Los piratas de Malasia página 3

—Mi amo estaba enamorado de la joven, así que aceptó el trato. No contaré lo mucho que sufrió para conseguir su meta. Sólo diré que por medio de engaños llegó al cuarto del capitán. Tremal-Naik no podía hacerlo, pues se iba a convertir en un malvado. En ese momento pronunció el nombre de su amada. El capitán lo escuchó y lo despertó. “¡Ése es el nombre de mi hija”, dijo el capitán. Ahí fue cuando mi amo se enteró que el capitán era el padre de su novia, y que todo había sido un engaño del jefe de los Thugs.

—¿Qué pasó luego? —preguntó el Tigre.

—Juntos, mi amo y el capitán inglés, fueron a atacar a los Thugs. Los vencieron con facilidad, pero el jefe escapó y organizó una venganza en donde perdieron la vida todos los ingleses y la gente de Tremal. Sólo sobrevivimos mi amo, la joven y yo. A él lo encarcelaron en Sarawack y dijeron que sería de por vida. Yo logré salvar a La virgen de la pagoda y ahora voy a rescatar a mi amo.

—¿Cómo sabes que tu amo está ahí?

—Porque me dijeron que lo mandaron en un barco llamado Helgoland y tengo que llegar antes que él.   

—Y la joven, ¿qué pasó con ella?

—Está en Calcuta —dijo Yáñez antes de que Kammamuri pudiera contestar.

—¿Es bella? —preguntó el Tigre.

—Muchísimo —contestó el indio.

—¿Cuál es su nombre real? No creo que sea Virgen de la pagoda.

—Se llama Ada Corissanth.

Al oír este nombre el Tigre de Malasia dio un salto y lanzó un grito.

—¡Corissanth! ¡El apellido de mi amada Mariana! ¡Dios mío! —exclamó con desesperación.

Después se tiró sobre la alfombra. El indio estaba sorprendido.

—¿Cómo se llama el padre de la muchacha? —preguntó el portugués.

—Harry Corissanth.

—Sal de aquí en seguida —le dijo el portugués a Kammamuri y lo sacó a empujones por la puerta.

El Tigre de Malasia se recuperó muy pronto. Se puso de pie y guardó silencio.

—¿Te sientes mejor? —le preguntó el portugués.

—Sí —contestó el Tigre.

—Cada vez que escuchas algo que te recuerda a Mariana te pones así. Ánimo. No olvides que eres el Tigre de Malasia.

Los dos hombres se pusieron a recordar viejos tiempos. Resulta que La virgen de la pagoda era sobrina de Mariana, el gran amor del Tigre de Malasia, por eso reaccionó así al escuchar el apellido de la muchacha.

—Ahora correré a salvarla y luego a su novio.

—Ada Corissanth está a salvo, Tigre.

—¿A salvo?, ¿a salvo? —preguntó el pirata emocionado— ¿Y en dónde?

—Aquí.

—¿Aquí? ¿Y por qué no me lo habías dicho antes?

—Porque esa jovencita se parece a tu esposa y no quería que te impresionaras.

Mandaron llamar a Kammamuri, quien entró con mucho miedo. No sabía lo que le iba a pasar.

—Vamos a rescatar a tu amo —dijo el Tigre—. Partiremos de inmediato a Sarawack. Tenemos que encontrar el barco ése… el Helgoland, antes de que llegue al puerto.

De repente la puerta se abrió y ahí estaba La virgen de la pagoda. Al verla, el Tigre soltó un grito y luego dijo:

—No puedo creer el parecido.

Como la mujer estaba un poco loca, dijo:

—Thugs, Thugs.

Kammamuri se acercó para explicarle que no eran Thugs, pero ella no se calmaba. Parecía tener mucho miedo.

—¿Lograrán curarla? —preguntó Sandokán.

—Eso espero —contestó el indio.

Todos bajaron a la aldea. En cuanto entraron, los habitantes se pusieron a gritar:

—¡Viva el Tigre de Malasia!

—¡Escúchenme todos! —gritó el gran pirata ante la multitud—. Voy a salir a una aventura que tal vez me cueste la vida. Debemos salvar al novio de esta mujer. ¿Quién irá conmigo?

Todos los malayos gritaron felices. Estaban dispuestos a seguir a su jefe a donde fuera.

—¡Lo salvaremos! ¡Lo salvaremos! ¿Quién lo tiene prisionero?

—James Brooke.

Al escuchar este nombre, los piratas se emocionaron todavía más, porque él era su enemigo. Brooke había acabado con muchos de sus compañeros.

El Tigre organizó a todos los hombres. Los más jóvenes irían a rescatar a Tremal-Naik y los viejos se quedarían a cuidar la isla.

Sandokán, Yáñez, Kammamuri y Ada se subieron a una lancha y llegaron al barco del Tigre, la famosa Perla de Labuán.

La Perla de Labuán era uno de los más grandes, poderosos y rápidos barcos de todos los mares. Lo mejor era que no parecía un barco pirata, así que podía atacar antes de que cualquiera se diera cuenta.

Navegaron sin contratiempos durante algunos días. Todo estaba en calma, cuando Yáñez vio a una cañonera cerca de ellos. Como una cañonera es un barco de guerra, el Tigre ordenó que lo atacaran.

—Espera —le dijo el portugués—, es mejor que no lo hagamos, porque nos van a descubrir y a mandar una flota para atacarnos.

El Tigre estuvo de acuerdo y ordenó poner banderas portuguesas en los mástiles para que la cañonera no supiera que eran piratas.

—¡Qué brillante eres! —le dijo Yáñez.

Pero al parecer la cañonera los descubrió, porque al ver las banderas cambiaron el rumbo.

—Ya verás cómo nos los volveremos a encontrar cerca del puerto —dijo el Tigre.

Pasaron unos días más sin novedades, cuando un barco apareció cerca de ellos. Sandokán mandó llamar a Kammamuri y le preguntó:

—¿Conoces el Helgoland? Si es así, sube al mástil para que me digas si ése barco que está ahí lo es.

—Veo una proa cortada… No tengo duda, ¡es el Helgoland!

Sin pensarlo, el Tigre mandó llamar al portugués y le dio la siguiente orden:

—Ve por seis de nuestros hombres más fuertes y hagan un agujero en el barco. Que no sea demasiado grande, porque nos tenemos que hundir lentamente.

—¿Cómo? ¿Destrozar el barco? ¿Te has vuelto loco?

—Tengo un plan. La tripulación del barco escuchará nuestros gritos de auxilio y se acercarán a ayudarnos. Tú fingirás ser un embajador portugués y nosotros tu escolta. Ya dentro del barco, será fácil apoderarnos de él.

El Tigre ordenó que dispararan un cañón en señal de auxilio. El Helgoland los escuchó y navegó hacia ellos. Al llegar, mandaron todas sus lanchas para salvar a los supuestos náufragos.

—Nos han salvado —le dijo Yáñez al capitán al abordar.

—Fue una suerte que estuviéramos aquí. ¿Quiénes son?

—Yo soy un embajador de Portugal y ellos son mi escolta.

—¡Un embajador! No lo puedo creer. Es todo un honor que esté aquí, mi señor —dijo el capitán.

Luego los llevaron a sus camarotes para que descansaran. El Tigre mandó a uno de sus piratas para que revisara cuáles eran las armas que tenían en el barco. El joven lo hizo y le informó a Sandokán que había muchos cañones y fusiles.

—¡Perfecto! —dijo el pirata—. Con ellos atacaremos el puerto o a cualquiera que nos quiera detener.

—¡Fuego, fuego! —gritó uno de los piratas.

Todos en el barco salieron a cubierta para ver qué sucedía. Algunos, con mucho miedo, hasta se lanzaron al mar. Cuando ya todos estaban ahí, los piratas tomaron las armas y se pusieron frente a los marineros del barco. Sandokán apareció en medio de sus soldados y se escuchó con fuerza:

—¡Viva el Tigre de Malasia!

Los marineros estaban espantados. No sabían qué estaba pasando. El capitán apareció y dijo:

—¿Qué está sucediendo aquí?

—Ya lo ves —dijo el Tigre—. Mis hombres atacan a los tuyos.

—¿Dónde está el embajador?

—Ahí, mira, te está apuntando con una pistola.

—¿Son piratas? —preguntó el capitán.

—Y de los más terribles —contestó el Tigre—. Le recomiendo que se rinda. Somos 80 armados contra 40 sin nada. Si lo hace, le pagaré el barco y los dejaremos libres.

Mientras decía eso, le lanzó una bolsa llena de diamantes. Con esa cantidad se podrían comprar tres barcos.

—¿Por qué hace esto? —preguntó el capitán.

—Porque necesitamos su barco para una buena acción —dijo el Tigre.

—Es usted un hombre muy extraño —dijo el capitán, mientras le ordenaba con las manos a sus marineros que tomaran las lanchas para irse de ahí.