Las mil y una noches página 5

—No puedo creer que exista tanta maldad en el mundo. No te preocupes, yo te salvaré.

—¿Cómo harás eso?

—Debes decirme dónde se esconde.

—Suele estar allá, por esa entrada. Pero ahora sólo duerme ahí el jefe. Ella llegará dentro de una hora —dijo el joven

—Perfecto —contestó el rey.

El monarca entró al cuarto, vio al jefe y acabó con él. Luego se puso su ropa, se acostó en su cama y esperó a que llegara la bruja.

—¡Amor mío! —dijo—. He vuelto. Por favor ya háblame. Llevas un año sin hacerlo.

—Qué bueno que estás aquí —dijo el rey fingiendo la voz.

—¡Por fin! ¡Ya te sientes mejor!

—Sí, pero no es gracias a ti. Durante todo un año has torturado a tu marido. Todas las noches grita y eso no me deja descansar. Debes liberarlo de inmediato.

La bruja fue con el joven. Tomó una copa de cobre, pronunció unas palabras mágicas y el agua que había ahí comenzó a hervir. Entonces echó un poco de ese líquido al joven y dijo:

—¡Por la fuerza de mi conjuro, te ordeno que salgas de esta forma y te conviertas en hombre de nuevo!

El joven se sacudió todo, se puso de pie y exclamó:

—¡No puedo creerlo! ¡Estoy libre!

—Sí. Ahora vete y no regreses. Si lo haces, te volveré a hechizar.

El joven se fue y la bruja volvió al cuarto con el rey.

—Oh, jefe mío. Levántate para que te vea caminar.

—No puedo. Todavía no has eliminado la causa principal de mis males.

—¿Cuál es? —preguntó la bruja.

—Esos peces del lago. Los habitantes de la antigua ciudad y las cuatro islas. No dejan de sacar la cabeza y de gritar contra nosotros. ¡Así no me puedo curar! Anda, ve, libéralos y así podré sanar.

Cuando la bruja escuchó estas palabras, exclamó muy alegre:

—¡Claro que sí! ¡Haré todo lo que me mandes!

La hechicera tomó la misma copa de bronce y pronunció unas palabras misteriosas. Los peces comenzaron a agitarse. Luego sacaron la cabeza del agua y en pocos segundos ya eran hombres y mujeres como antes. Además, ¡el estanque y el palacio se convirtieron en la ciudad antigua y las cuatro islas!

Luego el rey tomó a la bruja, le amarró las manos y le cubrió la boca para que no pudiera hacer magia. Después salió a buscar al joven, quien lo abrazó para agradecerle todo lo que hizo.

—Te acompañaré a tu reino —le dijo el joven—. Es lo menos que puedo hacer.

—No te preocupes. Sólo tengo que caminar media hora para llegar.

—Lamento decirte que no es así. Hace un año llegaste muy rápido por el hechizo, pero ahora debes caminar justo eso: un año.

—¿De qué hablas? Si apenas pasó un día.

—Lo sientes así por la magia. Ahora, permíteme acompañarte.

Los dos reyes caminaron protegidos por todo un ejército. Al llegar, el visir ya lo estaba esperando.

—Que venga el pescador —le dijo el rey al visir.

Al día siguiente el rey le preguntó:

—Dime, buen hombre. ¿Tienes hijos?

—Sí, su majestad. Dos mujeres y un varón.

—Bueno, pues a partir de hoy serás el tesorero real. Trae a tu familia a vivir aquí al palacio.

Así lo hizo. Al poco tiempo, los dos reyes se enamoraron de las hijas del pescador y se casaron con ellas. Algunos cuentan que el tesorero real se convirtió en el hombre más rico del mundo.

De vuelta a la historia de Sherezada

El rey durmió en cuanto se acabó la narración de la joven. Al día siguiente pasaron una mañana y tarde tranquilas, pero, al llegar la noche, el rey dijo:

—¡Acabaré con Sherezada!

Ella fue de inmediato y le dijo:

—Querido rey, yo te he cuidado estos días, si me haces algo, será como el cuento del rey Sindabad.

—¡Ese fue un rey grande!

—Así es, pero eso fue porque aprendió de su error. ¿Me dejarás contártelo?

El emperador asintió con la cabeza y la joven comenzó a narrar: