El príncipe y el mendigo página 7

De nuevo el rey Fufú I estaba entre criminales. Todos se burlaron otra vez de él. Lo trataban tan mal que pensó: “no fue tan bueno que me salvaran del anciano”. Había un ladrón que lo odiaba mucho: Hugo. Un día le puso uno trampa. Vio a una mujer que llevaba un paquete. Hugo se lo quitó y se echó a correr. Luego lo puso en las manos del rey y le dijo:

—Ahora corre detrás de mí, mientras gritas: “ladrones, ladrones”.

Hugo dio la vuelta a la calle, luego se metió a un callejón y regresó caminando como si no hubiera hecho nada. El rey se enojó y tiró el paquete en la calle. Justo en ese momento pasó la dueña y lo tomó por el brazo. El rey gritó:

—¡Déjame, mujer! No fui yo quien te robó.

Una multitud se acercó al rey. Lo estaban insultando. Un hombre ya lo iba a golpear cuando apareció una espada que lo salvó.

—Este joven no debe ser tratado así. Si cometió un delito, hay que llevarlo a la justicia —dijo el dueño de la espada.

El muchacho y su salvador se alejaron un poco de ahí. Entonces, el rey le dijo:

—Hiciste muy mal en tardarte tanto, pero por lo menos llegaste en un buen momento, sir Miles.

Hendon se rio porque no recordaba que su pequeño amigo se creía un príncipe. Luego llegó el alguacil, quien se llevó al reyecito. Éste quiso huir, pero Miles le dijo:

—Usted es el rey, así que debe cumplir las leyes como todos los demás.

—Tienes razón —contestó el muchacho.

El reyecito fue acusado de robo y lo metieron a un calabozo común. ¡Estaba furioso! Por fortuna, Miles lo convenció de entrar y le dijo:

—Quédese tranquilo. Encontraré la manera de sacarlo de ahí.

Para encarcelarlo, el alguacil inventó que lo robado valía mucho dinero, pero como se descubrió que eso no era cierto, tuvieron que dejar al reyecito en libertad.

Después Hendon y él se fueron en caballo a una posada. ¡Necesitaban descansar! Se contaron todas las  aventuras que tuvieron al estar separados. Luego llegaron al pueblo donde nació Miles.

Ahí dijo el rey:

—Es raro que no extrañen al rey.

—¿A quién te refieres?

—¡A todo el pueblo! Debería haber miles de personas buscándome, en cambio, no hay nada. Pero tengo un plan. Escribiré una carta en latín, inglés y griego. Tú se lo llevarás a lord Hertford. Cuando lo vea, sabrá que soy yo y mandará a buscarme.

Luego tomó una pluma y se puso a escribir. Cuando le dio la carta a Miles, éste se la guardó en el bolsillo sin leerla.

En su pueblo, Miles se enteró que su familia ya no estaba ahí, y que además, ya no tenía dinero. Así emprendieron de nuevo el camino si saber hacia dónde ir.

—¿Hacia dónde vamos? —le preguntó al reyecito como si en verdad fuera el rey.

—A Londres —dijo con seriedad.

Mientras el verdadero monarca vagaba por sus dominios, Tom Canty, el falso rey, era el héroe de aventuras muy diferentes. ¡Ya le estaba gustando ser poderoso! La gente lo quería mucho. Le gustaba que todos los días lo vistieran y estar acompañado de personas interesantes. También le encantaban sus vestiduras, por lo que mandó hacer más.

Siguió siendo bueno con los honrados y enemigo de las leyes injustas. Además, Tom Canty seguía preocupado por el verdadero rey, aunque poco a poco lo iba olvidando. Ya tampoco pensaba mucho en su madre y hermanas. Esto lo hacía sentirse mal por dentro, pero no hacía nada para cambiarlo. ¡La riqueza y el poder lo estaban transformando!

El día de la coronación, Tom Canty se despertó muy temprano. Lo vistieron con un traje muy hermoso. Todas las personas importantes de la corte estaban en el palacio. En las calles es escuchaba:

—¡Dios salve al rey!

Cuando Tom salió, la gente soltó un grito de entusiasmo. Todos querían tocarle la túnica. De pronto, escuchó una voz conocida. ¡Era su madre! Ella logró llegar hasta él, se tiró a sus pies y dijo:

—¡Oh, hijo mío, amor mío!

Un guardia la quitó de ahí y la aventó. ¡Tom no hizo nada para ayudarla! El remordimiento hizo que el muchacho se pusiera muy triste.

Luego llegó al lugar de la coronación. Toda la gente se quedó en silencio. El arzobispo de Canterbury le iba a poner la corona en la cabeza cuando se escuchó una voz joven pero muy poderosa:

—Le prohíbo poner la corona en esa cabeza indigna. Yo soy el rey.

De inmediato un par de guardias tomaron al muchacho y lo iban a sacar, cuando Tom Canty dijo:

—¡Suéltenlo! ¡Él es el verdadero rey!

Todos se quedaron en silencio. Estaban asombrados. Lord Hertford dijo:

—¡Lleven a ese mendigo al calabozo!

Pero el falso príncipe gritó:

—¡No se atrevan a tocarlo! ¡Repito que es el rey!

Eduardo subió a la plataforma y Tom se acercó a él, se puso de rodillas y le dijo:

—¡Oh, mi señor! Deja que el pobre Tom Canty sea el primero en jurarte fidelidad.

Lord Hertford se sorprendió del parecido entre los muchachos. Luego se acercó para hacerle algunas preguntas al mendigo. Cosas que sólo podría saber el verdadero rey. Todas fueron bien contestadas. Aun así, no se podía asegurar nada. De pronto, se le ocurrió una idea:

—¿Dónde está el gran sello? —dijo el lord.

Sólo el verdadero rey podía saber eso. Y nosotros ya sabemos que Tom no había contestado esa pregunta.

—Esto no es ningún enigma para mí —dijo el reyecito—. Milord Saint John, vaya a mi gabinete particular. En el rincón del lado izquierdo, encontrarás un clavo de bronce pegado a la pared. Al apretarlo, se abrirá un cofre con joyas. Ahí dentro está el sello real.

Todos los presentes se quedaron muy sorprendidos al escuchar estas palabras. Saint John ya iba a ir, pero luego se regresó y se quedó en su lugar.

—¿Acaso no escuchaste lo que dijo tu rey? Hazle caso —dijo Tom.