Un capitán de quince años página 7

Al llegar, Hércules le quitó el fusil a un indígena y disparó al aire. Aprovechó la  confusión y escapó hacia la selva. Mientras tanto, Dick y los otros fueron encadenados.

Dick y sus amigos fueron llevados a donde estaba un hombre que vendía esclavos. Se llamaba Alvez e iba al mercado de Kazonndé. A los amigos del capitán los encadenaron, pero a Dick no lo trataron tan mal.

El capitán pensaba que de un momento a otro llegarían Harris y Negoro. También estaba preocupado porque no veía a la señora Weldon ni al pequeño Jack. Recordó que una balsa se los había llevado por otro lado.

Había alrededor de quinientos esclavos. Delante de ellos caminaban unos cincuenta soldados y otros cien a los lados. Mientras avanzaban, se oían por todos lados rugidos de leones, panteras y tigres que esperaban cazar a alguna presa.

El 10 de mayo, a Dick le ocurrió un milagro. Lo escribió en una pequeña libreta que había conservado:

“No puedo dormir y me parece oír un ruido en la hierba. Sé que es un animal que se acerca. Estoy sin armas, pero me defenderé. En la sombra brillan los ojos del animal. ¿Será una hiena? De pronto, el animal salta sobre mí. ¡No puedo creer lo que ven mis ojos! ¡Es Dingo! ¡Dingo está a mi lado! ¿Cómo me encontró? ¡Ah, mi querido Dingo, sigues aquí y lames mis manos! ¿Qué quiere? Parece decirme que busque algo. Lo encuentro: es una caña en su collar.

Dingo ha cumplido su misión, me lame las manos y desaparece otra vez. ¿Qué será este papel? ¿Quién lo hizo? Tendré que esperar a que sea de día para leerlo.

El papel está escrito por Hércules. Dice lo siguiente: <<Se han llevado a la señora Weldon y a Jack. Harris y Negoro van con ellos, también Benedicto. He recogido a Dingo. Tenga esperanzas, señor Dick.>>

Al capitán ya sólo le quedaba ser paciente.

Después de unos días, la caravana llegó a Kazonndé. La señora Weldon no estaba ahí. A los prisioneros los encerraron, pero les quitaron las cadenas. De pronto, apareció Alvez. Era el hombre más malo del mundo. Estaba vestido con ropas viejas y su cabello estaba asqueroso. Dick Sand fue llevado frente a Alvez.

—¡El pequeño americano! —exclamó.

—¡Sí, soy yo! —contestó Dick molesto—. ¿Qué pretenden hacer con mis compañeros y conmigo?

Pero no le respondieron, al parecer no hablaban su idioma.

—¡Vaya!, pero si aquí está mi joven amigo —dijo Harris burlándose, quien se acercó de pronto.

—¿Dónde están la señora Weldon y el pequeño Jack? —preguntó enojado el capitán.

—¡Ah! Pues no aguantaron el viaje y los abandonamos.

Dick apretó los puños. Estaba muy enojado y quería vengarse de todos. Sin poder soportar más, golpeó a Harris.

Tuvieron que amarrar a Dick. Negoro mismo, que también estaba ahí, fue quien lo ató. Mientras tanto, la venta de los esclavos comenzó. Tom y los suyos fueron vendidos a un hombre árabe.

Hacia las cuatro de la tarde, llegó el rey Moini Lungga, de Kazonndé. Todo el mundo le hacía reverencias. De inmediato pensaron dar a Dick como ofrenda al rey, pero el monarca se fue porque se sentía mal. A la gente le dio miedo, pues Moini nunca se había ido del mercado. Por eso la gente prefirió encerrarse en sus chozas.

—Hagamos una ceremonia por la salud del rey —dijo Negoro.

Una de las esposas del monarca, llamada Moina, se hizo cargo del reino mientras su esposo estaba enfermo.

—Sí, es necesario hacer una ofrenda—dijo Moina.

Negoro y los hombres de Kazonndé cavaron una fosa en la que había un poste pintado de rojo. Ahí estaba Dick Sand atado con fuerza. La reina Moina alzó la mano. ¡Era la señal para que echaran agua! Dick Sand estaba sumergido hasta el pecho. Intentó romper las cuerdas que lo ataban, pero no pudo. A los pocos minutos ya estaba completamente debajo del agua.

Lo que había dicho Harris sobre la señora Weldon, el pequeño Jack y Benedicto, no era cierto. Los tres estaban encerrados en Kazonndé. La señora Weldon estaba preocupada todo el tiempo por sus amigos.

Cierto día, Negoro se apareció frente a la señora Weldon. Le dijo que Dick había desaparecido y que los negros fueron vendidos como esclavos.

—A ustedes tres los conservé aquí porque son muy valiosos para mí. Voy a venderlos —agregó Negoro.

—¡No puedes hacer eso! —gritó la señora Weldon.

—Claro que sí—respondió el cocinero—. Existe un hombre que pagará por usted lo que yo quiera, ¿me entiende? ¿Quiere saber quién es? Pues, por supuesto, es James Weldon, su esposo.

Lo que el cocinero deseaba hacer, era pedir un rescate por los tres prisioneros.

Algunos días después, Negoro regresó a ver a la señora Weldon.

—No puedo permitir que mi marido venga aquí a rescatarnos. Es demasiado peligroso.

—Pues yo cobraré mi rescate como sea, así que dígame, ¿cómo le hacemos? Dijo el cocinero.

—Tú llevarás a mi marido a un puerto del sur. Los hombres de Alvez nos llevarán a nosotros. En ese lugar mi marido te dará el dinero. Luego nosotros nos iremos con él.

Negoro estuvo de acuerdo, pero tendrían que pasar como cuatro meses antes de que la señora Weldon pudiera abandonar Kazonndé.

Mientras tanto, el primo Benedicto no se quejaba. Aunque había extraviado sus gafas y su lupa, descubrió una abeja minúscula que ponía huevos en los hoyos de panales que no eran suyos.        

También descubrió otro insecto que zumbaba con fuerza. El animal se posó sobre su nariz y el primo gritó:

—¡La mantícora tuberculosa!