Un capitán de quince años página 4

Durante la noche del 13 al 14 de marzo ocurrió otro problema. Negoro caminaba por la popa cuando una fuerte ola lo tiró. Tuvo que agarrarse del timón. Tom estaba cerca de él y se asustó. No le importaba tanto la seguridad del cocinero, sino que no se rompiera la brújula.

—¿Qué sucede? —preguntó Dick al llegar al lado de Tom.

—Negoro se cayó encima de la brújula —respondió Tom.

El cocinero había aprovechado esa caída para quitar el pedazo de hierro. Ahora el aparato apuntaba correctamente al norte de nuevo.

Dick revisó la brújula. Se calmó cuando vio que funcionaba todo y le dijo al cocinero:

—No quiero volver a verte por aquí.

Y por fin un día, a las ocho de la mañana, Hércules, que estaba en la proa, gritó:

—¡Tierra, tierra!

Navegaron alrededor de aquel pedazo de tierra. Dick tomó su anteojo de larga vista y vio hacia el horizonte. Entonces se dio cuenta que estaban dejando detrás su descubrimiento. ¡El capitán lo comprendió todo!

Dick fue hacia donde estaban todos y exclamó:

—¡Una isla! ¡Sólo era una isla!

—¿Qué isla? —preguntó la señora Weldon.

—¡Es la Isla de Pascua! Es increíble que nos hayamos desviado tanto, pero ahora sé a dónde nos ha traído la tormenta. ¡Ya no estamos perdidos en el océano!

Todo iba bien. Dick confiaba que pronto llegarían a un sitio seguro. La señora Weldon se acercó a él y le preguntó:

—¿Por dónde crees que llegaremos a América?

—No puedo decirlo con exactitud —dijo Dick y paseó su dedo por un mapa—, pero si esta es la Isla de Pascua, el punto de llegada será más o menos por aquí —y señaló las costas de Perú a Chile—. No se preocupe, de algún modo usted llegará a San Francisco.

Hacía ya más de dos meses que habían partido de Nueva Zelanda. Según los cálculos del capitán, la costa tenía que estar cerca. ¿Por qué no estaba a la vista? Dick no se explicaba aquello. Era como si la costa jugara a las escondidas con el barco.

Pero por fin, un día Dick gritó:

—¡Tierra! ¡Tierra a la vista!

Todos estaban felices y emocionados, pero de pronto el capitán se asustó. No pudo ver ningún puerto donde desembarcar. Solamente había un montón de arrecifes (que son como puntas de rocas).

Dingo comenzó a ladrar desesperado, como si reconociera en los arrecifes un lugar donde él ya había estado y que no le gustó mucho. Mientras tanto, Dick le dijo a la señora Weldon:

—A pesar de todos mis esfuerzos, La Pilgrim estará antes de media hora sobre esos arrecifes. No veo otra solución que acercarnos a la costa para poder salvarles a ustedes, aunque el barco se destruya. Hice todo lo que pude.

—Sí —dijo la mujer—, no tienes la culpa. Que Dios te guíe, Dick.

El capitán preparó el barco. Todos llevaban sus chalecos salvavidas. Dick maniobró la embarcación como un profesional. De pronto, ¡una terrible ola levantó la nave! Una piedra hizo un hoyo muy grande por donde entraba mucha agua. Para su fortuna, la costa estaba muy cerca.

Después de mucho esfuerzo, ¡lo lograron! Todos los viajeros estaban sanos y salvos, pisando tierra firme.

Al llegar a la playa, Dingo comenzó a olfatear toda la arena. Iba con el hocico pegado al suelo y gruñía con la cola entre las patas. Parecía que trataba de encontrar una pista.

Era muy extraño, porque Negoro también se paseaba por la playa, como buscando algo. Parecía que el cocinero estaba midiendo la costa con sus pasos. Finalmente, se dirigió a un arroyo y desapareció.

Los demás encontraron pronto una gruta para protegerse. Como tenían comida y agua abundante, no se preocuparon por eso. Dick les dijo:

—Lo más importante es averiguar dónde nos encontramos. Quizá hemos llegado a la costa peruana. Estoy casi seguro que estamos en su parte menos poblada. Tal vez estemos muy lejos de la civilización.

Hizo una pausa y continuó:

—No abandonaremos este refugio hasta conocer nuestra situación. Pasaremos la noche en este lugar y mañana, dos de nosotros podremos realizar algunas caminatas hacia el interior, sin alejarnos demasiado. Si encontráramos algún indígena, nos informará y sabremos qué hacer. No creo que no encontremos por aquí a algún ser humano.

Luego fueron al barco a conseguir más comida y armamento. También tomaron unos pocos billetes. La señora Weldon dijo:

—¡Me han robado! Yo tenía más billetes en mi bolsa.

—De seguro el ladrón es Negoro —dijo Dick—, por eso se fue. Cuando vuelva, lo haré registrar.

Dick ya no confiaba en el cocinero. No tenía pruebas contra él, pero sospechaba que era un hombre malo.

Dingo estaba muy inquieto, y ladraba hacia un riachuelo donde no había nada. De pronto, de ese sitio apareció un hombre. ¡Estaba muy sorprendido!

Al ver que Dick Sand parecía europeo, se acercó y lo saludó de mano.

—¿Ingleses? —preguntó el hombre.

—Americanos del norte —respondió Dick.

El hombre sonrió feliz de encontrar a compatriotas. Entonces le contaron que habían naufragado.

—No sabemos dónde nos encontramos —dijo Dick.

—Están en América del Sur —explicó el desconocido—. Estas costas pertenecen a Bolivia.

Las palabras del extraño pusieron pensativo a Dick. Quizá se equivocó en los cálculos por culpa de las corrientes.

—Mi nombre es Harris —se presentó el extraño.

Aquel americano se ofreció a llevarlos a un pueblo cercano, donde serían bien recibidos y les ayudarían a llegar a su destino. Les ofreció su caballo, para que la señora Weldon y el pequeño Jack no se cansaran, pues sería un viaje muy largo.

Siguieron su camino a través de la selva. ¡Era bellísimo ver tantas plantas, flores y árboles! Cuando el sol se iba a meter, decidieron que lo mejor era descansar.

—No debemos prender fogatas —dijo Harris—. Algún indígena podría descubrirnos.

—Pero, ¿y las fieras? —preguntó la señora Weldon.

—En realidad —contestó Harris—, las fieras les temen más a los hombres que el hombre a ellas.