David Copperfield página 2

Luego quise darle un beso, pero ella se cubrió los labios con la mano y dijo que ya no era una niña, y entró corriendo en la casa, riéndose más fuerte que nunca.

La señorita Peggotty se casó con Barkis, el cochero que me llevaba a todos lados. Se casaron en una pequeña iglesia. Yo aproveché para decirle a Emily que la quería, pero ella sólo se rió y me dijo: “eres un tonto”. Cuando llegamos a casa, Peggotty se fue a vivir con su esposo.

Yo me sentí muy triste. Mi madre se había ido a otro lugar con mi pequeño hermanito, y Peggotty me dejó en casa de su hermano. Si no fuera porque sabía que Emily estaba cerca de mí, no habría dejado de llorar.

Luego me llevaron de vuelta a casa, con el señor Murdstone. Me puse más triste todavía. Un día, el señor me dijo:

—Te voy a enviar a trabajar, ya no sé qué hacer contigo.

Me mandó a Londres, con el señor Quinion, un amigo suyo. Era director de una empresa de vinos. Sabía que Murdstone se desharía de mí en cuanto pudiera, así que no me sorprendió para nada que me dijera eso. Aunque tan solo tenía diez años: ¡ya iba a trabajar como obrero!

Llegué a vivir a una vieja pensión. Era un niño y ya actuaba como un adulto. Tenía un trabajo y pagaba la renta de mi habitación. El dueño de la casa era Micawber. Eran muy pobres. Poco a poco comencé a encariñarme con la gente de ahí.

Pero un día se fueron. El señor Micawber consiguió un mejor trabajo y partieron con rapidez a Plimouth. Cuando los vi irse, supe que yo no quería seguir viviendo así. ¡Estaba decidido a huir al campo!

Recordé una historia que me contó mi madre alguna vez, sobre mi tía Betsey. Ella había ido a mi casa justo en el momento cuando yo iba a nacer. La tía Betsey y mi mamá no se llevaban bien, pero mi tía decidió que, si yo era niña, cuidaría de mí el resto de mi vida. Cuando supo que era varón, se fue y nunca la volvieron a ver. De cualquier manera, decidí buscarla.

Le escribí a Peggotty una carta para que me diera la dirección de mi tía y un poco de dinero. Mi querida Peggotty me contestó muy rápido, y pude planear mi viaje.

Hice mi maleta, pero pesaba mucho. Le pedí a un muchacho que me ayudara a llevarla, pero él, cuando vio el dinero, subió mi maleta a su carreta, se subió a su mula, me arrebató mi dinero y se fue. Yo lo perseguí.

Caí en el lodo, me levanté, seguí corriendo, pero perdí de vista a mi ladrón. ¡Estaba solo, sin maleta y sin dinero! Y así, después de llorar mucho, partí hacia Dover, donde estaba mi tía Betsey.

Luego de vender mi chamarra y mi saco, logré llegar a mi destino. Estaba todo sucio y despeinado. ¡Tuve que dormir en la calle! Para no gastar el poco dinero que me quedaba. Aunque cuando llegué a la ciudad, ya no tenía ni un quinto.

Le pregunté a un cochero si conocía a mi tía y me dijo más o menos dónde podría vivir. Por fin la encontré. ¡Era exactamente como mi madre la había descrito!

Llegué ante mi tía y le dije:

—Tía, soy su sobrino, David Copperfield. Sé que usted estuvo el día de mi nacimiento. Mi madre se enfermó y se la llevaron lejos de mí… ¡Me han abandonado! Nadie me ha cuidado, ¡me pusieron a trabajar! Me escapé y vine a buscarla. Ahora soy muy pobre y no tengo a nadie.

Mi tía le llamó a un hombre llamado Dick y le preguntó qué debía hacer conmigo.

—Lo primero —dijo el señor Dick— es bañarlo.

Al día siguiente, mi tía me dijo que le había enviado una carta al señor Murdstone. Le pregunté si me enviaría de nuevo con él.

—No lo sé —respondió— ya veremos.

Yo estaba aterrado, no quería verlo de nuevo. Mi padrastro contestó que pronto iría a visitar a mi tía, y eso me asustó mucho más.

Cuando llegó a casa de mi tía, le dijo que yo era un malcriado, grosero y malvado niño que se merecía los peores castigos. Mi tía lo escuchó en silencio y me preguntó si todo eso era cierto. Yo le contesté que no, que el señor Murdstone me había hecho infeliz y también a mi mamá, que se tuvo que ir muy lejos a causa de su tristeza y de la enfermedad que le dio.

Mi tía, mirando con enojo al señor Murdstone, le dijo:

—No se diga más, me quedo con el niño. Y déjeme explicarle una cosa: usted es el peor hombre que he conocido. Se atrevió a meterse con la madre de este pequeño, tan buena que es, y que ahora está enferme lejos de aquí. Usted se aprovechó de su inocencia. Váyase. No quiero volver a verlo.

Estaba muy feliz porque mi tía me protegió. Y me puse todavía más contento cuando me dijo que me llevaría a estudiar. Fuimos a visitar a un señor de apellido Wickfield. Él nos recibió muy bien y nos ayudó a buscar una escuela. También dijo que me podía quedar en su casa el tiempo que estudiara, pues el hogar de mi tía quedaba muy lejos. ¡No podía creer mi maravillosa suerte!

Debo decirte que, por alguna razón que desconozco, mi tía no quería decirme David, así que me bautizó como Trotwood Copperfield. De cariño me decía Trot.

Todo iba sobre ruedas. Estaba tan contento, que le escribía cartas a Peggotty contando lo bien que me iba. Ella me contestaba rápido. En una de sus cartas me contó que el señor Murdstone había vendido todos los viejos muebles de mi casa, y que se habían ido de ahí. ¡Quería vender mi hogar! Eso me puso muy triste.

Un día, mientras visitaba a un muchacho de nombre Uriah, me topé por casualidad con mi viejo amigo, el señor Micawber, el dueño de la pensión donde me hospedé. Me llevó a donde vivían, y me dio mucho gusto volver a ver a su esposa, la señora Micawber.

—¿No estaban en Plomouth? —les pregunté.

—Fuimos para allá —dijo la señora Micawber—, pero no nos fue tan bien. Yo esperaba que mi familia ayudara a mi esposo, pero no lo hicieron. Nos dijeron que acá podría conseguir trabajo en el comercio del carbón y por eso hemos venido. Pero para ese empleo se necesita dinero para invertir, y no lo tenemos.

Yo me puse muy triste al no poder ayudarlos. Ellos dijeron que pronto recibirían dinero de Londres, pero un día recibí esta carta: