Cuentos de Chéjov para niños

Cuentos de Anton Chejov

¿Cansada o cansado de los mismos cuentos de siempre? ¡No más Blanca Nieves, no más Cenicientas, no más príncipes convertidos en sapo!

Nos hemos revelado y te traemos algunos de los más extraordinarios cuentos de Antón Chejov. ¿No sabes quién es? Bueno, pues fue un gran, pero en verdad gran escritor ruso.

No todo el mundo lo sabe, pero él escribió algunos de los más interesantes cuentos para niños y te los traemos aquí, para que los disfrutes y los presumas con tus amigas y amigos. 

Cuentos de Chéjov para niños

EL ESPEJO TORCIDO

Entré con mi esposa al salón. Olía muy feo, como a humedad. Cuando prendimos las luces, miles de ratas y ratones huyeron a sus escondites. Sopló el viento y se movieron los papeles amontonados en los rincones. Cerramos la puerta.

La luz de la vela iluminó los retratos de mis antepasados. Parecía que me miraban enojados como diciéndome:

—¡Te merecerías un buen castigo, tramposo!

—¡Antepasados! —exclamé—. Si yo fuera escritor, al ver estos retratos haría una larga novela. Cada uno de estos ancianos fue joven un día, y todos, ellos y ellas, tuvieron su historia de amor, ¡y qué historia! Mira, por ejemplo, a esta viejecita —le dije a mi esposa—. Fue mi tatarabuela. Esta mujer tan horrible también tiene su historia y, por cierto, una increíble. ¿Ves ese espejo? ¿Aquel que está en el rincón?

Señalé a mi mujer un espejo muy grande. Tenía un marco negro y viejo. Estaba en una esquina, junto al retrato de mi tatarabuela.

—Aunque no lo creas tiene poderes mágicos. Causó la ruina de mi tatarabuela. Nunca se separó de él. Pasaba el día y la noche viéndose. ¡Hasta comía frente a su reflejo! Al acostarse se lo llevaba a la cama. Al morir rogó que lo pusieran en su ataúd. Su deseo no se cumplió porque el espejo no cabía.

—¿Era coqueta? —preguntó mi mujer.

—Me imagino que sí, pero ésa no era la razón. Ella tenía otros espejos. ¿Por qué se encaprichó con éste y no con otro? ¿No tenía otro más bonito? Estoy seguro que aquí hay algún terrible misterio. Dice la leyenda que el espejo estaba endemoniado y que mi tatarabuela tenía tratos con el diablo.

—¿En verdad? —preguntó ella.

—Creo que todo eso son tonterías, pero tal vez el espejo del marco de bronce negro sí tenga un poder misterioso.

Le quité el polvo y al verme me eché a reír. El reflejo estaba torcido y por eso mi cara aparecía doblada para todos lados. Mi nariz se volteó hacia la mejilla izquierda. Mi barbilla parecía partida en dos.

—¡Qué gusto tan raro el de mi tatarabuela! —exclamé.

Mi mujer se acercó también al espejo. Se miró en él. Y entonces ocurrió el desastre. Empezó a temblar de pies a cabeza y se desmayó.

Levanté a mi mujer en brazos y la saqué de la habitación. Siguió mal hasta la noche del día siguiente.

—¡El espejo! ¡Que me den el espejo! —fue lo primero que dijo al despertar—. ¿Dónde está el espejo?

No comió ni durmió una semana. Sólo pedía que le llevaran el espejo. El médico dijo que podía morir de cansancio y que su estado era muy grave. No tuve otra opción, bajé a la habitación de los antepasados y le llevé lo que tanto quería.

En cuanto lo vio soltó una carcajada de felicidad. Después lo tomó, lo besó y se quedó viéndolo.

Así han pasado diez años y ella continúa sin apartarse de su lado ni por un segundo.

—¿Es posible que sea yo? —murmura mientras ve su imagen en el espejo—. Sí, soy yo. Todos mienten. ¡Sólo este espejo dice la verdad! Si antes me hubiera visto cómo soy en realidad, no me habría casado con un hombre como él. ¡No está a mi nivel! Los hombres más hermosos estarían enamorados de mí.

Un día estaba detrás de mi mujer y descubrí por casualidad el terrible secreto del espejo.

Allí vi la imagen de una mujer muy bella. Nunca vi otra mujer tan hermosa en mi vida. ¿Cómo era posible? ¿Por qué mi mujer aparecía tan guapa en el espejo?

Ahora estamos mi mujer y yo sentados juntos ante el espejo. No apartamos la mirada ni por un instante. Mi nariz se tuerce hacia mi mejilla izquierda, pero la cara de mi mujer es encantadora. Una pasión loca se apodera de mí.

Yo río de felicidad y mi mujer murmura en voz baja:

—¡Qué hermosa soy!

El espejo nos ha atrapado a los dos.

LA JOYA ROBADA

Máchenka es una jovencita bien educada, pero pobre. Para ayudar a su familia trabaja en una casa como cuidadora de niños.

En esa mansión de pronto se escucha un ruido muy fuerte. Al caminar hacia ese lugar, ve a una sirvienta llorando en un pasillo. También se encuentra a Nicolás, el dueño.

—¡Qué horror! ¿Por qué hacen esos ruidos? —grita Nicolás.

Máchenka entra en su recámara y se sorprende mucho. ¡Entraron a su cuarto a revisar sus cosas! Un cajón estaba abierto. También su alcancía. La ropa estaba desacomodada. «¿Por qué habrán hecho esto? ¿Alguien habrá cometido un crimen?», pensó.

En ese momento entró la sirvienta a su cuarto.

—Lisa, ¿sabe usted por qué han entrado a mi habitación? —le pregunta Máchenka.

—A la señora le falta una joya de dos mil ru­blos —responde Lisa—. Los revisaron a todos, a mí también.

—Pero ¿por qué buscaron en mis cosas? ¿Quién lo hizo?

—La señora ha revisado todo. No te preocupes, no encontraron nada en tu cuarto.

—Pero es una ofensa que haya sospechado mí. No tenía derecho a hacer esto.

Máchenka se puso a llorar. Ella era honrada y la registraron como si fuera un ladrón. «Buscaré a jueces y abogados y me creerán que no he robado nada», pensó.

—¡La comida está servida! —se escuchó desde abajo.

Máchenka se lavó la cara y fue hacia el come­dor. Ya habían empezado a comer. De un lado de la mesa estaba Fedosia, la dueña. Parecía furiosa. Al otro, Nicolás. También estaban los niños y algunos invitados. Como sabían que la dueña estaba molesta, nadie hacía ningún ruido.

—Señora, se ha agitado demasiado —dijo Mamikof, su médico—. Es muy nerviosa. Ol­vide la joya… ¡La salud vale más que dos mil rublos!

—No me importan los dos mil rublos, es que no puedo permi­tir que haya ladrones en mi casa. ¿Así me pagan todo lo que hago por ellos?

Aunque todos miraban sus platos, Máchenka siente que todos la ven a ella.

—Lo lamento —murmura—, me duele la cabeza. Me voy.

Se levantó y salió del comedor.

—¡Dios mío! Revisar su cuarto ha sido una tontería —dijo Nicolás.

—Yo no digo que ella tomara la joya —dijo Fedosia—, pero ¿puedes asegurar que no es así?

—Claro que no… Pero registrarla ha estado tan mal…

—Tú come y no te metas en mis asuntos —dijo Fedosia.

Mientras tanto, Máchenka llega a su cuarto y se tira en la cama. Sólo piensa en que le gustaría ser rica para poder humillar a la dueña como ella lo hizo. Pero como eso no era real, tenía que salir de esa casa de inmediato. Lo malo es que no quería ser pobre de nuevo. De cualquier forma, comienza a hacer sus maletas.

—¿Puedo entrar? —pregunta del otro lado de la puerta Nicolás.

—Entre usted.

Al ver que la joven estaba guardando sus cosas, pregunta qué hace.

—Me voy de aquí. Me siento humillada.

—Lo comprendo… pero creo que está exagerando. No le ha pasado nada malo.

Máchenka calla y sigue guardando. Nicolás da un paseo por el cuarto y le pide una disculpa. Como eso no funciona, pide una disculpa a nombre de su esposa. Como la muchacha sigue haciendo sus maletas, por fin le dice:

—¿Quiere usted que me ponga de ro­dillas? La han humillado, usted llora y quiere mar­charse. ¿Quiere que le confiese algo?

Máchenka sigue muda.

—Soy yo quien ha cogido la joya de mi mu­jer. Por favor no se lo diga a nadie.

Máchenka está asombrada. Después de la confesión no sabe qué pensar.