Los piratas de Malasia página 2

—Claro que lo estás. No tienes que preocuparte, ya no te harán nada.

—¿Por qué me salvó?

—No se debe permitir que los valientes mueran. Eres un héroe y yo admiro a los héroes.

—Soy un maharato.

—Muy bien. Tu raza es de valientes. ¿Quieres ser de los nuestros?

—¡Un pirata! ¿Qué pasa si digo que no?

—No saldrías vivo de aquí.

—Entonces, no se diga más. Seré pirata de ahora en adelante.

—Bravo, muchacho. Ahora dime, ¿cómo te llamas?

—Kammamuri.

—Muy bien, Kammamuri, yo soy Yáñez. Ahora vamos a conocer al capitán Sandokán.

—¿Quién es ése?

—¡Por todos los dioses! ¡El Tigre de Malasia!

Kammamuri se puso rojo tan sólo de escuchar ese nombre. Comenzó a sentir mucho miedo y dijo casi temblando:

—¿Me llevará a ver a ese hombre?

—Claro, y se va a alegrar mucho de verte —dijo Yáñez.

Kammamuri se puso un poco nervioso porque tenía algo más que decir, pero no sabía cómo hacerlo. Yáñez se dio cuenta y le preguntó qué le pasaba.

—Antes de hacerlo, debe prometerme que no le hará nada.

—¿De quién está hablando?

—Conmigo viene una mujer. La tengo escondida en el puente del barco. ¿No le hará daño?

—Lo prometo. Ve por ella.

El indio hizo caso y a los pocos minutos ya estaba de regreso. Antes de llevarla con Yáñez, le dijo que ella estaba enferma.

—Se pone muy nerviosa o no hace caso de la gente, pero no es peligrosa.

El pirata dijo que no había problema con eso y la conoció por fin.

Era una mujer muy bella. Tenía unos dieciséis años. Era delgada y blanca. Sus ojos eran tan negros como su cabello. Yáñez, al verla, se sorprendió muchísimo y dio un pequeño salto hacia atrás. Tomó la mano del indio, la apretó con fuerza y preguntó:

—¿Quién es esta mujer?

—Mi ama —contesto Kammamuri—, La virgen de la pagoda de Oriente.

Yáñez se acercó un poco a ella y dijo en voz muy baja:

—¡Qué parecido tiene!

Luego le preguntó al indio:

—¿De dónde es esta mujer? ¿Por qué se enfermó?

—Nació en la India, pero es de padres ingleses. Y bueno, su historia es triste, no sé si quiera escucharla.

—La contarás frente al Tigre de Malasia —dijo Yáñez.

Tomaron una lancha que atravesó la isla por un río. Al llegar a una aldea, vieron a más de cien malayos, todos completamente armados. Yáñez le explicó que debía dejar a la mujer ahí en una cabaña hasta que le diera una orden diferente, pero que no se preocupara, pues nada le pasaría. El indio estuvo de acuerdo y siguió con Yáñez, a quien le llamaban el portugués, por un sendero lleno de piedras.

Se dirigieron a una roca gigante, a la que tuvieron que subir por una escalera muy angosta.

—¿Por qué tantas precauciones para llegar? —preguntó Kammamuri.

—Porque el Tigre tiene miles de enemigos.

El portugués empujó una puerta secreta y entraron a una lujosa habitación. En medio de la sala estaba un hombre de unos treinta y cinco años, asombrosamente fuerte y muy alto. Parecía que de sus ojos salían rayos y su rostro provocaba respeto y miedo.

Al verlos, el hombre se levantó de un salto y preguntó:

—¿Qué me traes, portugués?

—La victoria. Además, a un prisionero…

—Sabes que respeto lo que haces. ¿Qué pretendes hacer con él?

—Convertirlo en un cachorro de tigre, en un pirata. Lo he visto pelear, es un verdadero valiente.

Sandokán se acercó al indio, lo miró de pies a cabeza y dijo:

—¿Tu nombre?

—Kammamuri.

—¿De dónde eres?

—Maharato.

—Excelente. Tus antepasados fueron héroes. ¿Por qué dejaste tu país?

—Para ir a Sarawack.

—¿Con el infeliz de James Brooke? —dijo el Tigre con odio.

—No sé quién sea ese hombre —contestó el indio.

—Qué bueno. Entonces, ¿a qué vas?

—A rescatar a mi amo, señor. Es prisionero del jefe del puerto.

El hombre no contestó.

—¡Habla! —ordenó el pirata—. Quiero saberlo todo.

—¿Tendrás la paciencia de escucharme? —preguntó Kammamuri—. El relato es terrible.

—Justo como me gustan las historias —dijo el Tigre, mientras se sentaba para escuchar.

Kammamuri se sentó también y comenzó a contar.

—Esto sucedió en una tierra lejana, en una isla llamada Selva Negra. Ahí nació mi amo. Era guapo, fuerte y valeroso. Nada lo hacía temblar. Ni el veneno de una serpiente o la fuerza de un tigre de bengala.

—¿Cómo se llama? —preguntó el pirata—. Quiero conocer a ese héroe.

—Su nombre es Tremal-Naik, el cazador de tigres y serpientes.

Al Tigre de Malasia no le gustó mucho el apodo de Tremal-Naik, pero siguió escuchando.

—Un hombre que se enfrenta a los tigres ya es digno de mi admiración. Continúa.

—Una noche mi amo iba caminando por la selva, cuando olió un perfume delicioso. De pronto, vio a una joven muy bella. Tremal-Naik se enamoró de inmediato. Pocos días después, hubo un ataque a uno de nuestros amigos. Mi amo se enojó mucho y fue a vengarse. Cuando vimos a los atacantes, Tremal sacó su arma y de un solo tiro derribó al jefe de los bandidos.

—¡Bravo, Tremal-Naik! —dijo el Tigre emocionado—. No pares. Me divierto más escuchando esta historia que asaltando un barco lleno de oro.

—Mi amo se fue por otro camino. Así despistó a los enemigos. ¿Y adivina a quién se encontró?

—¿A la hermosa muchacha? —preguntó el pirata.

—Sí, a la joven que era prisionera de aquellos hombres.

—¿Quiénes eran?

—Una raza llamada Thugs.

—Los conozco bien —dijo el pirata—. He tenido a algunos de ellos a mis órdenes. Son unos desalmados.

—La joven también se enamoró de mi amo y le pidió que huyera, pero él no le tenía miedo a nada. Así que se quedó esperando a los Thugs. Ellos eran doce, por eso lo vencieron. Luego lo ataron y le enterraron un puñal.

—¿Murió? —preguntó Sandokán con interés.

—No, pero más tarde lo encontré lleno de sangre tirado en la selva. Mi amo era tan fuerte que esa misma noche fue por la joven, atacó a los Thugs que estaban desprevenidos, cargó a la muchacha y nos fuimos corriendo.

—Cómo me habría gustado estar ahí con mis piratas para ayudar. ¿Lograron escapar?

—No. De pronto nos rodearon y nos echaron un agua que tenía alguna sustancia que nos hizo daño. A los pocos minutos caímos desmayados. Al despertar, estábamos en una jaula. Pensamos que íbamos a morir, pero el jefe de los Thugs le dijo a mi amo: “Tengo un gran enemigo. Se llama capitán MacPherson. Si acabas con él, los dejaré libres”.

—¿Y Tremal-Naik aceptó? —preguntó el Tigre.