La vuelta al mundo en 80 días página 4

―¡Qué tal! Es usted el sirviente que viaja con su amo alrededor del mundo ―dijo Fix fingiendo sorpresa.

―Me da gusto encontrarlo de nuevo, señor Fix. ¿A dónde se dirige?

―A Bombay, como ustedes. En mi trabajo debo viajar a muchos lugares ―respondió Fix sin querer dar más información para no ser descubierto por Picaporte―. He pensado que el viaje de su amo es muy extraño. Sospecho que algo podría ocultar ¿no lo cree usted?

―Claro que lo creo, pero no me imagino qué. De cualquier forma, no quiero saberlo, yo sólo debo cumplir con acompañarlo ―respondió Picaporte con orgullo.

Fix y Picaporte platicaban largas horas. El detective lo usaba para atrapar a Phileas. En cambio, a Picaporte sólo le agradaba su nuevo amigo.

El Mongolia llegó a Bombay con dos días de anticipación. Esto fue de gran ayuda para nuestros viajeros.

 

A las cuatro de la tarde, los pasajeros bajaron del barco. Phileas ordenó a Picaporte ir a comprar algunas cosas para el siguiente viaje. A las ocho de la noche, el tren salía a Calcuta, que era el siguiente destino de nuestros viajeros. Fogg fue a la oficina donde debían sellarle su pasaporte. Después se dirigió a la estación del tren a esperar la hora de salida.

Por otro lado, Fix salió corriendo al departamento de policía. Le dijo al jefe lo que sucedía. Esperaba que le entregara la orden de arresto, pero el papel no había llegado aún a Bombay. El detective intentó convencer al jefe de policía de que él hiciera una orden de arresto, pero se lo negaron por no tener la autorización necesaria. Fix no insistió, pues tenía la esperanza de que llegara el documento en unos días, ya que pensaba que Phileas no se iría pronto, porque Picaporte le había dicho que estaba seguro de que de no iban a llegar más allá de Bombay.

Por otro lado, cuando Picaporte fue a hacer las compras que su amo le encargó, se convenció de que en realidad Fogg hablaba en serio acerca de darle la vuelta al mundo, pero eso no se lo pudo decir a Fix, ni tampoco que pronto saldría el tren que los llevaría a Calcuta.

Mientras hacía las compras, se paseaba por la ciudad. En el camino vio un hermoso templo y le dio tanta curiosidad que decidió entrar. Él no conocía las costumbres de ese lugar, por ejemplo en ese templo no estaba permitido entrar con zapatos, pero esto lo ignoraba nuestro inocente viajero.

De pronto fue derribado por tres sacerdotes que parecían muy enojados con él. Le quitaron los zapatos y los calcetines a la fuerza y comenzaron a darle algunos golpes. Picaporte, que era fuerte y rápido, se logró quitar de encima a estos hombres y salió corriendo del lugar muy confundido.

A las siete cincuenta y cinco, el pobre sirviente apareció en la estación del tren, sin zapatos y sin las cosas que había comprado.

Fix había encontrado a Phileas y se enteró de su siguiente destino. Su plan era seguirlo a donde fuera. Ya en el tren, escuchó lo que le había ocurrido a Picaporte que, muy apenado, hablaba con su amo. De pronto bajó del tren.

―No iré con ellos, se me acaba de ocurrir una mejor idea gracias a la desgracia del joven sirviente ―dijo en voz baja y con una sonrisa mientras el tren partía.

A bordo, Fogg se encontró con uno de sus compañeros de juego del Mongolia, el general Francis. Se saludaron amablemente y comenzaron a conversar.

―Hace algunos años su viaje pudo haberse interrumpido, señor Fogg.

―¿Por qué lo dice, Francis? ―preguntó Phileas.

―Porque lo que le sucedió a su sirviente en el templo pudo meterlos en problemas más graves y que lo arrestaran. Son muy exigentes con el respeto a las costumbres de sus habitantes ―respondió Francis seriamente.

―Pues, si lo hubieran agarrado, tendría que haber cumplido su condena y volver a Londres. No veo en qué me podría retrasar eso a mí ―dijo Fogg despreocupado.

Francis sólo rio por la respuesta de su compañero.

Al día siguiente, el tren hizo una parada en una pequeña ciudad donde Picaporte aprovechó para comprarse zapatos y algo de ropa. Ahora estaba seguro de que su viaje no terminaría hasta darle la vuelta al mundo.

El tren siguió su camino y al día siguiente volvió a detenerse. El conductor dijo:

―Hasta aquí llega nuestro viaje.

Esto los sorprendió, así que Picaporte bajó a toda prisa y volvió diciendo:

―Señor, el tren no puede seguir. Ya no hay vías.

―¿Cómo dices? ―preguntó Francis.

Entonces los tres bajaron con sus equipajes. Estaban en medio de una aldea rodeada de árboles de tamarindos. Sin duda eso no era Calcuta.

―Disculpen, caballeros, las vías aún no están terminadas ―dijo el conductor.

―Pero en el periódico decía que ya lo estaban. ¡Además, compramos los boletos de Bombay a Calcuta, no de Bombay al bosque de los tamarindos! ―dijo Picaporte muy molesto.

Francis y el sirviente estaban furiosos, hasta que Fogg, tranquilamente dijo:

―Bien, busquemos la forma de llegar a la siguiente estación de tren.

―Pero esto retrasará su viaje ―dijo Francis.

―No se preocupe, este tipo de problemas ya los tenía previstos. Además, en el Mongolia gané dos días de tiempo, así que no se preocupen. Busquemos un medio de transporte.

Esto tranquilizó a los viajeros que decidieron ir a la aldea más cercana y buscar por separado alguna carreta o animal que los llevara.

Más tarde se volvieron a reunir Phileas y Francis pero ninguno tenía buenas noticias. De pronto llegó picaporte muy contento.

―Señor, he conseguido un transporte.

―Muy bien ¿dónde está, en qué nos iremos?

―¡Es un elefante! ―dijo Picaporte muy orgulloso ―. Venga a verlo, seguro nos lo prestarán para llegar a la estación del tren.

Los tres viajeros fueron a la casa del dueño del animal. Ahí estaba el gran elefante. El amable hombre los hizo pasar a su casa. Entonces Phileas ofreció comprarle al animal, pero el dueño se negaba a venderlo. Primero le ofreció ochocientas libras, luego mil, después mil quinientas, pero el hombre no aceptaba, hasta que finalmente Fogg ofreció dos mil libras y el dueño entregó al elefante.