Los hijos del Capitán Grant página 3

Capítulo 5: En busca de agua

Estaban en serios problemas. Ya no tenían fuerza para seguir. Por eso se dividieron en dos grupos. Los que tuvieran a los caballos más fuertes se adelantarían para ir a la sierra. Ahí estaba un río. Si encontraban agua, esperarían al otro grupo. Pero si no, volverían para evitar que los más débiles caminaran más. Así partieron Thalcave, Edward y Roberto. El resto fue a paso lento.

Cabalgaron por horas. Cada vez menos rápido, pues los caballos estaban muy cansados. De pronto, comenzaron a agitarse y a correr. Thalcave les explicó que era porque sabían que el agua estaba cerca. Galoparon hasta llegar al río. ¡Se metieron con todo y jinetes al agua! Luego se bañaron y bebieron hasta quedar satisfechos.

Prepararon una rica cena. Encontraron una cerca y ataron a los caballos. Luego hicieron un gran colchón de alfalfa para dormir. Como a las diez de la noche, en medio de la oscuridad, Thalcave se despertó. Estaba inquieto al igual que su caballo. De pronto, escuchó ruidos. Luego un aullido y después muchos. Edward y Roberto se despertaron asustados. Entonces, se vieron rodeados por cientos de lobos rojos.

La situación era muy peligrosa. Se juntaron y un lobo quiso atacar al indio, pero él le disparó a tiempo. Ya casi no había pólvora. Debían usar las armas sólo si era necesario. Rápido juntaron a su alrededor ramas y hojas secas. Entonces les prendieron fuego. Ahora los lobos estaban muy enojados porque no se podían acercar. Algunos intentaron saltar el fuego, pero se quemaron las patas.

El incendio no duraría lo suficiente y la pólvora tampoco. Sólo les quedaba resistir hasta el amanecer. Como a estos lobos no les gustaba el sol, se irían. Pero, a las dos de la mañana, ¡aún estaban ahí! Agotado y a punto de rendirse, Edward abrazó a Roberto. Pensaba que serían devorados muy pronto. Poco a poco, el fuego se fue extinguiendo. Sólo les quedaban unos minutos. De pronto, los lobos se fueron. ¡Parecía que se habían salvado! Pero el indio sabía que los lobos volverían. Entonces, las bestias regresaron por el lado de la cerca y comenzaron a romperla. Los caballos tenían miedo. Querían escapar, pero seguían amarrados.

Mientras Edward abrazaba con fuerza a Roberto, Thalcave tomó su caballo. Por un momento pensaron que los abandonaría. De pronto, se dieron cuenta que en realidad, ¡se iba a sacrificar por ellos! Su plan era salir y hacer que los lobos lo siguieran. Así los alejaría.  Edward y Thalcave comenzaron a discutir de quién se arriesgaría por salvar al joven Grant. Entonces, se dieron cuenta que Roberto saltó la cerca en el caballo. Vieron cómo se alejaba y los lobos iban detrás de él. No pudieron detenerlo. El indio no se preocupó, por que confiaba en la velocidad de su gran caballo y sólo dijo:

—Niño valiente y caballo bueno. Se salvarán.

Al amanecer, salieron a buscarlos. Iban por el camino y de pronto, vieron a sus compañeros. Cuando se acercaron, ¡Roberto y el caballo estaban con ellos! Se abrazaron y el indio acarició muy orgulloso a su animal. Entonces, Edward le preguntó al joven Grant, por qué lo había hecho. Él le respondió:

―Porque Thalcave ya me salvó la vida una vez. Y usted va a salvar la de mi papá. Era mi turno de hacer algo por ustedes.

Al llegar al lago, el grupo sediento pudo refrescarse por fin. Después de comer muy bien, todos iniciaron de nuevo el viaje. Thalcave les propuso seguir hasta el fuerte Independencia. Quizá ahí tendrían alguna noticia. Todos estuvieron de acuerdo. Tardaron cinco días en llegar.

Capítulo 6: La inundación

Llegaron al fuerte y los dejaron entrar sin problema. Paganel se acercó para preguntar por el jefe. Querían pistas del capitán Grant. Entonces supieron que hubo una guerra y todos los indios de la zona se fueron. Le preguntaron si tomaron prisioneros a algunos extranjeros. El hombre les dijo que sí. Les explicó que esa guerra sucedió hace mucho. Entendieron que ocurrió antes del naufragio del Britannia. ¡Habían estado siguiendo una pista falsa! Todos se despidieron muy tristes. Ahora ya no sabían a dónde ir. Por eso regresaron al Duncan.

Continuaron su camino a la costa. Al principio, había buen clima, pero después el cielo se nubló. Esto puso en alerta a los viajeros. Entonces comenzó una gran tormenta. Todo se inundó muy rápido. Los ríos se desbordaron. Si el agua subía más, quedarían atrapados. Thalcave se dio cuenta que su caballo presentía el peligro. Por eso gritó:

—¡Corran, viene el agua!

Todos lo siguieron. El lugar se estaba convirtiendo en un gran océano. A los caballos les llegaba el agua al pecho. De pronto, vieron un árbol fuerte y fueron hacia él. Ya estaban por alcanzar el tronco, cuando una gran ola los arrastró a todos. Tuvieron que nadar con fuerza para no ahogarse. Los caballos desaparecieron, sólo el del indio seguía ahí. Lograron llegar al árbol. Cuando estuvieron a salvo, observaron que al caballo del indio lo estaba arrastrando la corriente.

―¿Lo vas a abandonar?― preguntó Paganel.

―¡Claro que no! ―respondió Thalcave y se lanzó al agua. Tomó a su caballo por el cuello para mantener su cabeza a flote. Y así, la corriente se los llevó a los dos.  

Todos estaban tristes. Paganel hizo unas marcas en el tronco para medir si el agua seguía subiendo. Luego sacó un costal con comida. Después les propuso hacerse un nido con lo que tenían.

—Si no podemos vivir como peces, viviremos como pájaros —dijo el geógrafo.

Mientras comían un poco, hablaron sobre el capitán Grant. Ya estaban perdiendo las esperanzas. Así que Paganel les platicó sobre Australia y les dijo:

—Hemos buscado en el lugar equivocado. El capitán nunca ha estado aquí. ¡El mensaje hablaba de Australia! Ahí hay indios, bueno, mejor dicho, indígenas. ¡Sólo que lo desciframos mal!

Los demás no podían creer su equivocación. Cuando se preguntaron entonces qué quería decir el mensaje con Patagonia, entendieron que no decía eso, sino algo como: agonía, que significa que estaban sufriendo mucho. Paganel leyó el mensaje de nuevo:

El 7 de junio de 1862, el barco Britannia de Glasgow, naufragó. Es una agonía… Australia… eland. Dos marineros y el capitán Grant, nadaron a tierra. Ahí hay unos indios. Son personas muy malvadas. Seguro nos harán prisioneros. Arrojamos la botella al agua. Por favor ayúdenos o estaremos perdidos.

Estaba decidido: navegarían a Australia. Entendieron que eran afortunados porque hasta en los peores momentos, había cosas buenas.

Después de un rato, aparecieron nubes llenas de relámpagos. ¡Se acercaba otra tempestad! Así que se prepararon. Paganel les dijo que sería un gran espectáculo, ya que en esa zona había muchas tormentas eléctricas. Los rayos caían cada vez más cerca. Hasta que se escuchó uno muy fuerte. Entonces, Nabbs gritó:

—¡Fuego en el árbol! ¡Nos ha caído un rayo!

El viento hizo que las llamas se extendieran muy rápido. De pronto, uno de los marineros saltó al agua, pues su camisa se incendió. Cuando pensaron que estaba a salvo, comenzó a pedir ayuda de nuevo. Entonces escucharon que decía:

—¡Caimanes! ¡Caimanes! ¡Auxilio!

Lo ayudaron a subir y, con la luz del fuego, lograron ver que estaban rodeados. Con sus enormes dientes a la vista, se acercaron las bestias listas para devorarlos. Pensaron que ahora sí era su fin.

Pero eso no era todo. Un gran viento los sacudió. Fue tan fuerte que el árbol no resistió más. Cayó al agua con todo y viajeros. Se agarraron fuerte de él. Por suerte, los caimanes habían desaparecido. Así, en medio de la noche y sobre el tronco, fueron arrastrados por la corriente.

Después de dos horas, sintieron que el árbol se atoró con algo en el fondo. Roberto se bajó y el agua le llegaba hasta la cintura. Alcanzaron a ver que a unos pasos había tierra firme. Luego bajaron del árbol que los salvó.

Entonces, notaron una sombra que se acercaba. ¡Era Thalcave en su caballo! Corrieron a abrazarlo muy felices. Los llevó a una casa abandonada. Ahí pudieron comer y calentarse junto a la chimenea.

Dos días después, por fin llegaron caminando al mar. Vieron al Duncan. En ese momento lanzaron un bote al agua para ir por ellos. Paganel le dijo a Thalcave que los acompañara. Pero no quiso, pues no dejaría el lugar donde nació.

El bote llegó por fin y le dieron el último abrazo al indio. Entonces Roberto, ya en el bote, gritó:

—¡Adiós amigo! Nunca nos volveremos a ver. Pero siempre te recordaré.

—¡Tal vez algún día nos encontremos de nuevo! —contestó Thalcave y señaló al cielo.

Así terminó su viaje en América. Ni las cordilleras, ni los animales salvajes, ni nada los detuvo. Pero eso sí, la fuerza de la naturaleza puso a prueba su gran valentía.