Entonces, por favor echa agua y no gastes tantas palabras.

Hendon iba a reírse, pero no lo hizo. Se dio cuenta que el muchacho en verdad se creía el rey, así que le siguió la corriente. El joven se sentó a la mesa, pero cuando su compañero iba a acompañarlo, le dijo:

—¿Cómo te atreves a sentarte junto al rey? Anda, platícame tu vida.

Miles le narró la historia de su familia y luego el rey se puso a contarle todos los acontecimientos desde que encontró a Tom afuera de su palacio. El caballero pensó que ese muchacho tenía una imaginación maravillosa.

Al día siguiente, Hendon salió a comprar el desayuno. Cuando regresó, ¡el rey ya no estaba! Un muchacho fue por él diciendo que el caballero lo esperaba en el puente. ¡El rey fue engañado! Miles se dio cuenta enseguida que el raptor había sido Canty.

El caballero salió a buscarlo. “No pararé hasta que lo encuentre” pensó.

Tom estaba muy aburrido con los asuntos de la corte. Todo era firmar papeles y dar órdenes. ¡No era como en sus sueños! El canciller, el hombre que sabía la pérdida del sello real, estaba sorprendido con la mejoría del rey. Poco a poco su memoria estaba regresando. Lo que en verdad sucedió, es que Tom era muy inteligente y aprendía rápido todo lo necesario para vivir en la corte.

—Ya que lo veo mejor quiero preguntarle, ¿recuerda dónde puso el sello real?

—¿Qué forma tenía? —preguntó Tom.

Con esa pregunta, el canciller pensó que el rey todavía estaba muy enfermo, pues no podía ser que olvidara eso.

Los días pasaron y Tom se ponía cada vez más triste. ¡No le gustaba ser rey! Se sentía como preso. En cierta ocasión, escuchó mucho ruido en la calle. Al asomarse por la ventana, vio a una multitud. Entonces dijo:

—¡Que los soldados eviten que se vaya esa gente! ¡Quiero saber qué sucede!

Un mensajero corrió de inmediato y Tom se sintió muy bien. “Así es como yo me imaginaba que era ser rey: dar órdenes y que nadie diga que no se puede hacer”.

Cuando regresó el mensajero, le informó que la multitud estaba siguiendo a un hombre, una mujer y una niña que iban a ser ejecutados por crímenes en contra de la paz del reino.