Los hijos del Capitán Grant página 2

Capítulo 3: La travesía de Chile

El Duncan navegaba cerca de la cordillera de los Andes. Y todos abordo, trataron de encontrar alguna pista del Britannia. No tuvieron suerte. Entonces llegaron al puerto de Talcahuano. Ahí bajaron del barco y preguntaron sobre el naufragio, pero nadie sabía ni una palabra.

Volvieron al barco desilusionados. Paganel comenzó de nuevo a revisar el mensaje y sus mapas. Entonces les dijo:

―Leyeron bien el mensaje. Pero ahí no dice que la botella fue lanzada al mar.

―Entonces, ¿cómo mandaron el mensaje? Necesitaban agua para lanzar la botella―dijo Lord Edward sin creerle.

―Tal vez usaron un río y éste la llevó al mar ―respondió el geógrafo muy seguro―. Debemos ir por tierra. Hay muchos ríos y arroyos. Tal vez encontremos alguna pista. No se preocupen, no habrá peligros en este viaje. Será un camino seguro. Sólo nos llevará casi un mes recorrerlo― dijo Paganel.

Todos confiaron en él y aceptaron su idea. El plan era que fueran por tierra lord Edward, Nabbs, Paganel, Roberto y otros dos marineros. En el Duncan se quedarían los demás. Después de despedirse, todos partieron.

Edward contrató a unos hombres con mulas. Ellos conocían mejor el lugar.  Poco a poco, el camino comenzó a dejar de estar rodeado de árboles. Empezó a parecer más un desierto. Luego encontraron un par de ríos. Después se cruzaron con algunos indios a caballo. En el trayecto no hablaron con nadie, pues era peligroso. Lo mejor era seguir rápido y estar atentos a las pistas.

Entraron a un camino de piedras y pequeños barrancos. Paganel estaba enojado, pues no todo era como en sus mapas. Así que en el viaje lo dibujó todo. Por la tarde, llegaron a la cordillera de los Andes.

El viaje comenzó a ponerse peligroso. Había más barrancos y caminos donde apenas cabía una mula. ¡Hasta ellas tenían miedo! Entonces, el guía se detuvo. Les dijo que ya no podían continuar con los animales. Por eso los viajeros se fueron sin ellos. Ahora el geógrafo sería su guía, ayudado por sus mapas. Tuvieron que escalar en algunas partes. Era muy peligroso, pero fueron valientes.

Por la tarde, llegaron a un lugar plano sobre un volcán. Estaba cubierto de nieve. Por la altura, casi no podían respirar y tenían mucho frío. Cuando Edward sintió que no podía más, ¡vio una casa!

Capítulo 4: Una caída veloz

El lugar estaba abandonado. Tenía una chimenea y no hacía frío ahí. Consiguieron leña y encendieron el fuego. Al final, todos se quedaron dormidos. De pronto, Edward comenzó a escuchar ruidos. Eran lejanos, pero provocaban miedo. Fue tanta su curiosidad, que salió a ver. En la boca del volcán había luces rojas. Volvió a acostarse y el sueño lo venció. Un poco después, un fuerte ruido los despertó. Todo se movía. Sentían al piso hundirse. La casa no dejaba de moverse. Entonces, Paganel gritó: ¡Terremoto!

La montaña, con todo y casa, se deshacía. Quisieron salir a prisa, pero cayeron por el barranco entre las piedras. ¡Estaban rodando hacia abajo!

Por fin dejó de temblar. Estaban lastimados, pero vivos. Entonces se dieron cuenta que faltaba alguien. ¡Roberto se perdió!

Edward estaba desesperado. No se irían sin el hijo del capitán Grant. ¿Para qué  encontrar al padre, si perdieron al hijo? Recorrieron toda la zona destruida, pero no lo encontraron.

Comenzó a anochecer. Todos estaban tristes y agotados. Al día siguiente, se dieron cuenta que ya casi no tenían comida. De quedarse más tiempo ahí, morirían. Así partieron, pero Edward no quería. De pronto, vio a lo lejos una mancha negra que se acercaba volando. Señaló y dijo:

—¡Ahí, ahí! ¡Miren!

Todos voltearon y vieron a una gran ave. Paganel les explicó que era un cóndor,  que es un animal volador gigante con unas enormes garras. Comenzó a hacer círculos arriba de donde estaban. De pronto, el ave desapareció detrás de un montón de piedras. Tardó unos segundos y luego apareció. ¡Tenía el cuerpo de Roberto Grant en sus garras y se lo estaba llevando!

Sin saber de dónde salió, escucharon un disparo. Luego vieron al ave caer con lentitud. Sus alas eran como paracaídas. Lo mejor, es que no soltó al joven a pesar de estar herida. Al llegar al sitio, vieron que el pobre cóndor había muerto. Roberto estaba debajo de él, pues las alas lo cubrían por completo. Lo sacaron de ahí. Edward puso el oído en su pecho y dijo: ¡Vive, vive aún!

Un momento después, comenzó a moverse. Abrió los ojos y sonrió al verlos. Edward lo abrazó y comenzó a llorar. Entonces recordaron que alguien había disparado. Así que fueron a buscarlo.

Se encontraron con un indio. Tenía una escopeta y la cara pintada. Paganel se acercó a él. Como había aprendido español, le habló en ese idioma. Pero el indio no le entendía. El geógrafo estaba confundido. Entonces, Nabbs le pidió que le enseñara el libro con el que estudiaba. El geógrafo se lo enseñó muy orgulloso.

—Usted es muy despistado siempre, ¿verdad? En vez de estudiar español, ¡estaba aprendiendo portugués! —dijo Nabbs.

Todos reían y Paganel muy avergonzado contestó:

—¡No puede ser! Me equivoqué de barco. En lugar de ir a la India, terminé en Chile. ¡Quise estudiar español para este viaje y aprendí portugués! ¡Sí, soy un despistado de verdad!

Como ambos idiomas son parecidos, el geógrafo logró comunicarse pronto. Supo que el indio se llamaba Thalcave y era un guía. Le contó hacia donde iban. Así que les dijo que los ayudaría. Además, curó a Roberto con unas plantas. Luego los llevó a su campamento. Ahí les dieron comida, caballos y todo lo que les hacía falta.

Durante algunos días, cruzaron un gran desierto. El viento era tan fuerte que hacía remolinos y la arena se les metía a los ojos. En el camino, le preguntaron a Thalcave si sabía algo del capitán Grant.

—No lo he visto, pero escuché sobre él —dijo el indio—. Sé que es un extranjero valiente y que era prisionero de una tribu que está entre los ríos Negro y Colorado.

¡Era hacia donde iban!  Si el capitán estaba con ellos, ¡podrían rescatarlo! Lo malo es que sólo les contó de un extranjero y no de tres, como decía la botella.

A los dos días, llegaron al gran río Colorado. Por fin tendrían mucha agua otra vez. Pero después de casi una semana de camino, hizo mucho calor y el agua se terminaba. Tenían mucha sed y no había más ríos. Los caballos estaban muy débiles. Entonces, el indio vio a lo lejos el lago Salinas. Se apresuraron para tomar agua, pero fue una terrible decepción. Por el calor todo se secó.