Imagina que todo te sale bien, que tienes el novio o novia que siempre has querido, que todo funciona perfecto en la escuela y que tus papás no te han regañado en tres meses, pero, de pronto, alguien te traiciona y todo comienza a salir mal; bueno, pues algo parecido sucede en EL CONDE DE MONTECRISTO, sólo que multiplicado por mil.
Este resumen para niños cuenta las mejores aventuras de Edmundo Dantés, un joven valiente e inteligente que es traicionado, pero que luego encuentra la manera de cobrarse por todo lo que sufrió.
Esta versión infantil es la mejor que podrás encontrar en línea o en papel, porque está realizada por verdaderos expertos en Alejandro Dumás, el autor de este libro.

El barco, El Faraón, llegó a Marsella. Como el capitán estaba muy enfermo, un joven tomó el mando. Su nombre era Edmundo Dantés. Después de dejar todo en orden, quiso ir a visitar a su padre y a su novia Mercedes. Luego se dirigió al señor Morrel, el dueño de la nave y le dijo:
—Necesito que me dé unos días libres. Quiero casarme con Mercedes. Luego iremos a Madrid.
—Puedes irte, Dantés —respondió el señor Morrel—, pero necesito que regreses en tres meses. El Faraón va a partir y no se puede ir sin su capitán.
—¡Sin su capitán! —respondió Dantés lleno de alegría, pues con eso el señor Morrel le dio a entender que pronto sería el capitán del barco.
Edmundo fue a visitar a su padre. Estuvieron muy contentos de verse. Al poco tiempo, Dantés dijo que tenía que ir a ver a Mercedes. Cuando estuvo con ella, se abrazaron con mucha fuerza. Lo malo fue que Mercedes estaba acompañada de Fernando, un hombre que quería conquistarla. Ella solamente amaba a Edmundo y no le interesaba nadie más.
Había mucha gente que no quería a Edmundo. Estaba Fernando porque quería a Mercedes; Danglars, un tipo malo que deseaba ser capitán del barco El Faraón; y Caderousse, que lo envidiaba por todos sus logros. Los tres decidieron unirse en contra de Edmundo.
Este trío decidió que lo mejor para librarse de Edmundo, era meterlo en la cárcel. ¡Así no se casaría con Mercedes, ni sería capitán! Para eso mandarían una carta al rey diciendo que Edmundo era un traidor y ¡eso no era cierto!
Ese mismo día Edmundo se iba a casar con Mercedes. Pero justo en ese instante, llegaron unos guardias y le dijeron a Edmundo:
—¡Estás preso!
El señor Morrel acompañó a Edmundo y regresó a dar las malas noticias a los invitados de la boda. A Edmundo lo acusaron de ser traidor y espía. Mercedes lloró mucho y el padre de Dantés se puso muy triste. ¡No lo podían creer!
A un abogado, llamado señor de Villefort, le pidieron que defendiera a Edmundo Dantés. Villefort estaba enfrente de Edmundo y comenzó a interrogarlo:
—¿Quién eres y cómo te llamas? ¿Qué edad tienes? ¿Qué hacías cuando te arrestaron?
—Me llamo Edmundo Dantés —contestó el joven—, tengo 19 años. Yo estaba en la comida de mi boda cuando me arrestaron.
—¿Qué opinión tiene de Napoléon, el que traicionó al rey? —siguió preguntando Villefort.
—¡Yo no tengo ninguna opinión sobre el rey o sobre quién lo traiciona! —contestó Edmundo—. Me da vergüenza decirlo, pero como apenas tengo 19 años, yo no sé nada. Sólo sé de barcos y sobre tres cosas más: el cariño a mi padre, el respeto al señor Morrel y el amor de mi Mercedes.
—¿Tienes enemigos? —le preguntó Villefort.
—No tengo enemigos, pero sí rivales. Gente que compite conmigo —dijo Edmundo.
—Me lo imagino. Eres muy joven y ya has logrado muchas cosas —añadió Villefort.
A Villefort le agradó mucho Edmundo y decidió ayudarlo. Le enseñó la carta donde decía que él era un traidor. Edmundo no reconoció la letra y le contó que el viejo capitán enfermo le había pedido que entregara una carta muy urgente.
—¿A quién iba dirigida la carta? —preguntó Villefort.
—Al señor Noirtier —contestó Dantés.
—¡Pero si el señor Noirtier es mi padre! —pensó Villefort. Luego preguntó si alguien había visto la carta. Dantés lo negó.
Villefort leyó la carta con mucho miedo. Su padre había luchado mucho tiempo en contra del rey. ¡Él sí era un traidor! Como al abogado le dio miedo que metieran a su padre a la cárcel, echó la carta al fuego.
—Esa carta era la mayor prueba en tu contra, pero ahora ya no existe. Si te preguntan por ella, debes decir que nunca te la dieron. Si lo haces así, estarás salvado. Tienes que estar preso un poco de tiempo más, pero estoy seguro que todo saldrá bien —dijo Villefort, y Edmundo se lo agradeció mucho.
Luego de eso lo llevaron a un calabozo oscuro, pero pronto lo liberaron y lo metieron a un bote sin decirle por qué. Lo conducían al castillo de If, ¡una fortaleza en donde estaban los ladrones más agresivos! Ahí, Dantés casi se volvió loco.
Mientras tanto, Villefort fue a decirle al rey algo terrible:
—Dantés es un espía y quiere destruir el reino.
¡Villefort traicionó a Edmundo para proteger a su padre!
El rey se enteró esa misma noche que, Napoléon Bonaparte, el hombre que quería quitarle su poder, estaba muy cerca. ¡De inmediato comenzó a preparar su defensa!
Por su parte, a Villefort lo visitó su padre, quien le dijo:
—Quiero decirte dos cosas. En primer lugar, quiero darte las gracias por quemar la carta, ¡salvaste mi vida! En segundo lugar, debes saber que Napoleón va a llegar con un ejército gigante.
Como Villefort se sentía mal por quemar la carta y acusar injustamente a Dantés, ya no dijo nada y se puso muy triste.
Al poco tiempo, Napoleón Bonaparte tomó el poder. El rey, que se llamaba Luis XVIII, huyó con mucho miedo. El señor Morrel aprovechó la situación para pedirle a Villefort que ayudara de nuevo a liberar a Dantés.
Decía que como ahora Napoleón era emperador, Dantés no era culpable de traición, sino de ayudar al nuevo rey. Pero Villefort le respondió:
—Yo no sé dónde está Edmundo y no puedo hacer nada por él. Sólo será liberado si Napoleón lo ordena. ¿Por qué no le pides al ministro de justicia que te ayude? —dijo el abogado— yo mismo te voy a apoyar en eso.
Pero cuando el señor Morrel salió, ¡Villefort escondió la solicitud! Él sabía que si Edmundo salía libre, él entraría a la cárcel por mandar a un inocente a prisión.
Pasaron cuatro años desde que Edmundo fue encarcelado. Estaba tan desesperado que se puso en huelga de hambre, ¡no quería comer! Ya no sabía en qué día vivía y perdió todas las esperanzas. Pero un día escuchó un ruido en el calabozo de al lado, era como si otro preso intentara huir. Edmundo comenzó a hacer un hoyo para ver si había alguien. Escuchó una voz que le dijo:
—Tú no caves, yo llegaré hasta donde estés.
Después de varios días, vio a un hombre salir del agujero.
El hombre era un viejo sacerdote encerrado desde hacía mucho tiempo en su calabozo. Era un hombre muy inteligente y sabio. Le pidió a Edmundo que le contara su historia y lo ayudó a darse cuenta de que Danglars, su compañero marino, fue quien lo entregó y acusó de ser un traidor. ¡Y todo para hacerse capitán!
—¿Había alguien más que te odiara?, ¿alguien que amara a tu novia, por ejemplo? —preguntó el sacerdote.
—Sí, un hombre llamado Fernando —contestó Edmundo muy triste.
—¿Fernando y Danglars se conocían? —preguntó el sacerdote.