Historias de fantasmas para niños

Cuentos de fantasmas para niños

HISTORIAS DE FANTASMAS DE HENRY JAMES

Qué bueno que llegaste aquí, porque tenemos un libro de fantasmas que ¡te hará brincar de miedo! Bueno, eso depende de ti, pero lo que sí te podemos asegurar es que este es un gran libro de cuentos de terror para niños, el cual contiene las mejores historias que puede haber.

Lo mejor de esto es que es una versión infantil del libro de Henry James, por lo que podrás leerlo con tranquilidad y, de paso, puedes compartirlo con tus amigos y tus papás. 

Nota importante: este libro es para mayores de 12 años. No lo leas si no tienes la edad. 

Historias de fantasmas para niños

EL ALQUILER DEL FANTASMA

Yo tenía veintidós años cuando terminé la Universidad. Estudié teología, que es todo lo que tiene que ver con dios, pero también con cosas muy espirituales. Cosas que no siempre podemos entender. Tal vez por esto, porque sabía mucho sobre estos temas, es que me ocurrió todo lo que contaré.

Ahí en la Universidad vivía con un amigo, pero a él no le gustaba caminar. En cambio, yo pasaba horas dando largos paseos. Mientras lo hacía, observaba todo con mucha atención. Siempre trato de que no se me pase ni un solo detalle.

Una tarde gris de diciembre, fui hacia la ciudad por un camino poco usado. Al anochecer, me encontré en un sendero estrecho que nunca había visto. No sé cómo explicarlo, pero por ahí todo era extraño, viejo. Tanta quietud me hacía sentir raro. Junto al camino había una casa. Me detuve y la observé sin saber por qué lo hacía. Era normal, parecida a todas las de la zona. En algún momento debió ser blanca, pero el color ya se había perdido. Las persianas estaban cerradas y llenas de tierra.

No sé de dónde, pero podría jurar que una luz del cielo cubrió la casa durante unos instantes. La recorrió toda y desapareció. Después de esto, el lugar daba un poco de miedo. Se veía, digamos, un poco terrorífico. Algo me hizo pensar: «En esta casa hay un fantasma».

No sé por qué, pero estaba seguro de eso. De habérmelo preguntado antes, me hubiera burlado. «Yo no creo en cosas sobrenaturales» —habría contestado. Insisto, ahí había una maldición espiritual. Mientras más observaba la casa, más me daba cuenta que adentro había un secreto.

Le di la vuelta entera. Me asomé por todas las ventanas o rendijas, pero no pude ver nada. Al estar frente a la puerta, le di la vuelta a la perilla para abrirla. ¿Qué hubiera pasado de haber cedido? ¿Habría entrado? Para mi suerte, no se abrió.

Caminé un poco y me encontré con una señora que estaba saliendo de su casa. Me acerqué y la saludé:

—¿Podría decirme de quién es la casa que se encuentra allá? —pregunté.

Ella me miró por un momento. Su cara se puso un poco roja.

—Nuestra gente no pasa nunca por ahí —contestó.

—Pero es un atajo para ir a la ciudad —dije.

—Tal vez sea un atajo, pero nunca lo usamos.

Pensé que aquello era interesante. ¿Cuál era la razón para que no usaran ese camino que les ahorraría mucho tiempo? ¡Algo pasaba en esa casa!

—¿De quién es? —pregunté— ¿La habita alguien? Está cerrada por completo.

—No lo sé, y no me importa. Nunca salen y nadie entra.

—¿Quiere decir que la casa tiene fantasmas?

De nuevo se puso roja, se puso un dedo en los labios, como para decirme que me callara, y se metió corriendo a su casa.

Durante varios días pensé mucho en aquella aventura, pero no se la conté a nadie. Ni siquiera a mi amigo de la Universidad. No podía decirle a alguien: «oye, creo que en una casa que me encontré viven algunos fantasmas», porque pensaría que estoy loco.

Decidí volver a visitar el lugar. Traté de abrir la puerta de nuevo, pero otra vez estaba cerrada. Incluso hasta toqué para que me abrieran, pero nadie contestó. De pronto observé que alguien se acercaba, como no quería que nadie me descubriera, me escondí detrás de un árbol. Desde ahí vi a un señor ya grande. Caminaba con dificultad. Al pasar por la casa se acercó a ella, se quitó el sombrero, hizo algunos movimientos con él y ¡se metió!

Yo me asomé por la ventana más cercana y apenas pude ver que los cuartos se iban iluminando. ¿Quién era ese hombre? ¿Era real o un fantasma? ¿Un habitante de la casa? ¿Un familiar? ¿Por qué hizo esos saludos misteriosos antes de entrar? Tenía demasiadas preguntas.

Por un momento pensé en tocar a la puerta de nuevo. No lo hice porque me pareció grosero. Busqué un poco y por fin encontré un lugar donde podía ver un poco más. Podría jurar que había una sombra. Era alta y horrible. Figuraba ser una persona sentada. Creo que vi al hombre que entró, pero no estoy seguro.

Permanecí cerca de la casa hasta que el señor salió. Hizo la misma ceremonia que al entrar y comenzó a caminar. Estuve a punto de hablarle, de hacerle mil preguntas, pero no lo hice.

Un día, di un paseo por el cementerio. Había andado como media hora cuando vi una figura que me pareció conocida. ¡Era el hombre de la casa encantada! Estaba sentado en una banca sin hacer nada. Yo me acerqué, le pregunté si me podía sentar a su lado y me contestó que sí, con amabilidad.

Lo observé un poco antes de hablarle. No parecía un loco que creyera en fantasmas. Más bien parecía muy triste. Su ropa se veía vieja, pero limpia. Dije lo que el cementerio era bonito, porque no se me ocurrió nada más.

—Es un sitio agradable —contestó.

—Me gusta pasear por los cementerios —dije contento, porque la plática iba bien.

—Eso es bueno. Haga mucho ejercicio ahora que está joven. Cuando muera ya no podrá.

—Claro. Aunque hay quienes dicen que sí se puede.

El hombre desvió la mirada y no me contestó.

—¿No comprende lo que le digo? —pregunté.

El hombre siguió con la mirada clavada en el piso.

—Hay personas que caminan después de muertas —dije con valentía.

—Usted no cree eso —dijo mientras volteaba a verme.

—¿Cómo sabe si lo creo o no?

—Porque usted es joven e ingenuo.

—Es cierto, soy joven, pero no ingenuo. Si ahora le preguntara a todas las personas si creen en fantasmas, me dirían que no.

—Porque la gente es tonta —contestó un poco molesto el señor.

Ya no seguí hablando de eso. El hombre parecía enojado. Poco a poco se fue calmando, hasta que me preguntó qué estudiaba. Al saber que soy teólogo, me dijo:

—Entonces, usted sabe cosas que lo demás no. Creo que usted es un joven diferente. Me agrada.