Narraciones extraordinarias página 3

—¡Es una lástima que no me avisara que iba a venir, amigo mío! —dijo Legrand—. Hoy que volvía a casa me encontré con el Teniente y le dejé el escarabajo. ¿Por qué no se queda hoy conmigo? Mañana mandaré a Júpiter por el animal. ¡Es la cosa más encantadora!

—¿Qué es la cosa más encantadora? —le pregunté, pues no podía creer que se refiriera al insecto.

—¡Pues el escarabajo! —respondió mi amigo—, es de color dorado, como del tamaño de una nuez, y tiene dos manchas negras, una en cada punta de su cuerpo.

Aquí lo interrumpió Júpiter. El sirviente hablaba de forma muy chistosa, a veces no se le entendía, espero que no tengas problema para comprenderlo:

—El escarabajo es de oro macizo todo él. Menos las alas. Y es muy pesado.

—Es cierto —dijo Legrand—, tiene un color tan brillante que no lo creería. Tendrá que esperar hasta mañana. Pero creo que se lo puedo dibujar.

Creo que debo hacerte una aclaración: en esos tiempos lejanos, hasta los amigos más cercanos se hablaban de usted. Era porque se tenían un profundo respeto y esa era la forma de demostrarlo.

Pero volvamos al cuento. Legrand buscó una pluma y una hoja de papel para dibujar al escarabajo. Cuando terminó, me dio el papel y la verdad es que me sorprendí mucho al ver el dibujo.

Era un animal muy extraño. Las manchas parecían los ojos y tenía la forma de una calavera. Pero como mi amigo no era un buen dibujante, decidí esperarme a ver el ejemplar en persona.

—¿No faltan aquí unas antenas? —le pregunté.

—¡Las antenas! —dijo Legrand—. Estoy seguro que puede usted ver las antenas. Las he hecho tan claras que no puede no verlas.

—Bien —le respondí—, quizá usted las hizo y puede que yo no las haya visto.

Le mostré el papel y me sorprendió lo enojado que él estaba. Notó que no había antenas, y que el dibujo era más parecido a una calavera que a un escarabajo. Estaba tan malhumorado que casi rompe y tira la hoja. Cuando ya iba a hacerlo, notó algo en el dibujo y se acercó a una vela para mirarlo con más detalle. Le daba vueltas y estaba bastante asombrado. Luego, sin decir nada, sacó su cartera y guardó el papel con mucho cuidado. Metió la cartera en su escritorio y cerró el cajón con llave. De repente se calmó, pero estaba distraído. Parecía que estaba soñando despierto. Creí que lo mejor era irme. Él me dio la mano con más felicidad que de costumbre, pero no me pidió que me quedara.

Un mes después, recibí la visita de Júpiter, el sirviente de mi amigo. Él estaba muy triste y creí que algo malo le había pasado a Legrand.

—¡Júpiter! —dije—, ¿qué hay de nuevo? ¿Cómo está tu amo?

—No está tan bien como debiera —respondió Júpiter con su rara manera de hablar—, no se queja de nada, pero de todas maneras, está muy malo.

—¿Y por qué no me lo dijiste antes? —le pregunté—, ¿está en cama?

—No, no —contestó el sirviente—, no está en la cama. No está bien en ninguna parte. Es como si le apretaran los zapatos. El amo Will (recuerda que mi amigo se llama William Legrand) dice que no tiene nada, pero no entiendo por qué se pasea de lado a lado, preocupado. También hace garabatos todo el tiempo.

—¿Haciendo qué? —pregunté.

—Haciendo números con figuras —explicó Júpiter—. Las figuras más raras que haya visto nunca. Tengo miedo. Siempre tengo que estarlo cuidando. Un día se me escapó y estuvo toda la tarde fuera de casa. Yo estaba enojado y corté un buen palo pensando en darle unos golpes para que no me volviera a hacer eso. Pero no tuve el valor.

—¡Qué bueno que no le pegaste, Júpiter! —le respondí—. No hay que pegarle, no está bien. Pero, ¿sabes por qué está así?, ¿le pasó algo desde la última vez que nos vimos?

—El amo Will está así desde aquella vez que lo visitó —dijo Júpiter—. Es por el escarabajo. Estoy seguro que el amo Will ha sido picado por el animal en alguna parte de la cabeza. No he visto nunca un escarabajo tan endiablado. Pica todo lo que se le acerca. El amo Will lo tomó, pero enseguida lo soltó y lo dejó caer al suelo. Yo tenía miedo de agarrar al escarabajo con las manos, así que lo agarré con un pedazo de papel para meterlo en su lugar. Yo sé que lo ha picado, porque ahora sólo piensa en oro. ¿Por qué soñaría con oro si no es porque lo picó el escarabajo de oro?

—¿Cómo sabes que sueña con oro? —le pregunté.

—Porque lo escucho. Habla dormido —contestó Júpiter—. Pero bueno, basta de eso, he venido a entregarle este papel.

Me dio la hoja y comencé a leer. Era una carta de mi amigo Legrand:

“Querido amigo: ¿Por qué no lo veo desde hace tiempo? Espero que no se haya ofendido por no haberle pedido que se quedara a dormir. Debo contarle que no estoy del todo bien desde hace unos días. Además, el pobre Júpiter me molesta mucho. ¿Lo puede creer? El otro día había preparado un garrote para pegarme sólo porque me había escapado. Creo que como vio mi cara triste decidió no agarrarme a palos. Necesito que venga a mi casa. Es por un asunto de mucha importancia. Siempre suyo, William Legrand”.

Decidí ir y cuando llegamos, Legrand ya nos estaba esperando. Parecía muy impaciente. Estaba muy pálido, tenía los ojos hundidos y brillaban con mucha extrañeza. Lo primero que quise saber fue si el Teniente le había regresado el escarabajo.

—Júpiter tiene toda la razón en suponer que el escarabajo es verdaderamente de oro —dijo con seriedad—. Ese insecto hará mi fortuna. ¡Júpiter, trae ese escarabajo!