Gracias a Inés supe que Strong necesitaba a alguien que escribiera rápido. Le pedí que me diera el puesto de secretario y me lo dio. ¡Me dijo que ganaría setenta libras al año!
Luego le pregunté a Traddles si podía ganar más dinero escribiendo los debates del parlamento para un diario de la mañana. Sí, ya sé que parece aburrido, pero necesitaba ganar más.
Traddles me explicó que el arte de la taquigrafía (escribir rápido y en un lenguaje bien extraño) necesitaba años enteros de ejercicio. Mi amigo quedó muy sorprendido cuando le dije:
—Gracias, Traddles. Empezaré mañana mismo.
También encontramos trabajo para el señor Dick. Él haría copias de documentos de Traddles. El señor Dick estaba muy contento con el sueldo que ganaba.
Días después, Traddles me dijo que le había llegado carta del señor Micawber,
Traddles:
Voy a ganar una fortuna. Voy a vivir en Cantorbery. Puse un anuncio en el periódico para que alguien me diera trabajo. Lo leyó Uriah Heep y ahora estaré con él.
Micawber.
Al sábado siguiente fui a visitar a Dora. Le dije que ahora yo era pobre. Ella me trató con una dulzura que nunca había recibido en mi vida:
—No me digas más que eres pobre, por favor, te lo suplico. No puedes trabajar más de lo que ya haces… Yo estaré contigo pase lo que pase.
Estaba muy contento. ¡Y no dejé de trabajar! Me paraba todos los días a las cinco de la mañana y seguía trabajando en la noche.
En una ocasión, el señor Spenlow me mandó llamar. Me hizo entrar a su despacho y, allí dentro, estaba la señorita Murdstone. Yo me imaginé que me hablarían sobre Dora.
La señorita de Murdstone sacó una carta que yo le había dado a mi novia, y también todo un paquete de correspondencia que habíamos mantenido.
—¿Qué tiene qué decir al respecto, Copperfield? —me preguntó el señor Spenlow, bastante enojado.
—Nada tengo que decir, señor. Sólo yo soy el responsable. Dora…
—La señorita Spenlow —me corrigió el señor—. Usted ha cometido una falta a mi confianza, señor Copperfield.
—Lo siento, señor. Pero es que yo en verdad amo a su hija —dije con toda sinceridad.
—Señor Spenlow —interrumpió la señorita Murdstone—. Usted es el padre y su hija tiene que obedecerle en todo.
—Tiene razón —dijo Spenlow—. Le doy una semana para que piense que no debe ver más a mi hija, ¿entendió?
Me salí de ahí muy triste. Le conté todo a mi tía, pero no podía consolarme de ninguna manera. Lo peor sucedió al día siguiente.
Al llegar al despacho, me dijeron que el señor Spenlow había sufrido un accidente y estaba en coma. Pronto se llenó de deudas y su socio, el señor Jorkins, dijo que todo eso era muy raro.
Las cosas del señor Spenlow fueron vendidas para pagar las deudas y muy pronto se quedó sin fortuna. Lo peor para mí, es que Dora no me hablaba, estaba demasiado triste por su padre. Luego se fue a vivir con dos tías, hermanas del señor Spenlow.
Mi tía me vio tan triste que prefirió mandarme de viaje. Lo primero que hice fue ir a la casa de mi querida Inés. También quería ver a su padre. Llegué a la ciudad y fui a la casa del señor Wickfield.
Ahí me encontré con el señor Micawber, quien trabajaba con mucho entusiasmo. Después de un breve saludo, subí las escaleras y me dirigí a la habitación de Inés. Ella me recibió muy bien y le conté todas mis penas con respecto a Dora.
Inés me dijo que lo mejor que podía hacer era escribirles a las tías de Dora para que me dejaran verla, y luego ponerme a esperar. Después bajamos a comer. Por fin pude ver al señor Wickfield, pero también se encontraba Uriah.
Mientras comíamos, Uriah se puso de pie y propuso un brindis por la mujer más hermosa del mundo:
—Brindo por Inés Wickfield. Ya no puedo ocultarlo más. Es la mujer que me conviene, ¿no lo creen ustedes así?
El señor Wickfield palideció y gritó de una forma extraña. Yo lo sostuve, y me dijo:
—¡Ese hombre es el culpable de todas mis penas! Por su culpa soy pobre. ¡Y ahora se quiere casar con mi hija!
Inés entró en la habitación y se llevó a su padre. Yo marché al día siguiente, bastante preocupado, pero Uriah me alcanzó y dijo.
—El señor Wickfield y yo ya somos tan amigos como siempre. Se disculpó conmigo, no te preocupes.
Al llegar a casa, les escribí la carta a las tías de Dora y la envié. Ellas me contestaron diciendo que fuera a verlas, acompañado de un amigo. Decidí llevar a Traddles.
—Como sabe, señor Copperfield —me dijo una de las tías cuando llegué—, Dora ya no tiene el dinero de antes, por eso queremos saber si su cariño por ella es sincero.