El Conde de Montecristo página 3

Fueron corriendo a verlo, y el señor Morrel lloró de alegría: ¡Era cierto! ¡Su barco estaba en el puerto!

A lo lejos, Edmundo veía la felicidad del señor Morrel. Estaba contento. Pero Dantés, de pronto, se puso triste. Ya había hecho felices a los que fueron buenos con él. Ahora debía vengarse de los que lo metieron en la cárcel.

Edmundo convirtió la cueva, donde encontró el tesoro, en su hogar. Ahí construyó un palacio hermoso. Un día recibió a un hombre llamado Franz. Ese hombre, como muchos otros, estaba maravillado con el palacio. Para que nadie supiera dónde estaba su hogar, todos debían llegar con los ojos vendados.

Cuando Edmundo (que se hacía llamar Simbad el Marino) tuvo que irse, dejó a Franz y a sus marineros en la isla. Franz buscó la entrada al palacio en la cueva pero no encontró nada. Luego Franz se fue de la isla sin poder entender quién era ese extraño hombre llamado “Simbad el Marino”:

Franz viajó a Roma. Ahí se encontró con unos amigos que le contaron sobre un ladrón llamado Luigi Vampa, que siempre se salía con la suya. Ese ladrón atacaba a la gente en el camino que iba al Coliseo.

De cualquier manera, Franz y su amigo Alberto tenían ganas de conocer el Coliseo Romano. Cuando llegaron, él se separó un poco y escuchó una conversación sobre unos presos y un plan para liberarlos. Franz estaba escondido para que no lo vieran y creyó que una de esas voces era la de Simbad el Marino. Luego se fueron. Estaba casi seguro de que uno de esos hombres era el mismo que había visto en la isla de Montecristo.

También se lo encontró en la ópera, y no sólo eso, les ofreció un carro para poder pasearse. Edmundo fue presentado ante Franz y su amigo Alberto como el Conde de Montecristo. Pero debes saber una cosa: ¡Alberto era el hijo de Fernando y Mercedes!

Montecristo no le quitaba los ojos de encima mientras hablaban.

Para que no sospecharan nada, Edmundo los invitó a desayunar y al carnaval en Roma. Ahí, Alberto conoció a una aldeana muy bonita. Una noche se fue a pasear con ella, dejando solo a Franz.

Como Alberto tardaba en regresar, Franz estaba muy preocupado. De pronto, mientras se divertía en una fiesta, llegó un mensajero para decirle que traía una carta urgente de Alberto. Esto decía:

“He capturado a tu amigo Alberto. Entrégame todo tu dinero y lo liberaré”

La carta tenía la firma de Luigi Vampa.

Franz tuvo una idea: le pidió dinero al Conde de Montecristo, y no sólo eso, sino que le pidió que lo ayudara sin tener que pagar.

—¿Y por qué crees que Luigi Vampa aceptaría que no llevaras el dinero? —dijo el conde.

—Porque sé que es tu amigo, o por lo menos, que lo conoces. Yo te escuché hablar con él —respondió Franz.

El Conde de Montecristo se sorprendió, pero aceptó de inmediato sin hacer preguntas. Edmundo se asomó por la ventana e hizo llamar al mensajero. El mensajero contó que la aldeana con la que se había ido Alberto, era Teresa, la mujer de Luigi Vampa. El bandido se puso celoso y por eso lo había raptado. Montecristo tranquilizó a su amigo Franz y le dijo:

—No te preocupes, a Alberto no le pasará nada, sólo ha sido el susto y no tienes qué pagar nada para traerlo sano y salvo.

Fueron hacia el escondite del bandido. Cuando estuvieron ahí, el Conde de Montecristo fue muy amable, pero con autoridad le dijo a Luigi Vampa:

—¿No habíamos quedado, Luigi, que yo no me metería en tus asuntos ni tú en los míos? ¿No dijimos que no raptarías a ninguno de mis amigos o personas cercanas a mí? Esta noche has secuestrado a un buen amigo mío: el vizconde Alberto de Morcef.

Luigi comenzó a disculparse, porque no sabía que Alberto era amigo del conde. Enseguida fueron por el prisionero y lo liberaron. Alberto estaba tan agradecido que le dijo al conde que le podía pedir lo que quisiera. Edmundo le respondió

—Quiero ir a Paris, pero como no conozco a nadie allá, me gustaría que tú fueras mi guía.

¡Así comenzó su plan de venganza¡