David Copperfield página 7

Debo hablarte de nuevo sobre mi esposa Dora. Una noche, estaba sentado en la cama y miré su hermoso rostro. Inés estaba con nosotros y también mi tía. No hablamos mucho, pero Dora estaba contenta y alegre. Luego nos quedamos los dos solos.

Estaba convencido de que Dora me dejaría pronto. Estaba enferma. Al día siguiente iría a un hospital en una lejana montaña en la que no reciben visitas. “Quizá no la vuelva a ver, no lo sé. No puedo hacerme a la idea de que ella se irá de mi lado”, pensé. Tenía la mano de Dora entre las mías. “No quiero que se vaya”.

—Escúchame, David —me dijo ella de pronto—. Quizá tú ya hayas pensado esto muchas veces. Yo era demasiado joven cuando me casé contigo. No tenía ideas, ni experiencia. Era una niña tonta. No debí casarme y debí seguir siendo eso: una niña.

—No te hagas sufrir, Dora —le dije, aguantándome las ganas de llorar—. Eres una buena esposa y yo soy muy feliz.

Ella me besó y me pidió que llamara a Inés. Ella subió a verla. Yo me quedé cerca de la chimenea. Ahí recordé mis años al lado de Dora. Me puse muy triste al pensar que ella se iría.

Creo que me quedé dormido. Desperté y vi el rostro de Inés pálido, parecía igual de triste que yo. ¿Qué había pasado? Inés estaba llorando.

—¡Inés! —exclamé.

—Sí, amigo David —me dijo Inés con dulzura—. Dora se ha ido a la montaña. No quiso despedirse de ti, iba a ser muy doloroso.

Todo ha terminado. La noche es demasiado oscura y me sentí más solo que nunca. Inés me abrazó, pero yo solamente pensaba en Dora. “Ojalá pudiera volver a verla”, pensé.

Poco después estábamos reunidos mi amiga Inés, mi tía, el señor y la señora Micawber, Traddles y yo. Traddles se dirigió a mi amiga y le dijo:

—Señorita Inés, estoy feliz de decirle que su papá ha mejorado mucho de salud. Estuvimos haciendo cuentas y poniendo en orden todo lo que robó el señor Heep. Su padre no ha tenido pérdidas, pero solamente les queda la casa como propiedad.

—Yo sólo quería que mi padre volviera a estar sano y que fuera independiente de nuevo —dijo Inés—. Abriré una escuela. Yo llevaré dinero a la casa para que mi papá no tenga que preocuparse de nada.

Nos pusimos muy contentos por todo lo que dijo Inés. Luego, Traddles se dirigió a mi tía:

—Sé que usted perdió todo su dinero a causa de los malos manejos de Heep. Pero estoy contento de decirle que recuperamos todo, sin pérdidas.

—¿Puedo saber a qué se debe este milagro? —preguntó mi tía sin poder ocultar su felicidad.

—Todos los malos manejos de su dinero fueron firmados por el señor Heep. Ahora que se ha descubierto que es un ladrón, esas firmas no valen nada, y el dinero vuelve a ser suyo.

—Por cierto, ¿se sabe algo de ese Heep? —preguntó mi tía.

—Se fue con su madre a Londres en la diligencia de la noche —contestó Traddles—. Supongo que aún le quedaba algo del dinero que robó. Pero tarde o temprano terminará en la cárcel. Creo que ese será su fin.

Días después decidí irme a descansar un poco a un pequeño pueblo. El cielo estaba muy raro. Las nubes eran muy oscuras, como el color del humo que sale de la madera húmeda cuando está encendida. El cielo cada vez se ponía más negro. Eso significaba que pronto habría una tormenta.

Me quedé en un hotel. Cuando ya estaba dormido, escuché que alguien tocó a mi puerta. Alguien gritaba que un barco estaba atrapado en la tormenta, cerca de la costa y que iba a naufragar.

—Dese prisa si quiere ver el espectáculo —me dijo el hombre.

Me vestí y corrí a la calle. Otras personas también corrían para ver el barco. El navío era enorme y pude ver a la tripulación con hachas en la mano para cortar un mástil. Una ola muy grande lo cubrió por completo.

—El barco tocó fondo una vez y ahora va a tocarlo de nuevo —dijo un marinero que estaba a mi lado—- Quedará partido en dos.

De pronto, vimos a unos hombres caer al agua y yo pedí que los ayudaran, pero nadie hacía caso. En aquellos momentos, llegó el señor Peggotty, la pequeña Emily y un muchacho de nombre Cam, que siempre fue muy valiente.

Cam decidió que se iba a aventar al mar para salvarlos.

—Es inútil, Cam. Nada puedes hacer ya —le supliqué.

—Tengo qué hacerlo. Sólo le pido a Dios que me ayude. ¡Compañeros, preparen todo, ya voy! —exclamó Cam, después de darme su mano.

Luego se echó al mar amarrado con una cuerda sostenida por sus compañeros desde la playa. Se metió al mar y comenzó a nadar con mucha fuerza. ¡Cam luchaba contra el mar! De pronto se perdía bajo las olas y volvía a aparecer ya cerca del barco. Al final, se acercó a su meta. Pero de pronto, más allá del navío, se levantó una enorme ola que sacudió todo y perdimos de vista a Cam.

Poco después, las olas arrastraron a algunos hombres a la costa. Estaban muy graves por haber tragado tanta agua de mar. También llegó el buen Cam, inconsciente. Se lo llevaron pronto al hospital.

Un pescador que me conocía de hace mucho, me llamó y dijo:

—¿Quiere usted venir por favor, señor Copperfield? Hemos encontrado a otro hombre en la playa, y creemos que es amigo suyo.

Alarmado, fui a donde me dijeron y vi a mi amigo Steerforth con la cabeza apoyada en un brazo, como cuando dormía en la escuela. Estaba también inconsciente. El pescador me dijo que tardaría mucho tiempo en despertar.

Luego supe que mi amigo Steerforth llevaba mucho tiempo fuera de Inglaterra. Por eso nunca recibí una respuesta suya. Tuvo que salir del país porque cometió un fraude muy grande. Inés supo en lo que mi amigo estaba metido, pero no quiso decírmelo, por miedo a que me molestara.

La amistad es algo muy bello, pero siempre hay que distinguir la buena amistad de la mala.

Después de todo eso, preferí irme de Inglaterra. Estaba demasiado triste. Varias de las personas más queridas para mí habían sufrido mucho. Un día recibí una carta de Dora donde me decía:

Querido David:

Tal vez nunca regrese a casa. Tenemos que divorciarnos. No es porque no te quiera, sino porque deseo que seas feliz.

Tu amada Dora.

Eso me entristeció mucho. Viajé de aquí para allá sin detenerme mucho en un solo lugar. Varias semanas después, en una posada, recibí varias cartas de Inés. Ella me decía lo siguiente:

Yo sé que has sufrido mucho, pero las tristezas de tu niñez hicieron de ti el hombre que eres ahora. Sé que te esperan cosas muy buenas, solamente tienes que ser paciente y fuerte.

Siempre estaré para ti, y sabes que estoy muy orgullosa de todo lo que has logrado.

Inés.

En ese momento supe que no todo estaba perdido, tenía una esperanza llamada Inés. Ella había sido como una hermana para mí, pero ese sentimiento se convirtió pronto en amor.

Tres años transcurrieron. Llegó el momento de regresar a Inglaterra. Pero, ¿sería demasiado tarde?

Desembarqué en Londres, pero nadie fue a recibirme. Me decepcioné un poco, aunque en realidad no le había dicho a nadie que regresaría. Todos me esperaban hasta navidad.

Cuando fui a la casa en Dover, mi tía, el señor Dick y Peggotty me recibieron con los brazos abiertos. Me contaron que al señor Micawber le iba muy bien en Australia y que estaba pagando todas sus deudas.

—¿Cuándo irás a ver a Inés? —me preguntó mi tía. Yo noté que conocía mis sentimientos hacia ella.

—No sé, ¿vive sola con su padre? —pregunté.

—¿Quieres decir que si se ha casado? Pues no, aunque pudo haberlo hecho. Creo que siente algo por otra persona… pero no puedo decirte nada. Ella debería hacerlo.

Fui a ver pronto a Inés y, después de platicar un rato, le pregunté:

—¿Hay alguien que esté interesado en ti, Inés?

Ella dijo que no.

—Entonces, ¿puedo decirte que te amo como nunca lo he hecho en mi vida? ¿Qué en estos tres años de ausencia comprendí que quiero estar contigo?

Inés se puso muy feliz y me abrazó. Me dijo que ella sentía lo mismo por mí. Luego de un mes, preparamos todo y nos casamos. ¡Fue hermoso! Cuando Inés y yo nos quedamos a solas me dijo:

—¿Recuerdas que cuando Dora se fue,  me dijo algo en secreto? Pues bien, me dijo: “nunca volveré, tú debes ocupar el lugar que dejo vacío”. Ahora que eres mi esposo, puedo decírtelo.

Inés puso su cabeza en mi pecho y lloró. Yo lloré con ella, pero no eran lágrimas de tristeza, sino de felicidad.

Y la vida siguió adelante, pero ésa ya es otra historia…

FIN