Los viajes de Marco Polo página 5

—Quizá sea mejor que lo veas. Tu dolor de cabeza no es una enfermedad grave. Justamente un amigo mío está enfermo. Hemos mandado llamar a unos adivinos, ¿quieres acompañarme? —me dijo.

Yo acepté y caminamos. Al llegar, me sorprendí. Lo que el hombre me había dicho era verdad. En una cama estaba un hombre enfermo. Decía, con una voz muy suave, todo lo que sentía. Los magos tocaban instrumentos. Lo hacían muy mal. Bailaban, pero parecía que tenían dos pies izquierdos.

De repente, uno de los magos cayó al suelo. Se quedó como dormido o desmayado. Luego, uno de los hombres preguntó:

—¿Cuál es la enfermedad que padece el enfermo?

El mago, todavía dormido, respondió:

—El espíritu que lo cuida está enojado con él. ¡Lo enfermó porque nunca le hizo caso!

Entonces los otros magos le dijeron:

—Te rogamos que lo perdones.

El mago en el suelo, aún dormido, respondió:

—Este enfermo ha hecho muchos males. ¡El espíritu no quiere perdonarlo!

Yo me quedé sorprendido ante esas palabras. ¿Qué pudo haber hecho para que el espíritu no quisiera curarlo?

Le pregunté eso al hombre que me había llevado y respondió:

—Ese hombre ha sido malo. Al parecer no tiene remedio. Su enfermedad continuará.

Entonces yo pregunté:

—¿Y si ese hombre hubiera sido bueno, se habría mejorado?

—¡Claro que sí! —me contestó el hombre—. En ese caso, tomaría unos brebajes y pronto estaría sano.

De cómo Cublai conquistó el reino de Mien y de Bengala

Volví pronto al lado de Cublai para contarle mis últimas aventuras. Él agradeció mucho las palabras que le decía. Pero yo lo notaba triste y pensativo.

—¿Qué tienes, Cublai?

—Tengo un problema —me contestó—. El rey de Mien y de Bengala, se ha rebelado. No quiere someterse a mi imperio. Decidí quitarle sus dos reinos, pero eso lo molestó más. Alguien le informó que estaba aquí, en Vocian. Ahora, el rey está dispuesto a atacarme.

—Pero ya antes has ganado batallas peores—le dije.

—Es cierto —contestó—, pero ahora tengo un poco de miedo. No he logrado reunir suficientes hombres.

—Eso no importa —repliqué—. Ya has peleado con menos soldados que tu enemigo, y ganaste con valentía.

Cublai sonrió al escuchar eso y me dijo:

—¡Tienes razón!, para ser tan joven, eres muy sabio.

En el campo de batalla, los hombres tártaros de Cublai intentaron huir. Se asustaron al ver frente a ellos ¡a un ejército de hombres montados en elefantes!

Yo también sentí temor. Creí que esta vez el emperador perdería la batalla. El señor Cublai, que iba al frente del ejército, se volteó hacia sus hombres y les dijo con una fuerte voz:

—¡No tengan miedo! En estos casos hay que ser inteligentes. Bajen de sus caballos. Saquen los arcos y flechas, y disparen contra los elefantes.

Todos los hombres bajaron de sus caballos. Entonces sacaron los arcos y las flechas. Con gran puntería, dispararon contra las bestias. Los elefantes, al ver la lluvia de flechas, ya no quisieron avanzar.  Tiraron a muchos de los hombres que los montaban.

Cuando los elefantes comenzaron a huir, se escuchó la voz de Cublai:

—¡Ahora!, suban a sus caballos, ¡es momento de pelear!

Los tártaros subieron a sus caballos y persiguieron a los hombres. Los elefantes huían asustados sin saber qué pasaba. Al medio día, los hombres del rey Mien escaparon llenos de miedo. Al finalizar la batalla, los tártaros fueron por los elefantes. Cublai no solamente ganó la pelea, sino unos fantásticos y fuertes elefantes.

De cómo conquistó el Cublai la provincia de Mangi

Un día, el emperador decidió conquistar la provincia de Mangi. Quería ampliar su imperio. Me llamó para preguntarme si yo había estado alguna vez ahí. Le respondí que sí.

—¿Qué me puedes decir sobre esa provincia y sus habitantes? —preguntó.

—Bueno —dije—, sé que es gobernada por un rey llamado Facfur. Yo lo conocí. Es un hombre muy rico, pero no es valiente. Yo diría que hasta es un cobarde. Sus habitantes son personas que se dedican a sus asuntos. No están acostumbradas a pelear. De hecho, ¡casi no tienen armas!

—¿Y qué me dices de sus fortalezas? —me preguntó Cublai.

—Eso es distinto —contesté—. Como la gente no está sabe luchar, se han fortificado bastante bien. Todos los castillos están rodeados de fosos llenos de agua.

—¿Conoces alguna leyenda de la ciudad?

—Conozco una muy curiosa —respondí sonriendo—. Una vez, el rey Factur mandó llamar a sus astrólogos. Quería saber si algún día perdería su reino. Los astrólogos le respondieron que sí. Cuando el rey quién se lo quitaría, los astrólogos le dijeron: sólo perderás tu reino ante un hombre que tenga cien ojos. Así que el rey se confió. Entendió eso como la señal de que nunca perdería su reino, pues, ¿qué hombre tiene cien ojos?

Cublai se puso pensativo. Yo creí que se iba a reír por lo que conté. De pronto, me dijo:

—¿Cien ojos?

―Así es― le contesté.

El emperador ahora sí comenzó a reírse a carcajadas. Luego me miró con mucha seguridad.

—Justamente tengo a un barón llamado Baian Cincsan. Como sabrás, Marco Polo, ese nombre significa Cien Ojos. Creo que es el hombre adecuado para conquistar esa provincia.

Baian llegó a Mangi. Iba con muchos hombres y una gran flota de hermosos barcos. Pero la gente no quiso rendirse. Baian tomó los castillos del reino con gran facilidad, a pesar de que las personas se negaban.

Baian llegó al lugar donde estaba oculto el rey. Facfur huyó dejando a su esposa. La reina decidió combatir a Baian y defender su provincia. Ella le preguntó a su enemigo cómo se llamaba su ejército. Él respondió: el ejército de los Cien Ojos. La reina recordó lo que dijeron los astrólogos y decidió rendirse.

De la ciudad de Saianfu

Después de que todo el reino de Mangi se rindió, Saianfu resistió tres años más. ¡Aún con el ataque del enorme ejército de Cublai! Como había un lago profundo y extenso, no podían cercarla más.

El emperador me pidió que lo acompañara a esa ciudad. Incluso me dijo que llevara a mi padre y a mi tío.  ¡Ambos tenían fama de ser hábiles inventores!

—Cublai  —dijo mi padre—, encontraremos la forma de que se rindan.

—Pero, ¿cómo? Esas murallas son impenetrables. Me parece imposible. A menos que inventen algo para poder tomar la ciudad. —dijo Cublai, como si se rindiera.

Entonces, mi tío Mafeo le respondió: