Los hijos del Capitán Grant página 6

Capítulo 10: El traidor

Al escuchar esto, todos se paralizaron. Ayrton o mejor dicho, Ben Joyce, sin pensarlo, sacó su pistola y le disparó a Edward, quien cayó herido. Luego el bandido salió corriendo.

Otros malhechores estaban escondidos entre los árboles. Se escucharon balazos. Los viajeros corrieron a la carreta y desde ahí dispararon para defenderse. De pronto, hubo un gran silencio. Los delincuentes huyeron.

Edward tenía una herida en el hombro, pero no era grave. Cuando estuvieron más tranquilos, Nabbs, les dijo:

—Desde el principio desconfié de ese hombre. Cuando llegó el herrero, vi que se decían cosas en secreto. Luego le puso al caballo las herraduras con la marca. Eso hizo que pudieran seguir nuestras huellas. Además, insistía en que hiciéramos que el Duncan se acercara a la costa. Después, los animales comenzaron a morir de forma sospechosa. El único caballo que quedó vivo fue el de las herraduras nuevas.

—¿Qué más pasó? —preguntó Edward.

—Anoche, encontré a un grupo de hombres. Los seguí y descubrí que uno de ellos era el herrero. Hablaban de nosotros. Nos habían alcanzado. Decían que el veneno para los animales funcionó. Que Ben Joyce era muy inteligente y nos había logrado engañar con la historia del naufragio. Su plan era robarnos y matarnos.

—¿Entonces, no es el náufrago? —preguntó Edward.

En realidad sí estuvo en el Britannia, pero ahora es el jefe de unos delincuentes. Creo, además, que él atascó la carreta a propósito, para que no pudiéramos escapar de su gente —dijo Nabbs.

Esto puso muy triste a Mary y Roberto Grant. Ahora no sabían si de verdad el Britannia había naufragado en costas Australianas. Quizá de nuevo, habían seguido una pista equivocada.

Todos tenían miedo de que esos bandidos volvieran. Así que pensaron en cruzar el río, pero no tenían con qué hacerlo y la corriente era más fuerte. Era importante enviar el mensaje al Duncan. Aún quedaba un caballo y necesitaban su barco para escapar. Por eso, un marinero llamado Mulrady quiso ser el mensajero. Prepararon todo. Luego le cambiaron las herraduras al caballo. Así, Ben Joyce no podría seguirlo. 

Mientras tanto, Edward, aún adolorido por la herida, le dictó a Paganel el mensaje para Austin. Sin embargo, el geógrafo estaba muy distraído. De pronto, vio en el piso su periódico del accidente del ferrocarril y los delincuentes. Lo recogió sorprendido. Repitió una y otra vez “eland”, mientras seguía escribiendo el mensaje de Edward. Al terminar cerró la carta y se alejó diciendo: “eland, eland ¡Zelanda!”.

Capítulo 11: Un barco pirata

Cuando partió el mensajero, comenzó una tormenta. Nabbs y Mangles se quedaron afuera de la carreta vigilando. De pronto, escucharon un disparo. Todos salieron. Se preguntaron qué pasaba. Entonces, escucharon gritos pidiendo ayuda. Corrieron a ver qué sucedió. Encontraron a Mulrady herido con un cuchillo. Así que lo llevaron a la carreta para curarlo de inmediato.  

Por la mañana, regresaron a ese sitio para buscar alguna pista. Ahí encontraron a dos de los bandidos muertos. Uno de ellos era el herrero. Al volver a la carreta, supieron que Mulrady estaba mejor y se salvaría. Cuando por fin habló, les dijo lo ocurrido. Supieron que lo atacaron cinco hombres, entre ellos Ben Joyce. Cuando lo tiraron del caballo, pensaron que estaba muerto. Escuchó que dijeron que por fin tenían la carta y ahora el Duncan sería de ellos. Ayrton llevaría el barco a Twofold y ahí arrojarían al mar a toda la tripulación. Los ladrones iban a cruzar el río por el puente Kemple y alcanzarían al barco allá. Ben subiría a todos sus compañeros malhechores en Twofold y entonces serían los reyes del océano. Luego fueron por el caballo de Mulrady. Ben Joyce salió a todo galope y los dos ladrones se fueron hacia el puente.

Edward estaba furioso. ¡Su barco sería convertido en barco pirata! Tenían que llegar antes que ellos a Twofold.

—Vamos a cruzar el río por donde lo harán ellos —dijo Paganel.

Pero al no saber si se los encontrarían, fueron primero él y Mangles. Por la noche volvieron. Les dijeron que había un puente de madera y los criminales habían pasado por ahí. Pero que, ¡lo quemaron!

Pasaron cinco días y no encontraron la forma de cruzar el río. La angustia creció pues era tiempo perdido y el Duncan, con todo y sus pasajeros, corría un grave peligro. Al día siguiente, el río comenzó a bajar. Aún tenían la esperanza de que el Duncan no hubiera salido a tiempo del puerto. Estaban cerca de una ciudad donde conseguirían un transporte veloz. Desde ahí, sin problema, mandarían el mensaje para que el Duncan fuera a Twofold.

Decidieron partir cuanto antes. Para eso construyeron una fuerte balsa. Esta debía resistir la corriente que ya no era tan fuerte. Dos horas después, estaban a bordo. A la mitad del camino, el río comenzó a arrastrarlos. Perdieron el control por culpa de unos remolinos de agua. Después de luchar contra la corriente por treinta minutos, casi lo lograron. Pero chocaron con unas rocas y apenas alcanzaron a salir. Perdieron casi toda la comida y sólo salvaron un arma.

Durante cuatro días, el camino fue difícil. No tenían agua y eso era peligroso, pues en unas horas morirían. Con muy pocas fuerzas, lograron llegar al pueblo. Ahí consiguieron comida y una carreta con caballos. Salieron a todo galope rumbo a Twofold Bay. Tenían ya sólo veinticuatro horas para llegar. Por la noche no se detuvieron, pues ya no había tiempo. Al día siguiente llegaron a la costa, pero no vieron nada. Entonces fueron hacia la ciudad Edén, cerca de ahí.

Al llegar, preguntaron si sabían algo del Duncan. Pero nadie tenía noticias. Pensaron que quizá llegaron antes. Enviaron un telegrama a Melbourne para saber de alguna pista. Les respondieron que salió ocho días antes. Ahora Edward, estaba seguro. Su barco estaba en manos de Ben Joyce. ¡El Duncan era ahora un barco pirata!

Para nuestros viajeros todo estaba perdido. Tenían que avisar a la policía y luego volver a Inglaterra. El problema es que en esas costas no había barcos que fueran hacia Europa. Por eso Paganel propuso que se embarcaran a la isla de Nueva Zelanda, para encontrar transporte a casa.

Consiguieron un barco llamado Macquarie. Estaba muy sucio pero eso no importó. El capitán del barco los dejó subir. Era un hombre grosero. Por la noche, Mangles notó inquieto a Paganel. Después de muchas preguntas, él le confesó que tenía una nueva pista del capitán Grant, pero que no estaba seguro y no diría nada aún.

Por fin salieron hacia Nueva Zelanda. Fue un trayecto de seis días. El mar estuvo agitado. Durante el viaje, Mangles estuvo al pendiente del barco. No daba órdenes, pero vigilaba todo. El capitán no hizo bien su trabajo y sus marineros tampoco. Todos se quedaban dormidos y dejaban que el barco navegara solo. Ahora su preocupación era llegar a una playa equivocada y ser atrapados por las tribus maoríes. El plan era mantenerse en la costa en caso de perderse.