La isla misteriosa página 4

El invierno fue cada vez más frío, al grado de congelar el lago y provocar que el palacio se enfriara. Aun así, salieron a explorar. Se encontraron con el río hecho hielo, por lo que podrían cruzarlo y conocer el otro lado de la isla.

Descubrieron que ahí casi no había vegetación y animales, si no pantanos y rocas, pero aun así encontraron zorros y algunas aves que no habían visto del otro lado. Decidieron construir en el futuro un puente para ir a ese lugar cuando quisieran.

Días después, una tormenta de nieve provocó que no pudieran salir del Palacio por una semana. Por fortuna tenían lo suficiente para sobrevivir. En ese tiempo, Top pasaba la mayor parte del tiempo gruñendo al pozo aquél que había descubierto cuando encontraron la cueva, sólo que ahora estaba cubierto con tablas. Pero esto seguía inquietando a Ciro. Cuando por fin el frío comenzó a disminuir, salieron de su hogar. De prisa fueron a revisar las trampas, pero no había caído ninguna presa. En su lugar encontraron huellas que Harbert pudo identificar como las de un tigre.

Después de un par de semanas, la nieve había desaparecido casi por completo. Nab pudo cocinar nuevos alimentos. Mientras todos disfrutaban de los deliciosos platillos, Pencroff mordió algo que le partió una muela. Todos se sorprendieron pues no esperaban que Nab hubiera dejado una piedra por descuido. Sin embargo, pronto descubrieron que ¡era una pequeña bala usada!

Había pasado casi un año desde que habían llegado a la isla. Todo había indicado que ese lugar no había sido habitado por ningún ser humano. Pero ese pedazo de bala cambiaba todo. Era un fragmento de plomo que no podía haber sido hecho más que por un hombre.

Después de un rato, llegaron a la conclusión de que era probable que, hacía no más de tres meses, que uno o varios humanos con armas, habrían estado en la isla, pues ellos no tenían pistolas ni escopetas. Además, el roedor que Pencroff se había comido, no tenía más de tres meses de edad cuando lo cazó. Lo que ahora los preocupaba era si seguían en la isla y si eran amigos o enemigos.

Decidieron hacer una balsa para recorrer el río y rodear la isla en busca de alguna pista. Esto le llevaría a Pencroff al menos una semana. Mientras, estarían alerta.

Un par de días después, Harbert y Gedeón, fueron a cazar no muy lejos. Encontraron una enorme tortuga que les serviría de alimento, pero era tan pesada que no la podían cargar, así que fueron por una carreta para transportarla al palacio. Para que no se escapara, la dejaron boca arriba. Se llevaron una gran sorpresa al volver por ella y descubrir que se había escapado.

—Seguramente subió la marea y la devolvió al mar —dijo Ciro para tranquilizarlos.

¿Realmente Smith lo creía? Quizá no quería asustarlos y sabía más de lo que decía.

Cinco días después, la balsa hecha por Pencroff estaba lista. Sin tiempo que perder, subieron para navegar por el río hacia el lado que aún no habían explorado.

—¡Miren! —gritó Nab.

—Ahí hay algo parecido a los restos de un naufragio —exclamó Pencroff.

En la orilla de la playa y con una parte cubierta de arena, había dos barriles vacíos que tenían atada una gran caja de madera.

—Sin duda esto no pertenece a los piratas o los salvajes. Quien haya naufragado, debe ser europeo o americano —dijo Smith después de un rato de ver la caja.

Estaba tan bien cerrada que no le había entrado agua, pero tampoco era posible abrirla. Entonces la llevaron al palacio para destaparla con algún instrumento. Cuando por fin lograron ver lo que contenía, se llevaron una gran sorpresa. Dentro encontraron muchas herramientas, armas, ropa, trastes, objetos de medición, libros y hasta una cámara fotográfica. Todos estaban muy felices de su tesoro.

Por la noche, Ciro abrió un libro y encontró una frase que les leyó en voz alta:

—Todo el que pide, recibe, y el que busca, encuentra — dijo con una sonrisa.

Al amanecer, volvieron a la balsa. Ahora querían ir por el río, pero en dirección contraria. Durante todo el día navegaron y se detuvieron en varios lugares para explorar aquellas zonas desconocidas. Encontraron nuevos animales para comer y otras plantas que les serían útiles, como la mostaza para los alimentos y el eucalipto como hierba medicinal. Estaban lejos del palacio y llegó la noche. Así que decidieron acampar y continuar a la mañana siguiente.

Al otro día, siguió la exploración de la isla. Encontraron monos y mucho bambú que les serviría como alimento, pero también para construir cosas. Cuando comenzó a anochecer, encontraron una cueva. Gedeón decidió entrar para ver si podía ser un buen refugio para esa noche, pero un gran rugido lo detuvo. Todos se paralizaron. De pronto salió un gran jaguar. Dieron unos pasos para retroceder, pero el animal ya estaba muy enojado y atacó a Gedeón que no tuvo otra opción que dispararle para salvar su vida. Por la noche, usaron el bambú para hacer un cerco de fuego, pues estas ramas al ser encendidas hacen ruido como fuegos artificiales. Esto ayudó a prevenir que ningún animal se acercara.

Por la mañana continuaron su camino. Se convencieron de que, si había llegado un barco, ya había partido y su oportunidad de salir de esas tierras, se había esfumado.

Después de un rato, Top comenzó a ladrar. Todos lo siguieron con mucha curiosidad. De pronto se encontraron con la tela y la red de su globo. Se había atorado en las ramas de un gran árbol. Esto los alegró mucho pues con eso podrían quizá construir un nuevo globo o las velas de un barco y hasta ropa.

Después de bajarlo, lo ocultaron en un lugar seguro pues debían volver al palacio por algo para cargarlo. No temían de ladrones, pero sí de algún animal que decidiera destrozarlo o un nuevo huracán que se lo llevara lejos.

Comenzaba anochecer, así que volvieron al palacio. Al llegar al río, vieron que algo bajaba con la corriente. Pronto descubrieron que era la balsa que habían dejado atada mucho más lejos de donde estaban. La detuvieron y cruzaron el río por ahí.