Un capitán de quince años página 5

—¿Entonces no hay serpientes, ni leones, ni tigres? —preguntó el pequeño Jack.

—No hay tigres por esta parte del continente americano —respondió Harris con una sonrisa.

Eran las siete de la mañana cuando el grupo continuó su camino. Dick estaba lleno de dudas:

—¿Será necesario cruzar los Andes?

—Tranquilízate amigo —contestó el americano—, no abandonaremos esta llanura.

Y así siguieron su camino varios días. ¡Estaban muy cansados! En especial el pequeño Jack, que no dejaba de hacer preguntas:

—¿Todavía no llegamos a los pájaros mosca y al árbol de goma?

—Falta poco —contestó Harris, quien le contaba historias de ese tipo para entretenerlo.

Sin nada especial pasaron otros cuatro días. Según los cálculos de Dick, la “Hacienda de San Felice”, que era el lugar al que los llevaba Harris, no debía estar muy lejos.

Dick se sentía molesto porque había animales extraños en la selva, y no parecía que se acercaran a la civilización. El joven capitán vio a una de esas fieras correr muy rápido e intento dispararles, pero Harris lo detuvo.

—¡Son jirafas! —gritó Dick.

—En esta parte de América no hay jirafas —dijo Harris—, quizá vio mal. Lo que pasó por ahí fue alguna avestruz.

—¿Avestruces de cuatro patas? —preguntó Dick.

—¡Qué gracioso! —dijo Harris, algo nervioso—, de seguro no vio bien por la velocidad de esos animales.

—Hasta donde yo sé —dijo Dick—, en América del Sur no hay avestruces.

—Se equivoca, capitán. En esta región hay una especie que se llama ñandú.

¿Te acuerdas del primo Benedicto? Pues como casi no habla, no te habíamos contado de él. Pues ahora sí hizo algo, pues de pronto lanzó un grito de felicidad muy extraño y luego dijo:

—¡No tienen idea de lo que he encontrado! Es una clase de mosca que hasta ahora no se había visto nunca en América. Este insecto que tengo entre mis dedos, es… ¡una mosca tse tse!

La alegría del primo Benedicto no fue compartida por Dick Sand, que no se atrevió a preguntarle en qué continente del planeta se encontraba ese terrible insecto.

Llevaban ya doce días viajando a través de la selva. Todo iba bastante normal, solamente dos hechos le llamaron la atención a Dick.

En primer lugar, le preocupaba la actitud de Dingo. El perro sólo levantaba la nariz del piso para oler el aire. ¡Seguía buscando alguna pista! Parecía agitado y se le erizaba el pelo. Dick creyó que olía a Negoro.

Tom iba a su lado y había presentido también que el perro olfateaba a Negoro, así que Dick le dijo:

—Creo que ese hombre está cerca. Y eso puede deberse a dos cosas: a que no conoce el país, y nos sigue de cerca para no perderse; o bien, que conoce este lugar muy bien…

La otra cosa que tenía intranquilo al capitán, es que cuando se metieron en lo más profundo de la selva, ¡Dick notó que habían pasado por ahí unos animales mucho más grandes que un humano! Pensó que eso se debía a una manada de elefantes. ¡Pero si en América no hay elefantes!

Dick llegó a la conclusión de que Harris los había traicionado. Lo mejor era esperar el momento correcto para delatarlo. Ya tenía muchas pruebas en su contra.

En ese momento Tom encontró un cuchillo extraño. Parecía de un indígena. Dick se acercó a Harris y le dijo:

—Este cuchillo demuestra que los indígenas pueden estar cerca.

—Eso es —respondió Harris—, pero la hacienda está muy lejos. Sin embargo no reconozco…

—¿Se ha perdido? —preguntó Dick con energía.

—No, no creo —dijo Harris—, pero al querer ir por el camino más corto, quizá me equivoqué. Creo que lo mejor es que yo vaya solo.

—No, señor Harris, ¡no nos separaremos! —dijo molesto Dick.

Decidieron detenerse y buscaron dónde pasar la noche. El pequeño Jack estaba enfermo y tenía mucha fiebre. De pronto, Tom se quedó viendo a un punto y temblaba de miedo.

—¡Mire, mire!, en esos árboles hay una cadena partida en pedazos y grilletes rotos —dijo el viejo Tom.

—¡Cállate, Tom, cállate! —ordenó Dick.

El capitán fue a observar las cadenas y se aseguró que nadie más las viera. Todos estaban ya dormidos cuando se oyó un ruido largo y grave. Tom, que permanecía quieto, se puse en pie mientras decía:

—¡El león!, ¡el león!

Dick estaba muy enojado por todo, decidió ir a donde estaba Harris para pedirle explicaciones, pero él ya se había ido con su caballo.

Furioso, Dick por fin comprendió que no estaban donde creía. ¡Ésas no eran tierras americanas! Harris los engañó al decir que eran avestruces las jirafas que vieron. Además, ¡habían escuchado el rugido de un león! Y por último, ¿qué significaban aquellas cadenas?

Dick por fin dijo:

—¡Estamos en África! En la parte donde hay esclavos.

No podía creer que lo habían engañado.