La vuelta al mundo en 80 días página 5

Picaporte y Francis estaban sorprendidos y preocupados, pues era demasiado dinero, pero Phileas Fogg sabía lo que hacía.

Al salir del lugar buscaron a un guía que quisiera llevarlos a su destino por un buen pago. Más tarde los tres viajeros y el guía comenzaron el viaje por la selva rumbo a la próxima estación sobre su gran elefante.

 

Por la noche encontraron un sitio para descansar. Los rugidos de los tigres y las panteras, así como los aullidos de lobos y monos, los despertaban de vez en cuando, pero era tal su cansancio que pronto se quedaban dormidos de nuevo.

Al amanecer continuaron su viaje. Bajaron por un bosque lleno de grandes árboles. El guía conocía el camino y prefería evitar las aldeas para no encontrarse con alguna tribu cazadora o algo parecido. Pero por la tarde el elefante se detuvo. Los cuatro pasajeros se quedaron en silencio. Se escuchaba un murmullo acercándose.

―¿Qué es eso? ―preguntó Francis al guía.

―No estoy seguro.

Cada vez estaba más cerca. El guía bajó del elefante, lo amarró a un árbol y desapareció entre los árboles. Después de un momento regresó.

―Es un grupo de brahmanes. Vienen para acá. No hagamos ruido, tratemos de que no nos vean.

Cada vez el sonido era más fuerte. La multitud cantaba y golpeaba sus tambores. De pronto vieron muy cerca a los brahmanes, pero ellos no los veían. Entre la gente iba un bulto con forma de humano, rodeado de flores y objetos valiosos. Era claro que alguien importante había muerto. Al final del grupo llevaban a una mujer muy hermosa llena de joyas. Detrás de ella iban algunos guardias con armas que la amenazaban. Cuando se alejaron, Fogg preguntó:

―¿Qué es eso?

―Es un hombre importante. Ha muerto y la mujer es su esposa. En estas tierras la tradición es sacrificarla para que muera con su amado. Es una costumbre terrible. Muchas lo hacen por amor, pero otras son obligadas y si se niegan, las tratan muy mal, no les dan de comer y viven como esclavas.

―Eso es horrible ―dijo Picaporte muy molesto.

―Ella no parecía ir por su voluntad ―dijo Phileas.

―No, es una historia que todos conocemos aquí ―respondió el guía―. Ella intentó escapar una vez, así que perdió el derecho a decidir. En este momento le han dado unas plantas que la adormecieron, así que no sabe muy bien lo que está pasando. La sacrificarán mañana al amanecer.

―¿Y si la salvamos? ―preguntó Phileas muy serio sin dejar de mirar hacia donde había desaparecido la multitud.

―¿Salvarla? ¡Cómo cree, señor Fogg! ―respondió Francis sorprendido.

―Aún tengo doce horas de ventaja ―dijo Phileas.

La idea de Fogg era muy arriesgada, pero estaba decidido, así que esperaron hasta el anochecer para cumplir su misión. Mientras tanto, el guía les contó que ella era hija de unos ricos comerciantes de la aldea y la habían casado a la fuerza con ese hombre. Por eso, cuando él murió, decidió escapar, pues ella no creía en esas costumbres y menos porque la habían obligado. Su nombre era Aouida.

Por otro lado les confesó que no podía ayudarlos más allá de conducir al elefante, pues si lo atrapaban, por ser parte de la aldea, seguro lo iban a castigar. Ninguno de los viajeros se molestó, pues entendían la situación.

Más tarde comenzaron a acercarse al lugar donde tenían encarcelada a la mujer. Planearon entrar por atrás haciendo un hoyo en la pared donde no había guardias. Tenían que esperar a que se durmieran, pues toda la gente festejaba y bailaba.

A media noche, cuando todo estaba tranquilo y los vigilantes estaban distraídos, con las navajas que llevaban comenzaron a hacer un agujero en la pared de ladrillo y madera. Trataron de hacer el menor ruido posible. El problema es que les estaba llevando demasiado tiempo.

De pronto escucharon un grito dentro. Los tres se asustaron mucho pero no se movieron para nada. De pronto Fogg corrió hacia unos arbustos para ocultarse y de inmediato Francis y Picaporte fueron tras él. Desde ahí podían ver todo. Luego llegaron dos guardias al lugar donde ellos hacían el hoyo, pero no lo vieron, su trabajo era sólo vigilar.

Ahora no se podrían acercar, pero Phileas decidió esperar hasta que se le ocurriera algo más, aunque ya sólo les quedaban un par de horas para que amaneciera. Picaporte estaba muy preocupado y se alejó del lugar desapareciendo entre los árboles, pero ni Francis ni Fogg se dieron cuenta.

Después de un rato, comenzó a amanecer. La gente despertaba. Fogg y Francis  estaban tristes pues ya no podían hacer nada.

Entonces las puertas se abrieron y sacaron a la mujer que se veía aún adormecida. La pusieron junto a su esposo encima de un montón de leña. Luego un hombre se acercó con una antorcha encendida y prendió la madera que rodeaba a Aouida. Comenzó a salir humo y la gente observaba atentamente.

De pronto, algo se comenzó a mover entre el fuego y un hombre salió con la mujer en sus brazos. Las personas se asustaron, pues creyeron que el anciano había revivido. Fue hacia donde estaban los viajeros y les dijo:

―¡Huyamos! ―y comenzó a correr a toda velocidad.

¡Era Picaporte que había sacado a Aouida de entre las llamas! Los tres corrieron hacia el elefante y escaparon a toda prisa, pues los brahmanes los habían descubierto y ahora los perseguían con sus lanzas y flechas.

Finalmente llegaron a la estación del tren a salvo. La mujer no había despertado, pero era natural, pues las plantas que le habían dado eran muy poderosas. Lo que tenían claro es que debían llevarla con ellos porque de lo contrario la volverían a atrapar los brahmanes.

Al llegar la hora de partida, Fogg le pagó al guía el dinero acordado.

―Ha sido usted un gran guía y valiente compañero de viaje. Por eso, si usted quiere, le regalo el elefante ―dijo Phileas muy seguro.

―Pero ese elefante vale muchísimo ―respondió el guía muy emocionado.

―Acéptelo, que yo aún estoy en deuda con usted por su valiosa ayuda.