El corazón de las tinieblas página 4

En ese sitio todo mundo sufría alguna enfermedad. Todos menos él. A los demás los trababa como si fueran menos, sin importar si eran blancos o negros. Siempre permanecía tranquilo.

En cuanto me vio, comenzó a hablar. Me dijo que había tenido que partir sin mí. Y que el barco se hundió. Yo no sabía muy bien de qué hablaba, pero lo escuché sin contestarle.

—Se tardó mucho en llegar —me dijo.

—El camino es terrible. Además, uno de mis hombres se enfermó y tuvimos que traerlo en camilla.

—Los trabajadores que vienen aquí no deberían tener órganos para estar siempre sanos.

—Pero eso no es posible — le dije.

Él cambió el tema y dijo:

—Aquí las cosas están muy mal. En otra estación dicen que el señor Kurtz está enfermo. Espero que no sea cierto.

—Ya he escuchado ese nombre. Dicen que es el mejor.

—Entonces, ¿hablan del señor Kurtz allá en la ciudad?

Yo contesté que sí, aunque la verdad no me importaba nada de lo que decía el director.

—Kurtz es el mejor agente que tenían —comentó.

Luego hizo un silencio.

—¿Cuánto tiempo tardará en arreglar el barco? —preguntó.

Yo ya estaba muy molesto. Tenía mucho tiempo sin comer y no había descansado nada de mi viaje. Por eso le contesté mal:

—¿Cómo quiere que yo sepa eso? ¡Ni siquiera lo he visto! Seguramente se necesitarán varios meses.

—Está bien —me contestó—. No debe tardarse más de tres.

Salí furioso de su cabaña. ‘¡Este tipo es un charlatán!’, pensé.

Les voy a ser sincero, después cambié mi opinión sobre él porque tardamos exactamente tres meses en arreglar el barco.

Al día siguiente me puse a trabajar. Eso hizo que me sintiera un poco menos extraño. Como si mi vida otra vez estuviera en mis manos. Cuando descansaba, miraba a mi alrededor. Sólo veía a hombres caminando de un lado a otro bajo los rayos del Sol.

Pronto supe que ahí lo único que les importaba era el marfil. Todos pensaban en hacerse ricos con él.

En aquellos meses ocurrieron varias cosas. Les voy a contar algunas de las más emocionantes. Una noche, una cabaña llena de algodón se incendió. ¡Parecía un fuego maligno! La cabaña desapareció en muy pocos minutos. Yo estaba del otro lado descansando tranquilamente, cuando vi que todo el mundo corría de un lado para otro sin hacer nada.

El muchacho del bigote se me acercó para decirme:

—¡Todos se están portando tan bien!

Luego llenó un cubo con agua y se alejó con rapidez. Yo caminé río arriba. No tenía ningún sentido intentar salvar la cabaña. Prendió como si fuera una caja de cerillos. Un negro gritaba:

—¡Yo fui el culpable! ¡Yo lo hice!

Nunca supe si eso fue verdad o no, pero a los pocos días lo vi sentado junto a un árbol. Parecía muy enfermo. Luego se levantó y caminó hacia la selva. Creo que nunca lo volví a ver.

El día del incendio escuché a dos hombres hablar. Uno de ellos era el director. La otra persona le dijo:

—Deberías aprovechar esto.

El director no dijo nada porque vio que yo estaba ahí.

—¡Qué impresionante incendio! —dije.

—Sí, increíble —contestó con flojera y se fue.

Yo no supe de qué estaban hablando, pero me pareció que mencionaron el nombre de Kurtz. El otro hombre era el agente más importante del director. Los otros agentes decían que era un espía.

Comenzamos a platicar. Poco a poco nos alejamos del incendio. Luego me invitó a su cuarto, que estaba en el edificio central de la estación. Cuando encendió una cerilla, vi que su tocador era muy fino y caro. Además, tenía una vela completa para él. Allá en la selva, ése es un gran lujo. ¡Se suponía que el director era el único con derecho a las velas!

A mí me habían dicho que él estaba encargado de hacer los ladrillos, pero en toda la estación no había ni uno. Al parecer, le hacía falta un material, por lo que había tenido que quedarse ahí un año entero. Estaba esperando que se lo mandaran.

En ese lugar todos estaban esperando algo. Por lo menos eso parecía. Pero sólo recibían enfermedades. La mayoría pasaba el tiempo murmurando, diciendo cosas malas unos de los otros. ¡Era absurdo! Ahí todo era irreal, como si nada tuviera sentido. Así me sentía yo. ¿Qué estaba haciendo ahí?

No tenía idea de por qué ese hombre era amable conmigo. Sentí que me quería preguntar algo, pero no lo hacía. Al final, sin saber por qué, se molestó. Comenzó a bostezar y yo me levanté. Antes de salir vi un cuadro de una mujer envuelta en telas. Tenía los ojos vendados. En una mano llevaba una antorcha encendida.

Eso me detuvo. Él se quedó de pie por educación.

—¿De dónde sacó este hermoso cuadro? —pregunté

—Me lo dio el señor Kurtz —respondió—. Fue hace como un año.

—Por favor, dígame quién es el señor Kurtz. ¿Por qué es tan importante?

—Es el jefe de la estación interior —dijo muy serio.

—Muchas gracias —le dije riendo—. Y usted es el encargado de hacer los ladrillos de la estación central.

Él se dio cuenta que me estaba burlando de él y se molestó.

—Es un genio —dijo al fin—. Sabe mucho de ciencia y progreso, además tiene mucha piedad por todos. Nosotros lo necesitamos.