Cuentos de fantasmas página 5

La señora Doyne subió un par de veces para ayudar. Le acomodó las cartas en orden, le dijo dónde se encontraban los papeles importantes… en fin, que pensó que podía serle útil a Jorge. Cada vez que la veía, al escritor le daba la impresión de que algo no estaba bien con ella, «¿se encontrará bien», pensaba.

Una vez, ella abrió la puerta sin que la escuchara y se quedó parada ahí, sin hacer ningún ruido. Al verla, ¡Jorge se espantó muchísimo! La verdad es que le dio miedo porque pensó que podía ser el fantasma de su amigo.

—Espero no haberte asustado —dijo ella.

—Un poco nada más —contestó Jorge—. Estaba muy concentrado en estos papeles. Por un instante… fue como si él estuviera aquí.

Ella se asombró tanto que parecía más extraña todavía.

—¿Ashton? —preguntó la mujer.

—A veces parece que está tan cerca —dijo Jorge.

—¿A usted también?

Al escritor esta pregunta se le hizo muy rara.

—¿Le pasa a usted lo mismo? Preguntó él.

Tardó un poco en contestar.

—Algunas veces.

—¡Es como si pudiera entrar en cualquier momento! Por eso me espanté hace unos instantes.

La señora Doyne lo escuchaba con interés.

—¿Eso lo inquieta? —preguntó ella.

—No, la verdad es que me gusta.

—¿Siente que mi marido está aquí, en este estudio?

—Bueno, no sé. Como le dije, hace rato pensé que usted era él. Es lo que todos queremos, ¿no?, que él esté aquí.

Ella lo miró y dijo:

—Está aquí, con nosotros.

—Entonces, si está aquí, espero que sólo quiera ayudar —dijo Jorge un poco en broma y un poco con miedo.

A partir de ese momento, todo comenzó a ir mejor. Jorge sentía más y más la presencia de Doyne. En cuanto aceptó que él estaba ahí, lo disfrutó mucho. Incluso hasta llegaba antes para disfrutar esa sensación.

A veces hasta creía estar frente a su amigo. De pronto comenzaron a pasar cosas extrañas. En ocasiones, cuando estaba escribiendo, sentía un aliento detrás de él. Había momentos en que sentía que, si levantaba la cabeza, ahí vería al espíritu de su amigo.

Las cosas se pusieron más extrañas con el tiempo. Si Jorge buscaba algún dato en un archivero, al voltear ya estaba sobre la mesa un libro que contenía la información que necesitaba. O si deseaba una carta en especial, el cajón donde se encontraba se abría solo. Pero, sobre todo, estaba seguro que varias veces había visto a un hombre parado junto a la ventana, con los brazos cruzados, observando todo lo que hacía.

Sentir de cerca al espíritu de su amigo y que le ayudara en todo, le gustaba mucho a Jorge. Lo malo fue que, de la nada, el fantasma, o lo que fuera, desapareció. El escritor comenzó a sentirse solo en el estudio. Ya nadie lo ayudaba, las cosas no se cambiaban solas de lugar, en fin, que se convirtió en una habitación como todas.

Lo normal es que las personas se espanten con los fantasmas, no que se pongan tristes cuando se van, pero eso fue lo que le sucedió a Jorge. «Ahora que ya no está, por lo menos sé que fue real», pensó.

Por primera vez ya no le gustaba estar ahí. Ya no deseaba hacer su trabajo. Sin saber por qué, un día bajó a la cocina. ¡Necesitaba hablar con la señora Doyne! No sabía cómo, pero estaba seguro de que lo estaría esperando. Y así fue, porque ella ya iba a buscarlo.

—¿Ha estado con usted?

No sabemos quién dijo esto, pero pudo ser cualquiera de los dos, porque ambos pensaban lo mismo.

—Creo que me ha abandonado el espíritu de su marido —dijo él— ¿Le pasó lo mismo?

—Noté que ya no estaba, aunque creo que lo sentí en la escalera, subiendo al estudio —contestó ella.

—¿Por eso salió a buscarme?

—Pensé que usted vendría por mí.

Se tomaron las manos y se quedaron así unos minutos, sin saber qué decir. Entonces dijo Jorge:

—¿Qué es lo que ocurre?

—Yo sólo quiero hacer las cosas deben ser —dijo ella—, que esté aquí, con nosotros.

—¿No estamos haciendo las cosas bien? —preguntó Jorge.

—Tenemos que pensarlo mejor. Debemos averiguarlo —contestó la señora.

Y lo pensaron mucho. Él dejó de ir a la casa por un tiempo, tratando de descubrir qué hizo enojar al fantasma. «Tal vez no le gustó que contara algo de su vida, o no lo estoy contando como sucedió en verdad», se decía Jorge.

Después de unos días regresó a la casa. Al verlo, la señora Doyne dijo:

—No ha estado conmigo.

—Tampoco me ha acompañado —contestó Jorge con tristeza.

—¿Ni para ayudarle?

—No, no comprendo qué está sucediendo. Haga lo que haga, siento que me estoy equivocando —dijo Jorge.

—¿Por qué lo dice?

—Si le dijera todo lo que pienso, todo lo que he visto, no me lo creería.

—¡Claro que le creeré! —contesto la mujer.

—Tengo la impresión de que de un momento a otro me lo voy a encontrar. Estoy espantado.

—¿Por él?

—No, no creo. Tengo miedo de lo que estoy haciendo. De meterme en su vida.

—¿No le gusta? —preguntó ella.

—Eso no importa. Lo relevante es si le gusta a él. Nunca le hemos preguntado si le parece bien.