Los piratas de Malasia página 6

Sambi obedeció de inmediato. A los otros jefes también les pidió que se escondieran. Sólo se quedó ahí él con algunos pocos piratas más. La idea era que los ingleses pensaran que sería fácil acabar con ellos.

—Cuando dé la señal, todos vendrán corriendo a atacar a los soldados —dijo el Tigre —. Que nadie se adelante.

Sandokán llamó a Kammamuri y le preguntó:

—¿Quién es ese hombre de traje blanco que viene con los soldados?

—No lo puedo creer, ¡es Brooke!

—Eso sólo puede significar que Yáñez está presó. De otra forma Brooke no se arriesgaría así. ¡Mi primer disparo será para él!

—Creo que será mejor que nos lo quedemos —dijo Kammamuri.

—Qué gran idea —dijo Sandokán—. Así podremos cambiarlo por Yáñez.

Los soldados ya estaban a cuatrocientos pasos del cementerio. En lugar de seguir avanzando, se quedaron quietos. Su jefe era listo y no iba a caer en una trampa tan fácil. Al ver que no había nada sospechoso, siguieron su camino.

De repente, el Tigre se puso de pie y lanzó un disparo al aire. ¡Era la señal! En pocos segundos se escucharon cientos de gritos. En seguida cayeron más de quince soldados por las balas de los piratas.

—¡Viva el Tigre de Malasia! —gritaban unos.

—¡Vivan Sandokán y el portugués! —gritaban otros.

Los soldados se defendieron con sus pistolas. Cuatro piratas fueron heridos. Sandokán atacó al grupo y los dividió, entonces los malayos se encargaron de todos los que comenzaron a huir. Sólo cuatro se quedaron ahí, entre los que estaba el inglés.

—¡Ríndete, James Brooke! —gritó el Tigre.

—Me entrego —contestó el inglés al ver que no podría escapar.

—Eres mi prisionero —dijo el Tigre.

—¿Quién eres? —preguntó Brooke.

—Mírame —respondió el pirata.

—¿Serás acaso…?

—Así es. Soy el Tigre de Malasia. Ahora, dime de inmediato, ¿qué le hiciste a Yáñez?

Brooke le contó todo lo que pasó con su amigo. Que fue descubierto por un viejo conocido inglés, que lo capturaron y le dieron la pócima de la verdad.

—Acabaré contigo sólo por haberle hecho daño a mi amigo —dijo el pirata—. Ahora dime, ¿quién es ese conocido inglés?

—Ah, un amigo tuyo de hace muchos años. Nada más y nada menos que el tío de tu esposa Mariana.

Sandokán se puso pálido y casi de inmediato rojo. Odiaba a ese hombre porque lo había perseguido durante mucho tiempo. Además, lastimó a muchos de sus piratas.

—Sí, acabaré contigo y con Lord Guillonk —dijo el Tigre furioso.

—¿Qué planeas hacer conmigo? —dijo Brooke.

—Cambiarte por el portugués. Su vida vale más que la tuya.

Sandokán le hizo una seña a Kammamuri. Pronto cuatro piratas amarraron al inglés y lo llevaron al campamento. Al llegar, el Tigre le ordenó a Brooke que escribiera esta carta:

Soy prisionero del Tigre de Malasia. El más grande pirata de todos los mares. Si traen a su amigo Yáñez, me perdonará la vida. Si tratan de rescatarme o de engañarlo de alguna manera, no sobreviviré.

Kammamuri tenía miedo de que los quisieran atacar, pero Sandokán lo tranquilizó y además le dijo:

—En cuanto tengamos al portugués iremos por Tremal-Naik y la Virgen de la pagoda.

Todos descansaron un poco. Algunos ya dormían cuando el Tigre escuchó a Sambi llegar.

—Ya vienen. Son doce y un europeo vestido de blanco viene con ellos. No están armados.

—Debe ser el portugués —dijo Sandokán.

El Tigre, al ver a su gran amigo, corrió a abrazarlo.

—Eres libre —le dijo Sandokán a Brooke—. El Tigre de Malasia sostiene su palabra.

—Iré a buscarte a tu isla y te acabaré —dijo el inglés.

—Sólo no te tardes mucho —dijo el pirata—. No quiero aburrirme demasiado.

Brooke se fue y el pirata lo siguió con la mirada.

—Presiento que ese hombre y yo volveremos a luchar muy pronto —dijo el Tigre.

Todos los piratas fueron a donde estaba Ada, la Virgen de la pagoda, y a donde también habían llevado a Tremal-Naik. En el camino observaron a varios hombres siguiédolos.

Al llegar, lo primero que hizo el Tigre fue buscar a Tremal-Naik.

—¿Tardará mucho en abrir los ojos? —preguntó Kammamuri.

—No, mira. La piel comienza a volverse de su color natural. Eso quiere decir que la sangre circula de nuevo.

En ese momento Tremal-Naik se movió ligeramente y soltó un ligero suspiro.

—Se despierta —dijo Yáñez.

Tremal-Naik respiró más fuerte, cerró y abrió las manos varias veces, sus piernas se movieron y, por fin, sus ojos vieron la luz.

—¡Todavía estoy vivo! —fue lo primero que dijo.

—Y además estás libre —le dijo Yáñez.

El indio miró al portugués y lo reconoció de inmediato.

—Tú… ¡tú me salvaste! ¿Cómo fue? ¿Qué ha pasado?

—¿No recuerdas las píldoras que te di en el fuerte?

—Ah, sí, claro, ya recuerdo. ¡Cuánto te lo agradezco!

Tremal-Naik abrazó a Yáñez.

—En realidad a quien debes darle las gracias es a este hombre —dijo el portugués, mientras señalaba al Tigre.

En ese momento se escuchó un grito de felicidad. Era Kammamuri que por fin veía a su amo.

—¡Mi amo! ¡Mi querido amo!

—¡Kammamuri! Amigo mío, creí que no volvería a verte.

—No volveremos a separarnos. Tenemos que vivir cerca de Sandokán y de Yáñez. ¡Qué hombres! ¡No sabes todo lo que han hecho para salvarte!

—¿Por qué me han ayudado tanto? —preguntó Tremal-Naik— ¡Yo nunca los había visto!

—Porque eres el novio de Ada Corissanth —contestó el Tigre—, la prima de mi esposa.

El indio se llevó las manos a la cara. De pronto se puso muy triste al acordarse de su novia. Comenzó a llorar y a decir:

—¡Ada! ¡Mi querida Ada! Nunca volveré a verte.