La isla misteriosa página 6

El invierno llegó de nuevo. Así que fabricaron ropa más abrigadora que el año anterior. Se prepararon mejor y no pasaron frío. Pencroff tuvo que dejar de fabricar el barco y esperar con paciencia la primavera para continuar. Por otro lado, Top y Jup pasaban mucho tiempo gruñendo alrededor del pozo que había dentro del palacio. Un día en que el clima no era tan frío, todos salieron a explorar, excepto Ciro que decidió quedarse y entrar al pozo para averiguar lo que había ahí. No encontró nada y al salir se dijo:

—¡Parece estar vacío, pero estoy seguro de que ahí hay algo!

Una noche, mientras todos dormían, Jup comenzó a gritar y Top a ladrar con fuerza. Esta vez no era al pozo, sino a la puerta. De inmediato todos se levantaron para ver lo que sucedía. Pronto vieron que afuera había al menos cincuenta zorros salvajes. Se dirigían al corral y se veían hambrientos y agresivos. No podían permitir que llegaran a los animales que tenían como alimento, así que todos salieron a luchar contra ellos, con armas y lo que tenían a la mano. Fue una gran pelea en la que salieron vencedores, pero Jup quedó muy herido y le llevó varios días recuperarse. Ese día aprendieron que debían asegurarse siempre de cerrar el puente para evitar que cruzaran los animales salvajes del otro lado de la isla.

Cuando por fin llegó la primavera, Pencroff pudo terminar el barco. Para probarlo, invitó a todos a subir y a darle la vuelta completa a la isla. No descubrieron nada nuevo, pero disfrutaron mucho del paseo. A pesar de que Ciro no estaba de acuerdo en que fuera en su navío que ahora llamaba Buenaventura, para explorar la isla Tabor, Pencroff estaba decidido a hacerlo.

Cuando terminó el paseo, Harbert les gritó mientras metía la mano al agua. De pronto sacó una botella que contenía un papel con una nota que decía “Naufragado. Isla Tabor” y las coordenadas donde se encontraba ese lugar.

Sin más tiempo que perder, al día siguiente partieron Pencroff, Harbert y Gedeón hacia la isla Tabor. El viaje fue tranquilo y sólo les llevó tres días. En cuanto llegaron, exploraron aquél lugar que no era demasiado grande. Al no encontrar nada, ni señales de vida humana, decidieron subir de nuevo al barco y rodearla. Llegaron a otra parte que no habían explorado y decidieron bajar a ver si veían algo. Tampoco encontraron al náufrago. En cambio, descubrieron nuevas plantas comestibles que no había en su isla y algunos animales para su corral. Creyeron que Tabor estaba deshabitada, pero al menos el viaje había sido productivo con estos nuevos alimentos para llevar a casa.

De pronto, cuando estaban por irse, encontraron una cabaña mal construida. Entraron a toda prisa con la esperanza de encontrar al hombre, pero estaba vacía.

Cayó la noche, así que decidieron dormir dentro de la casa. No pensaban que fuera a volver el antiguo dueño. Al amanecer partirían llevándose lo que pudieran del lugar abandonado, pues había algunas armas. También encontraron una tabla que decía “Br…tan…a”. Pronto Pencroff se dio cuenta que era el nombre de un barco que había naufragado, pero no recordaba más que el nombre de Britannia.

Al salir el sol, se organizaron de modo que Pencroff y Gedeón fueron a atrapar algunos animales para el corral, mientras Harbert, que sabía mucho sobre plantas, recolectaría algunas que no tenían en su isla.

Cuando Pencroff y Gedeón atraparon a los animales que necesitaban, los llevaron al Buenaventura. Mientras esperaban a que Harbert llegara para partir, escucharon sus gritos no muy lejos. Corrieron en su ayuda y se encontraron con el joven siendo atacado por una bestia parecida a un gorila gigante. De inmediato lo golpearon y lograron rescatar a su amigo. Amarraron al animal de prisa y Gedeón dijo:

—Qué suerte que estábamos cerca, de lo contrario este chango te habría matado.

—¿Chango? —preguntó Harbert — ¡No es un chango! ¡Mírenlo, es un hombre!

Gran sorpresa se llevaron sus compañeros al darse cuenta que era nada más y nada menos que el náufrago que buscaban. Al parecer se había convertido en un salvaje. Atado de manos, lo llevaron al barco. No intentó escapar, pero tampoco parecía comprender que ellos eran humanos como él.

Cuatro días navegaron en medio de una tormenta. El Buenaventura resistió. A lo lejos vieron una fogata que les indicó que por fin habían llegado a su isla.

 

Por fin habían vuelto a casa. Le contaron a Ciro y a Nab todo lo ocurrido y les sorprendió mucho el aspecto del náufrago. Los siguientes días lo vistieron, alimentaron y trataron de comunicarse con él, pero no lo soltaron hasta un par de semanas después. Poco a poco parecía ir recobrando la razón.

Cuando lo dejaron bajar a la playa por primera vez, no intentó escapar y sólo murmuró algo mientras derramaba un par de lágrimas. Sin duda algo muy doloroso escondía y todos se dieron cuenta, pero aún no era momento de preguntárselo.

Un día, Ciro le dijo:

—Creo que ya nos entiendes y sabes que somos como tú. Somos tus amigos.

—¿Amigos? —preguntó el salvaje — ¡No tengo! —continuó y se alejó muy triste.

En otra ocasión, le preguntó a Harbert la fecha y después de contar con sus dedos, exclamó:

—¡Doce años! Doce largos años.

Pronto se dieron cuenta que ese hombre no era un náufrago, sino un hombre al que habían abandonado en esa isla y la única razón posible era por haber cometido un crimen. Aun así, Ciro les pidió que no lo juzgaran, pues sin duda ya había pagado por ello y ahora sólo debían ayudarlo.

Una tarde, mientras cenaban, el náufrago comenzó a caminar, se veía inquieto y molesto. De pronto dijo:

—¿Quiénes son ustedes? ¿Por qué me sacaron de mi isla? No tenían derecho. ¿Cómo saben que no soy un criminal? ¿Saben quién soy? ¿No creen que debía morir solo, en ese lugar? ¿Tienen idea de lo que he hecho? ¿Lo saben?

Todos se quedaron en silencio y entonces sólo preguntó:

—¿Soy libre?

—Lo eres —respondió Ciro.

Entonces salió corriendo y se perdió en el bosque. Así pasaron varias semanas, sin que nadie fuera tras él. No lo buscaron ni se preocuparon, pues creían que iba a volver. Una tarde en que Gedeón salió a cazar, gritó pidiendo auxilio. Todos fueron en su ayuda y encontraron a su amigo tirado en el piso y frente a él. También estaba el salvaje luchando con un jaguar, al cual venció, pero el hombre estaba herido.

Ciro quiso convencerlo de que fueran al palacio para curarlo, pero el salvaje se negaba, pues para él, ellos eran unos desconocidos. Entonces Ciro se presentó y le contó, cómo habían llegado a la isla. Al final agregó:

—Ahora que nos conoces ¿me darás la mano en señal de saludo?

—¡No! Ustedes son buenas personas, pero yo…

El desconocido aceptó ir al palacio y quedarse unos días en lo que se recuperaba. Pronto comenzó a ayudar con las labores diarias, pero no hablaba mucho.

Un día les pidió que lo dejaran irse a vivir al corral. Nadie quería obligarlo a nada así que aceptaron, pero antes de irse, les contó su historia.

Su nombre era Ayrtón, aunque algunos lo conocían como Ben Joyce. Antes de ser abandonado en aquella isla, él era un criminal. Le gustaba robar y engañar a la gente. Hasta había provocado un accidente de tren que dejó muchos heridos. Esto lo hizo con ayuda de sus amigos para robarles sus cosas a los pasajeros.

Un día conoció a Edward, quien era dueño del barco el Duncan. Él había viajado por todos los mares en busca del barco Britannia, que había naufragado años atrás, pues en él iba el capitán Grant y había enviado un mensaje en una botella pidiendo ayuda. Entonces Edward, su esposa, algunos amigos y los hijos del capitán fueron a buscarlo. Para su mala suerte, se encontraron con Ben Joyce, quien les hizo creer que sabía dónde podían encontrarlo. Su plan era robarse el navío y convertirlo en barco pirata. Con engaños logró quitarles el Duncan, pero por fortuna lo recuperaron y atraparon al ladrón. Él les pidió que no lo entregaran a la policía, sino que lo abandonaran en una isla. Edward aceptó, pues ahí ya no causaría ningún problema. Entonces lo llevaron la isla Tabor antes de volver a casa decepcionados por no haber encontrado al capitán, pues las pistas de Ben habían sido falsas. Por fortuna, en aquella isla encontraron al pobre Grant y sus dos amigos y lograron rescatarlos, pero dejaron abandonado al criminal. Ahora, después de doce años, estaba arrepentido de todo y creía que no merecía el perdón de nadie.