El corazón de las tinieblas página 9

De pronto, apareció un grupo de hombres. ¡Pareció que brotaron de la tierra! Luego se escuchó un grito estremecedor y cientos de salvajes inundaron la estación. Después, todo se quedó tranquilo. Nadie se movía o decía algo.

—Sólo Kurtz puede salvarnos —dijo el hombre.

Kurtz salió. Era un hombre muy alto. Gritó algo y, de repente, cayó hacia atrás. Los salvajes se fueron y los agentes lo metieron en una camilla. Sí, estaba muy enfermo.

Yo fui para allá y lo vi por primera vez de cerca. Nos habló un poco. Su voz era profunda y grave. Tenía algo que invitaba a obedecerlo.

Mientras estábamos en la casa, los salvajes estaban afuera. Eran como una jauría de lobos. Parecían dispuestos a atacar, aunque estaban escondidos. Sólo se veía una mujer. Ella era fuerte y ágil. Caminaba de un lado a otro para que la viéramos. Se acercó al barco y luego regresó a la casa. Se nos quedó viendo. ¡Era como si la selva nos estuviera amenazando! Luego se dio la vuelta lentamente y desapareció.

El director le dijo a Kurtz:

—Venimos a salvarlo. Ya no tiene de qué preocuparse.

—¿Salvarme? Lo que quiere rescatar es el marfil. Usted sólo interrumpe mis planes. Pero regresaré y cumpliré mis objetivos… —dijo Kurtz.

El director salió. Me tomó del brazo y me llevó afuera.

—Está mal, muy mal —dijo—. Por desgracia, él le ha hecho mucho daño a la compañía.

—De cualquier manera, pienso que Kurtz es un gran hombre —le respondí.

—Lo fue —dijo—, pero ya no.

Luego se dio la media vuelta y se fue. Llegó por detrás de mí el hombre curioso y me dijo:

—Hay cosas que debe saber sobre Kurtz. Él fue quien mandó atacar el barco. No quería salir de aquí.

—Muy bien —le contesté—, le prometo no decir nada sobre esto.

—Yo debo escapar —dijo—. Tres hombres negros me están esperando en una canoa.

Le di unos cartuchos para su rifle y me despedí de él. A veces me pregunto si el hombre curioso realmente existió.

La primera noche ahí fue terrorífica. El silencio y la oscuridad eran completas. Algo se sentía en el aire, como si miles de salvajes estuvieran esperando para atacarnos. Yo salí solo a caminar. ¡Lo sé, fue una locura! Anduve por la selva con mucho miedo. Sentí que debía enfrentarme a algo. De pronto, vi una sombra y la seguí. Luego escuché una voz que me dijo:

—¡Márchese, escóndase!

Una figura negra se levantó. Tenía cuernos. ¡Debía ser algún hechicero!

—¿Sabe usted lo que está haciendo? —me preguntó.

—Sí, lo sé perfectamente.

—Yo tenía planes inmensos —me dijo susurrando.

—Lo sé —le contesté—, pero no se me acerque o lo atacaré.

Sé que piensas que fue Kurtz con quien platiqué. Yo también lo creo, pero no estoy seguro.

Cuando salimos al día siguiente y estábamos en el barco, los miles de salvajes volvieron a salir a la orilla. No nos hicieron ningún daño.

A Kurtz lo pusimos en la cabina. Gritó algo y todos los salvajes, junto con la mujer, hicieron una especie de remolino.

—¿Entienden lo que les dice? —le pregunté a Kurtz.

Él sólo miraba hacia arriba. No respondió. En cambio, hizo una sonrisa maliciosa. Eso quería decir: por supuesto. Recordé el consejo que me dio el hombre curioso e hice sonar la sirena. ¡Los salvajes se espantaron y corrieron como locos! Sólo la mujer se quedó sin moverse.

La corriente hizo que viajáramos mucho más rápido. Kurtz se veía cada vez más enfermo. Yo sentí que no iba a lograrlo. En cambio, el director iba feliz.

—Las cosas salieron mucho mejor de lo que podría imaginar —dijo.

Mientras estaba acostado y con fiebre, Kurtz hablaba. Era como escuchar a un gran sabio. Habló de todo. Yo me quedé junto a él para escucharlo y aprender. Pero cada vez se ponía peor y a veces decía cosas sin sentido.

—¡Selva, te arrancaré el corazón! —dijo una vez.

Otro día, en que parecía mejorar un poco, de pronto se puso muy mal, me dio un paquete de papeles y dijo:

—¡El horror, el horror!

Esas fueros sus últimas palabras. Luego murió. Al día siguiente hicimos una parada y los agentes lo enterraron.

Creí que los agentes y el director me atacarían, pero no fue así. Tal vez porque me necesitaban para navegar.

Después regresé a la ciudad. ¡Era tan extraño no estar en la selva! Yo todavía tenía el paquete de papeles que me dio Kurtz, pero no sabía qué hacer con ellos. Un día fue a visitarme un hombre extraño.

—Sé que usted tiene ‘ciertos documentos’ —me dijo.

Me negué a entregárselos y se fue de mi casa gritando amenazas. Luego supe que Kurtz tenía una prometida, así que la busqué para entregarle los papeles.

—¿Lo conoció bien? —me preguntó.

—En la selva los hombres se conocen a profundidad. Lo admiré mucho.

Ella estaba triste porque no lo vio al final. Yo le dije que había pensado mucho en ella y me sonrió.

—Era el hombre más sabio.

—Lo era —le respondí con sinceridad.

Hasta aquí llegó la historia narrada por Marlow. Se quedó callado, sin decir una palabra.

—Hemos perdido la primera corriente —dijo el director.

Yo levanté la cabeza. El mar estaba cubierto por oscuras nubes. Parecía que íbamos directamente al corazón de las tinieblas.