La isla misteriosa página 9

El camino fue largo y complicado, pero finalmente llegaron. Se dieron cuenta que el lugar estaba vacío, pero Harbert encontró una nota que decía: Sigan el nuevo cable.

Entonces salieron y se encontraron con otro cable conectado al telégrafo y que no habían colocado ellos. No lo pensaron mucho y lo siguieron sin dudarlo. La tormenta comenzaba con sus fuertes vientos y terribles rayos. Después de una hora caminando con mucha dificultad, llegaron al mar, donde el cable se sumergía hacia una cueva. Por un momento pensaron que era un error, pero después observar bien, se dieron cuenta que en esa zona no subía la marea y podían entrar.

Dentro se encontraron con una gran puerta. Entraron sin miedo. Ahí todo estaba adornado como un gran castillo de reyes. Había cuadros, hermosas alfombras y muebles, una gran biblioteca, cosas muy valiosas y, al fondo, un hombre muy viejo, sentado en un bello sillón. Sonrió y les hizo señal de que se acercaran. Se veía muy enfermo y débil.

—¡Sé quién es! ¡No tengo duda, es él! —dijo Ciro a sus compañeros mientras se acercaba al hombre—. Capitán Nemo, ha pedido que viniéramos y aquí estamos.

—¿Sabe usted quién soy yo? —preguntó el capitán Nemo.

—¡Claro! Y también sé de su submarino llamado Nautilus —respondió Ciro.

—Hace treinta años que estoy aquí, ¿cómo es posible?

—Un hombre francés, que estuvo con usted, escribió un libro llamado Veinte mil leguas de viaje submarino en el que narra lo que vivió con usted y quién es.

Entonces el capitán les contó su historia con las pocas fuerzas que tenía. Ahí supieron que él era un príncipe de la india llamado Dakkar. Su pueblo había sido invadido por los ingleses y él quería luchar contra ellos. Se volvió tan peligroso para el enemigo, que fue perseguido. Entonces y gracias a su inteligencia, habilidades y conocimientos, construyó el Nautilus, que era donde en ese momento se encontraban. Con esa nave bajo el agua, nunca sería atrapado y al mismo tiempo su familia no correría peligro al alejarse de ellos para siempre y con el corazón triste. También les hizo saber que él era quien los había ayudado en todo momento. Al principio pensó que lo mejor era sacarlos de la isla, pero al ver que eran buenas personas, decidió protegerlos, pero sin que lo descubrieran.

Los náufragos estaban muy agradecidos y conmovidos por Nemo. Así que le ofrecieron pagarle de alguna forma todo lo que él había hecho por ellos.

El capitán Nemo estaba muriendo y todos lo sabían. Comenzaba a amanecer. Entonces, les dijo que, si querían pagarle de alguna forma, le hicieran un favor.

Quiso que después de morir, hundieran el Nautilus con él dentro. Que no se llevaran nada, sólo un pequeño cofre con diamantes y perlas que seguramente cuando lograran salir de la isla, les serviría de mucho.

Estaban muy tristes, pero aceptaron. Entonces llamó a Ciro aparte y le dijo algo que nadie más pudo escuchar. Después todos se acercaron y conversaron un rato más. Entonces todo quedó en silencio y el Capitán Nemo dio un suspiro, el último de su vida. Los náufragos salieron sin decir nada. Su amigo Nemo, había muerto.

Después hicieron lo que les pidió y vieron desde la playa como el Nautilus desaparecía para descansar por siempre en el fondo del mar.

Volvieron al palacio en silencio. Debían continuar con la construcción del barco para poder ir a la isla Tabor y dejar un mensaje en caso de que el Duncan volviera.

Un mes después, Harbert miró al volcán y se dio cuenta de que ya no salía vapor del cráter, sino humo, lo que significaba que dentro había lava y en cualquier momento podría hacer erupción. Esto preocupó mucho a los náufragos, pues el barco aún no estaba terminado y lo necesitarían en caso de que ocurriera un desastre. Entonces trabajaron aún más duro para terminarlo cuanto antes.

Esa noche, el volcán tuvo una erupción. Esto los alertó mucho pues no esperaban que ocurriera tan rápido. La tierra vibraba como si tuviera un motor dentro.

Durante los siguientes días, continuó lanzando lava, pero no dejaron de trabajar en el barco, a pesar de las nubes de ceniza. Entonces Ciro y Ayrtón decidieron ir al corral para asegurarse de que los animales estaban bien. Después fueron al lugar donde habían despedido a Nemo y Ciro dijo:

—Él tenía razón. Corremos un peligro terrible.

El capitán Nemo le había advertido en secreto que esto iba a suceder muy pronto.

 

Cuando Ciro y Ayrtón volvieron al palacio, todos fueron informados de lo que Nemo había dicho antes de morir y del enorme peligro que les esperaba. No sólo se trataba de la rápida y violenta explosión del volcán, sino que, debido a la fuerza, partiría la isla en pedazos y terminaría en el fondo del mar.

Los náufragos no sólo estaban preocupados, si no también tristes de saber que aquél sitio que había sido su hogar, iba a desaparecer.

Durante los siguientes días, todos se dedicaron a construir el barco. De pronto, una noche, el volcán tuvo una fuerte explosión que tiró todo dentro del palacio. Salieron a toda prisa y vieron cómo del cráter salía lava en todas direcciones.

Al amanecer todo era cenizas, ruidos de explosiones, animales huyendo, incendios, lava y pequeños terremotos. Por fortuna, el río que los separaba del volcán, retrasó la llegada de la lava. Sabían que no les quedaba mucho tiempo y debían salir de la isla pronto.  

En estas condiciones continuaron trabajando durante un par de semanas más. Jup y Top comenzaron a estar cada vez más inquietos. Presentían que estaba por suceder lo peor. El barco pudo ser puesto en el mar. Cuando iban a cargarlo con lo que necesitaban hubo una terrible explosión. La lava se acercaba a ellos y la tierra se movía con más violencia.

Una hora después, el volcán lanzó con toda su fuerza la lava y rocas que contenía. En pocos minutos, la isla Lincoln había desaparecido bajo el mar.

Lo único que sobresalía era la punta del palacio. Hasta ahí pudieron nadar Ciro, Pencroff, Gedeón, Harbert, Ayrtón, Nab, Top y Jup. Todos habían sido lanzados al agua por la fuerza de la explosión.

Por otro lado, el barco, que con tanto esfuerzo habían construido, terminó hecho pedazos. Sólo salieron a flote algunas provisiones que los ayudarían a sobrevivir algunos días. En realidad, habían perdido la esperanza.

Cinco días habían pasado y ya estaban muy débiles. Nadie podía salvarlos, pues era una isla desconocida. Además, no habían logrado ni siquiera llevar el mensaje a la isla Tabor. Ya sólo esperaban morir en paz.

De pronto, Ayrtón levantó sus débiles brazos y murmuró:

—¡El Duncan!

A lo lejos, se acercaba el gran barco, capitaneado por Robert, el hijo del capitán Grant. En pocos minutos, todos fueron subidos al Duncan y salvados de la muerte. Entonces Ciro preguntó:

—¿Cómo nos han encontrado?

—Fui por Ayrtón a la isla Tabor y después vine por ustedes —respondió Robert Grant.

—¿Por nosotros? —preguntó Pencroff.

—Sí. Al llegar a Tabor, encontré una nota que decía: Nuevo hogar de Ayrtón, isla Lincoln. Ahí también viven cinco náufragos.

—¡El capitán Nemo! —dijo Harbert conmovido.

—¡Entonces fue él quien tomó el Buenaventura y llevó el mensaje a la isla Tabor! —exclamó Pencroff entre lágrimas.

Después Ayrtón entregó el cofre que el capitán Nemo había dejado y que él pudo rescatar de la explosión. En ese momento le extendió la mano a Ciro por primera vez.

Pocas semanas después, llegaron a América. La guerra había terminado. Con los diamantes y perlas, compraron un gran lugar dónde vivir. Dejaron una para enviar como regalo a Edward y su esposa como agradecimiento de que el Duncan los salvara.

A su nuevo hogar lo llamaron Lincoln. Cerca estaba un río al que nombraron Merced y a la montaña Franklin, como en la isla. Todos vivieron en el mismo pueblo creado por ellos. Cada uno cumplía con su parte. Gedeón, por ejemplo, creó su propio periódico. Harbert terminó sus estudios ayudado por Ciro. Pencroff se encargaba de las cosechas y alimentos. Nab cocinaba y Ciro ayudaba siempre a todos junto a Ayrtón. Y por supuesto, Top y Jup, estaba siempre donde los llamaban.

Muchas veces los visitaron todos los que habían aparecido en las historias del capitán Grant y el capitán Nemo. Nunca olvidarían la isla, ni a estos grandes hombres.