Narraciones extraordinarias página 4

Al ver que el sirviente se negaba a traer al bicho porque le tenía mucho miedo, Legrand se paró y fue a sacar al animal. Era un hermoso escarabajo desconocido hasta esos momentos por los científicos y por los estudiosos de los animales. Su caparazón era muy duro y muy brillante. En verdad parecía de oro. No pude evitar fijarme en las manchas. También noté que era muy pesado para ser un insecto.

Yo pensé que mi amigo estaba enfermo, pero él lo negó. Comentó que nunca antes se había sentido mejor.

—Necesito que me ayude —me dijo de pronto—. Júpiter y yo partimos a una expedición por las colinas. Necesitamos la ayuda de una persona en la que podamos confiar. Usted es esa persona. Estoy seguro que solamente haciendo esta expedición podré tranquilizarme. Por supuesto, como ya se habrá imaginado, el insecto tiene que ver con este viaje. Vamos a partir en seguida y estaremos de vuelta al salir el sol. Pero no me mire así, amigo mío. Le prometo que, después de este viaje volveré a casa y no hablaré de nuevo sobre el escarabajo.

A pesar de que no quería ir, acompañé a mi amigo en el viaje. Júpiter tomó una hoz y unas palas. El sirviente estaba de muy mal humor. Yo llevaba un par de linternas y Legrand cargó el escarabajo, que tenía atado a una cuerda. También decidió llevar a su perro.

Caminamos cerca de dos horas, cuando entramos en una región que lucía muy triste. Había muchos árboles, arbustos y piedras en la cumbre de una colina. Después de un buen rato, por fin nos detuvimos ante un gran árbol. Legrand le preguntó a Júpiter si era capaz de subir a ese árbol. El sirviente comenzó a examinar el tronco y contestó que sí, que no había árbol al que él no pudiera subir.

—Bien —dijo Legrand—, sube por el tronco y yo te diré hasta dónde debes llegar. Llévate el escarabajo.

—¡Ah, no! —gritó Júpiter—. ¡No subiré con el escarabajo de oro!

—No entiendo cómo un hombre fuerte como tú le puede tener miedo a un bichito —le respondió Legrand muy enojado—. Llévatelo con esta cuerda.

—¡Era una broma, amo Will! —respondió el sirviente, asustado—. ¿Yo tener miedo del escarabajo? ¡Para nada!

SEGUNDA PARTE DEL ESCARABAJO DE ORO

Júpiter había escalado mucho. Estaba casi en lo más alto del árbol. Legrand le gritó que siguiera siempre la rama más ancha. De pronto, el sirviente ya no se veía porque estaba oculto entre todas las ramas y hojas, pero su voz se seguía escuchando, pues le preguntaba a mi amigo si debía subir más.

—¿A qué altura estás? —le preguntó Legrand.

—Estoy tan alto —respondió Júpiter—, que puedo ver el cielo entre las ramas.

—Muy bien —dijo Legrand—. Ahora mira hacia abajo del tronco y dime cuántas ramas has pasado por ese lado.

—He alcanzado siete ramas, amo Will.

—¡Perfecto! —se entusiasmó mi amigo—. Quiero que te muevas sobre esa rama, y si ves algo extraño me avisas.

En ese momento yo me di cuenta que Legrand se había vuelto loco. No entendía por qué se emocionaba.

—¡Ay, dios mío! —gritó Júpiter—. ¡Ya estoy al final de la rama! ¡Es una calavera! ¡Ay, yo ya no deseo continuar con esto, tengo mucho miedo!

—¡Una calavera! —exclamó Legrand—. ¿Cómo se sostiene?

—Está detenida con un clavo muy grande.

—Bien, escucha atentamente lo que voy a decirte Júpiter —dijo mi amigo con mucha calma—. Busca el ojo izquierdo de la calavera. Recuerda que eres zurdo y que tu mano izquierda está del mismo lado que tu ojo izquierdo.

—¡Pero la calavera no tiene manos, amo Will! —contestó el sirviente—. No importa, ya encontré el ojo izquierdo. ¿Ahora qué hago?

—Deja pasar por el orificio del ojo al escarabajo, pero no vayas a soltar la cuerda —contestó Legrand.

El insecto comenzó a bajar por la cuerda y por fin lo pudimos ver. Brillaba tanto como el sol, o como una bola de oro. Mientras el escarabajo bajaba, Legrand tomó la hoz y quitó todas las ramas y hierbas que había abajo del animal, haciendo un círculo. Luego le pidió a Júpiter que soltara al insecto y que bajara del árbol.

El insecto ya estaba en el suelo y, con gran cuidado, mi amigo clavó una estaca justo en el sitio donde había caído el escarabajo. Luego sacó una cinta para medir. Ató una de las puntas al árbol y comenzó a desenrollar la cinta hasta llegar a la estaca y lo siguió haciendo unos 15 metros más. Júpiter le limpiaba el camino conforme iba avanzando. Un poco después de los 15 metros, Legrand clavó allí otra estaca. Yo no tenía la menor idea de lo que estaba haciendo. Luego, tomando la estaca como centro, comenzó a hacer un círculo de poco más de un metro de diámetro. Nos dio a Júpiter y a mí una pala a cada uno, Legrand tomó otra y nos pidió que caváramos justo en el círculo que acababa de hacer.