Los piratas de Malasia página 7

—¿Por qué lloras, Tremal-Naik? Ada Corissanth no ha muerto —dijo el Tigre.

El indio levantó la cabeza y dijo:

—¿Vive?

—Vive y está aquí. Sólo que está enferma y no reconoce a nadie.

—¡Quiero verla, aunque sea sólo un instante!

—La verás en unos minutos —dijo el Tigre.

Todos estaban en un pequeño fuerte que usaron como escondite. Sandokán mandó llamar a Ada. En pocos minutos llegó con un pirata.

Al verla, Tremal-Naik lanzó un grito.

—¡Ada!

El tigre lo tomó de un brazo y le dijo:

—Debes controlarte. Recuerda que está enferma y tal vez no te reconozca.

Ada estaba parada. Parecía una estatua. Cuando Tremal-Naik se puso frente a ella, la muchacha dio un salto y gritó:

—¡Thugs!

Tremal-Naik se puso muy triste porque no lo reconocía. Le habló, le contó cosas del pasado y nada.

—Esto no tiene sentido. Ella no me recuerda.

Sandokán se acercó a él y le dijo:

—Tranquilo. Sé cómo curarla. Vete a la playa unas horas con Yáñez, cuando regresen tendré todo listo.

Lo que hizo Sandokán fue reconstruir una cueva como la de los Thugs. Lo que deseaba era causarle una impresión tan fuerte que la hiciera recordar. Además, les dijo a los piratas que tenían que actuar como Thugs. Y así sucedió. En cuanto llegó Tremal-Naik metieron a Ada a la cueva. Los piratas actuaron como si fueran a matar a su novio. En ese momento Ada recobró la memoria, pero se desmayó.

Al despertar, la mirada de la muchacha ya no era la de alguien enfermo. ¡El Tigre la había curado!

La misión se había cumplido: rescataron a Tremal-Naik y, además, curaron a Ada. Por eso el Tigre dijo:

—Es hora de volver a casa. Compremos unos barcos y partamos de inmediato.

Ya lo iban a hacer, cuando se escuchó la señal de alarma y un vigía llegó corriendo:

—¡Nos atacan! —gritó.

El Tigre de Malasia dio un salto hacia la ventana y lanzó un gemido:

—¡El enemigo está aquí!

Desenvainó su cimitarra, salió del fuerte y gritó:

—¡A mí, tigres!

Yáñez, Kammamuri, Tremal-Naik y todos los piratas fueron con él. Ada traía también una espada, porque estaba dispuesta a luchar. A lo lejos, en el bosque, se veían cientos de soldados que corrían hacia ellos. En el mar, siete lanchas estaban dispuestas a tirar con sus fusiles.

—¡La tropa de Brooke!

—¿Qué hacemos, hermano? —preguntó Yáñez.

—Luchar —contestó el Tigre.

Eran más de quinientos los enemigos. Los piratas apenas llegaban a cincuenta. Aun así, estaban dispuestos a combatir.

—Nos van a llegar por tierra y por mar —dijo Yáñez—, tenemos que estar prevenidos.

El Tigre organizó a sus hombres. Unos atacarían a los barcos con fusiles y los otros no permitirían que los de a pie se acercaran. El fuego comenzó muy pronto. Se escuchaban disparos de un lado y del otro. Los gritos de batalla de los piratas les provocaban terror a los soldados. De pronto, se escuchó un gran ruido. ¡Un barco había atacado el fuerte con un cañón!

La situación de los piratas se hizo desesperada. Ya quedaba muy pocos y casi no había balas. En cambio, parecía que los soldados eran cada vez más y así era, porque llegaron muchos refuerzos.

A las cuatro de la mañana ya sólo quedaban siete personas: Yáñez, Sandokán, Ada, Tremal-Naik, Kammamuri y dos piratas más.

—Sandokán —dijo el portugués—. Debemos rendirnos. Son demasiados y ya no tenemos balas.

—Mientras tenga mi cimitarra, no me rendiré —dijo el Tigre.

—Sé que eres un valiente, pero recuerda que no debemos permitir que lastimen a Ada. El fuerte ya está casi deshecho. En cualquier momento un cañonazo podría acabarnos.

El Tigre lo pensó y dijo:

—Sandokán nunca se rinde.

—Sé que siempre tienes muchas ideas, pero esta vez nos han vencido —dijo el portugués.

—Tienes razón, amigo —es hora de usar un viejo truco—. Dejen de disparar y síganme.

Lo que nadie sabía, es que el pirata había mandado poner una balsa en un lugar escondido al que sólo se podía llegar por atrás del fuerte. Todos corrieron para seguirlo, subieron a la lancha y comenzaron a remar.

Brooke, al darse cuenta que ya no había disparos de los piratas, pensó que ya todos habían muerto. Así que mandó a que sus hombres desembarcaran y tomaran el fuerte. Así lo hicieron. Un oficial encontró una carta dirigida al jefe del puerto y se la llevó.

La carta decía así:

Yo no venía a combatir contigo, Brooke. Si esa hubiera sido mi misión, no estarías leyendo esto. Espero tu visita, como me lo prometiste. Ésa será la última que hagas.

El Tigre de Malasia