La vuelta al mundo en 80 días para niños

La vuelta al mundo en ochenta días para niños

Este es uno de los libros más emocionantes del gran Julio Verne y, además tiene uno de los finales más sorprendentes y emocionantes de toda la literatura (tienes que leer todo el libro, no se vale buscar el final antes).

Sí, ya sabemos que en esta época dar la vuelta al mundo no es un gran logro, pero cuando se escribió este libro, ¡vaya que lo era! Así es como este libro para niños comparte la gran aventura del protagonista, sólo te pedimos un favor, que lo termines y que lo compartas con todos tus amigos, para que lo disfruten igual que tú.

Y recuerda que es gratis y lo puedes leer en línea. 

La vuelta al mundo en 80 días para niños

¿Te has imaginado darle la vuelta al mundo? En estos tiempos, eso sería muy sencillo, sólo tomamos un avión y listo. Pero ésta es la historia de un hombre que aseguró que lo lograría en tan sólo 80 días. En aquel tiempo no existían los aviones, sólo se viajaba en tren o barco, así que era mucho más lento transportarse, por lo que lograrlo en tan poco tiempo, era casi imposible.

Pues aún así, nuestro misterioso y aventurero personaje Phileas Fogg, decidió intentarlo. Él era un hombre muy serio del que nadie sabía nada. Sólo sabemos que tenía una vida muy bien organizada. Todos los días hacía las mismas cosas y en los mismos horarios. Desayunaba lo mismo sin ningún cambio, jugaba cartas todos los días con los mismos señores. Le gustaba estar en el Club Royal y, aunque sabía mucho sobre muchos temas, casi no hablaba con sus compañeros de juego.

Nuestro aventurero vivía en Londres en una gran casa con su sirviente a quien siempre le exigía puntualidad y que todo estuviera en orden. Era tan exagerado en estas cosas, que un día decidió despedirlo porque le llevó agua para afeitarse, medio grado menos caliente de lo debido. ¡Imagínate lo exigente y perfeccionista que era!

Una mañana, llegó a su casa un joven francés que quería trabajar para él. Su nombre era John, pero sus amigos lo llamaban Picaporte. Él había pasado su vida viajando de una ciudad a otra, pero ahora quería tener una vida tranquila en casa de un hombre pacífico como Phileas Fogg.

­­―Me han dicho que eres un buen muchacho, así que quiero que trabajes para mí. Sólo dime una cosa ¿qué hora marca tu reloj?­ ―dijo Fogg.

―Las once veintidós ―respondió Picaporte sacando su reloj plateado del bolsillo.

―Va cuatro minutos atrasado. Debes ponerlo a las once veintinueve, hora en que comienzas a trabajar para mí ―respondió Phileas mientras se levantaba para salir.

Mientras tanto, Picaporte puso su reloj a la hora indicada con una gran sonrisa. De pronto escuchó la puerta cerrarse. Su nuevo amo se había ido a jugar cartas al Club Royal.

Mientras estaba solo en la gran mansión de Fogg, se dedicó a estudiar todas las tareas que debía hacer, los horarios, la temperatura del agua, las cosas que prepararía todos los días, en fin, cada una de las exigencias necesarias para no ser despedido nunca. Con mucha calma, exploró toda la casa, las habitaciones, la cocina, la gran biblioteca y finalmente su recámara.

―¡Esto es maravilloso! todo está en orden y muy limpio. Mi habitación es grande y la cama ¡es comodísima! ―decía Picaporte dando un salto en ella― No me desagrada ni un poco. Este tal Phileas será muy exigente, pero ya me cae muy bien.

Mientras tanto, Fogg llegó al Club Royal. Tomó su desayuno de costumbre y leyó el periódico como siempre, en la misma mesa y silla de todos los días. Más tarde llegaron los compañeros de juego que sin tardanza comenzaron una partida de cartas.

―Dime, Ralph ¿qué te parece la noticia del robo? ―preguntó Tomas, mientras repartía las cartas.

―El banco ha perdido su dinero y no habrá forma de recuperarlo ―interrumpió Andrés.

―No, eso no sucederá. Yo creo que lograrán atrapar a ese ladrón. Lo buscan los mejores detectives de Inglaterra ―respondió Ralph, levantando sus cartas.

―Pero ¿conocían al criminal? ―preguntó Andrés un tanto burlón.

―En primer lugar, no es un ladrón ―dijo Ralph riendo.

―¿Cómo? ¿No es un ladrón alguien que se lleva de un banco cincuenta y cinco mil libras?

―No.

―¿Es el dueño del banco entonces?―preguntó con curiosidad Sullivan.

―El periódico dice que es un caballero ―dijo con calma Phileas Fogg, mientras tiraba su primera carta.

Este robo había sucedido unos días antes. Un hombre muy elegante tomó de un escritorio del banco ¡cincuenta y cinco mil libras! Algo así como un millón trescientos mil pesos. Y de seguro te preguntarás, ¿quién deja tanto dinero en un escritorio y sin vigilancia? Pues ellos, los del Banco de Inglaterra.

En ese lugar no tenían vigilantes y los montones de dinero estaban al alcance de todos, pues creían en la honradez de las personas que entraban a ese lugar.

Era tanta la confianza, que cuentan que un día, un hombre vio una barra de oro de cuatro kilos y la tomó para verla de cerca. Entonces se la mostró al que estaba detrás de él en la fila, éste se la pasó al siguiente y éste al otro y así hasta que llegó al final. Treinta minutos después, la barra había vuelto a su lugar sin ningún problema. Por eso el robo era tan grave, pues creían que no había ladrones ahí. Por eso muchos detectives importantes fueron enviados a las ciudades y puertos. Quien atrapara al ladrón, recibiría una gran recompensa.

Como en aquellos tiempos no existían las cámaras de seguridad, la única información que tenían los detectives eran las descripciones de la gente que estuvo cerca del robo. Sólo sabían que era un hombre muy bien vestido, con un comportamiento amable y educado. Tenían algunos datos sobre cómo era físicamente, pero nada más. Nadie lo conocía.

La conversación sobre este tema le importaba mucho a los compañeros de juego de Phileas, pues Ralph era uno de los jefes de ese banco

―Yo creo que el delincuente es muy inteligente y no lo podrán atrapar ―dijo Andrés muy seguro.

―¡No puede ir muy lejos! ¿A dónde iría? ―respondió Ralph.