Cuentos de Antón Chéjov página 4

EL NABO

Había una vez una pareja. Después de estar casados mucho tiempo, tuvieron un hijo al que llamaron Sergio. Tenía las orejas largas y un nabo en lugar de cabeza. El niño creció y se hizo grandote, grandote… Su padre, para ver si lo sacaba adelante en la vida, lo agarró de las orejas y se puso a jalar. Pero por más que tiró no consiguió nada. Así que llamó a su mujer.

Ella se puso a tirar del marido y el marido del nabo. Pero por más que jalaron no consiguieron sacarlo adelante. Luego, la madre llamó a una tía que era princesa.

La tía jaló de la madre, la madre del padre y el padre del nabo. Pero por más que tiraron no consiguieron sacarlo adelante. Luego la tía princesa llamó a un compadre suyo, que era general.

El general tiró de la tía, la tía de la madre, la madre del padre y el padre del nabo. Pero por más que jalaron no lograron sacarlo adelante. El padre no pudo aguantar más: casó a su muchacho nabo con la hija de un vendedor rico y llamó al comerciante para que fuera con muchos billetes.

Entonces el comerciante se puso a tirar del general, el general de la tía, la tía de la madre, la madre del padre, y el padre del nabo. Y a fuerza de tanto tirar, consiguieron sacarlo adelante.

Dicen que ahora Sergio es un buen trabajador del gobierno y obedece todas las órdenes que le dan. Nunca lo dejaron salir adelante como él quería.

UN NIÑO MALIGNO

Iván, un joven apuesto, y Anna, muchacha de nariz respingada, bajaron por la orilla de un río y se sentaron en un banquito. ¡Qué maravilloso lugar era aquél! Los jóvenes llevaban cañas y frascos de gusanos para usar como carnada. Una vez sentados se pusieron enseguida a pescar.

—Estoy contento de que por fin estemos solos —dijo Iván mirando alrededor—. Tengo mucho que decirte, Anna ¡mucho!… Cuando te vi por primera vez… ¡Están mordiendo el anzuelo! Comprendí que eres la razón de mi vida… ¡Debe de ser un pez grande! ¡Está mordiendo!… Al verte…, te amé. ¡Espera! ¡No jales todavía! ¡Deja que muerda bien!… Dime, amada mía… te lo suplico…, ¿puedo esperar que tú también me quieras?… ¡No! ¡Ya sé que no valgo nada!… ¡Jala ahora!

Anna alzó la mano que sostenía la caña y lanzó un grito. En el aire brilló un pescadito de color verde plateado.

—¡Dios mío! ¡Ay!… ¡Ay!… ¡Se soltó!

El pez se zafó del anzuelo y se hundió en el agua. Al perseguir al pez, Iván cogió sin querer la mano de Anna, y sin querer se la llevó a los labios. Ella la retiró, pero ya era tarde. Sin querer, sus bocas se unieron en un beso. Todo fue sin querer. Entonces se prometieron amor por siempre ¡Felices momentos!… Pero la vida no es siempre alegre. Así ocurrió esa vez. Cuando los jóvenes se besaron se oyó una risa. Miraron y en el río había un chiquillo. Era Kolia, el hermano pequeño de Anna. Desde el agua miraba a los jóvenes y se burlaba.

—¡Ah!… ¿Se besaron?… ¡Muy bien! ¡Yo se lo diré a mamá!

—Espero que tú…, como caballero… —dijo Iván muy nervioso—, te portes como una buena persona.

—Si me das una moneda no diré nada, pero si no me la das, lo contaré todo.

Iván sacó dinero del bolsillo y se lo dio a Kolia. Éste lo encerró en su puño mojado y se alejó nadando. Los jóvenes ya no se volvieron a besar.

Al día siguiente, Iván llevó a Kolia pinturas y un balón, mientras la hermana le regalaba todos sus dulces. Lo peor es que el niño los seguía a todos lados. ¡Ni un minuto los dejaba solos!

—¡Canalla! —decía Iván—. ¡Tan pequeño todavía y ya es todo un ladrón!

Kolia no dejó en paz a los jóvenes enamorados. Los amenazaba con acusarlos, vigilaba, exigía regalos… Luego se le ocurrió que quería un reloj y tuvieron que prometérselo.

Un día, mientras se servía de postre un pastel, de pronto se echó a reír. Le guiñó un ojo a Iván y le preguntó:

—¿Se lo digo? ¿Eh…?

Iván se puso muy rojo de coraje y en lugar del pastel, masticó la servilleta. Anna se levantó de un salto de la mesa y se fue corriendo a otra habitación.

Todo esto sucedió hasta que Iván pudo pedir casarse con Anna. ¡Oh, qué día tan dichoso! Después de hablar con los padres de la novia y de recibir su permiso, lo primero que hizo Iván fue salir corriendo al jardín en busca de Kolia. Casi lloró de felicidad cuando encontró al maligno chiquillo. ¡Claro que lo agarró por una oreja! Anna también llegó y lo cogió por la otra. Así, el latoso niño fue castigado por lo mal que se había portado con ellos.